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Berta Piñán | Escritora

"El peso del desarraigo no existe para la nueva generación de poetas en asturiano"

"El Surdimientu, a partir de 1975, superó el costumbrismo para entregar una poesía moderna conectada con la que se hacía en Europa"

Berta Piñán

La filóloga y poetisa Berta Piñán (Cangas de Onís, 1963) explora una nueva vía de aproximación a la poesía en asturiano de las últimas décadas: la creación de una "mística de la tierra". Piñán conversa con LA NUEVA ESPAÑA sobre esta teoría, que expuso en una ponencia presentada en las XXXV Xornaes Internacionales d'Estudiu de la Academia de la Llingua.

-¿Cuándo se configura esta "mística de la tierra"?

-Es en la poesía del Surdimientu, a partir de 1975, y hasta las nuevas generaciones, que no se pueden meter. Todo parte de un análisis que hice de las cuatro antologías poéticas en asturiano que hay, las más significativas. Quería ver si hay un hilo conductor, algo específico y a la vez sintomático de una poética o voz común en estas cuatro décadas.

-Y encontró esto...

-Sí. No es un concepto original porque ya se ha hablado de la relación con el entorno. Pero no se había analizado desde una óptica de las formas generacionales: ahora tenemos cierta perspectiva para ver las cosas que hace tiempo no teníamos. Con esa perspectiva enfoqué y miré si había alguna poética común destacable frente a la diversidad de voces.

-Analiza las antologías, ¿por qué no el conjunto de la poesía en asturiano?

-Eso lo hice en 1987, cuando impartí mi primera ponencia de poesía asturiana del Surdimientu. Lo cogí todo y lo metí en unas pocas páginas. Cuando afronté este análisis constaté que ahora no podía hacer lo mismo, y fue gratificante. El corpus de la poesía asturiana ya es muy grande, diverso y rico. Ahora son cientos de libros, hay muchas voces.

-En todo caso, esa vinculación con la tierra materna, que adquiere resonancias místicas, tiene antecedentes en la poesía española. Pienso en el 98...

-Pero así y todo la nuestra era una poética que partía de la nada. El Surdimientu ya se propuso, en primer lugar, superar esa poesía ruralizante, costumbrista, muy apegada al folclore, y entregar una poesía moderna. La poesía folclorista está muy ligada al paisaje, a lo rural, y creo que hicimos, entre todos, algo bastante real y muy específico. Superamos ese costumbrismo para hacer una poesía contemporánea conectada con la que se hacía en Europa, pero no renunciamos a la recreación de la tierra como vínculo esencial.

-¿En qué medida está presente ese vínculo en la poesía del Surdimientu?

-Es un vínculo muy subliminal, metafórico. Pero lo enlazo con nuestra conciencia de pérdida del asturiano, de la llingua, y también de la infancia. Son ecuaciones que se incorporan: la comunión con la tierra, las vivencias personales, el paisaje, el mundo del pueblo... pero incorporado a la modernidad. Rompimos con el pasado, pero no rompimos del todo. Teníamos una vivencia bastante peculiar de la tierra.

-Pero siempre desde un sentimiento de pérdida...

-Sí, de algo que desaparece: el exilio, el desarraigo, la pérdida de la tierra desde la idea de que, aunque volvamos, ya nunca será lo que fue. Se trata de volver a los lugares primeros, a las palabras primeras, aunque nada será igual. La infancia desaparece. Establezco tres partes en esta mística: el primero es los nombres de la tierra, una presencia muy constatable de cómo necesitamos nombrar la tierra, decir los nombres propios, recuperar eso que se va de las manos. Nuestra poesía está llena de nombres, nombres propios que no son de la cultura universal, son nombres de lo íntimo que elevamos a lo universal. Un ejemplo es la "Historia universal de Paniceiros", de Xuan Bello. Una persona de Wisconsin puede leer un poema sobre el monte que tenemos al lado, y eso no impide la comprensión del poema.

-¿Hablamos de una reivindicación vinculada a la recuperación de la toponimia tradicional?

-Sí, lo que pasa es que la toponimia es un proceso más de normalización, de recuperar los nombres. Esto es toponimia menor: los nombres de los praos...

-Ya, aquella caleya en la que jugábamos al fútbol de críos...

-Exactamente, tiene mucho que ver con la infancia, con la memoria. Hay una sobreabundancia de nombres perdidos. Se trata de intentar atrapar esos lugares, esos nombres perdidos, y que vuelven a tener presencia en la poesía.

-Esa era la primera parte, ¿cuál sería la segunda?

-Es sentido de patria-país. Hay, lo digo con ironía, una sobreabundancia de patria. Eso es impensable en una poética que no sea menor. Es una construcción simbólica, emocional, de aquello que nunca llegó a ser, o siempre es incompleto. Siempre es la tierra. Es un vínculo con lo íntimo, con lo personal, con lo micro. Por eso se construye como poesía: si no, sería impensable.

-Volvemos a la conexión con la infancia, esa primera patria...

-Es el mismo círculo, exactamente. Lo que se veía desde debajo de la mesa la cocina, el olor del establo, el árbol en el que me escondía? es ese concepto de patria. Luego hay otras relaciones de la patria con el cuerpo amado.

-¿Nunca hay una orientación política?

-No. Es un concepto de lo íntimo, en el que el yo poético exiliado se puede reencontrar. Así llegamos a la tercera parte: la expulsión del paraíso. Como nos sentimos huérfanos de una llingua machacada, sin resonancias, eso genera una especie de orfandad. Así, los poemas se convierten en la búsqueda de un lugar más amable donde estar. Un lugar que tiene que ver con ese paraíso perdido, otra vez: la tierra, la infancia? yo construí una especie de teoría o visión. Una reflexión sobre que sí tenemos una poética en común aparte de las voces de cada uno.

-Y es esa "mística de la tierra"....

-Sí. La prueba del once es la última antología, la de 2015. Para mí, en esa muestra al menos, siento que superan un poco este concepto. Son hijos e hijas de otro mundo, herederos nuestros, pero que tienen otra manera de estar en el mundo. Y se nota. Es gente que ya nace con una situación distinta de la llingua. Hay una relación más fresca, con menos peso del desarraigo de todo esto que nosotros vivimos.

-Esa es también una herencia del Surdimientu, quizás la más importante...

-Claro. Esta gente tiene veinte años, ya accedió al mundo de la cultura desde el asturiano, ya tienen otra naturalidad en como se acercan a la tradición: no tienen el peso de la "mística de la tierra". Es verdad que hay algunos que hace una reivindicación, sobre todo ahora que está de vuelta la poesía social. Pero es otra cosa: no tienen ese peso del desarraigo. Tienen la llingua como instrumento factible para hacer poesía. Yo habló mucho de la herida que llevas dentro y no encuentras la manera de curar: en estos jóvenes yo noto esas heridas, pero no la del desarraigo. La herida que deja la pérdida.

-Es que hablamos de lugares definitivamente perdidos: ya no existe ese concepto de "ir al pueblo", de salir del entorno urbano para volver, aunque sea por vacaciones, a un refugio rural familiar...

-Estoy de acuerdo: yo decía en algún momento dado que parece que de mi generación ninguno vivimos en la ciudad. Pero es que nuestras experiencias vitales están todavía relacionadas con el mundo de lo rural, al menos las más primitivas. También el mundo urbano se refleja en la poesía, pero creo que en la poesía del Surdimientu la ciudad es muy poco urbana, y se debe a que nuestras ciudades son muy poco urbanas. Si vives en Oviedo, cuando te asomas a la ventana ves el monte. Es casi una prolongación diferente del comunitarismo un poco campesino. Hasta el entramado social es muy de campo.

-Hablamos de poder ir a pedir sal al vecino...

-Claro, son ciudades en las que puedes ir a pedir azúcar al de enfrente y sabes quién es, cuántos hijos tiene... No es la ciudad dura, solitaria, y a la vez te permite realizar proyectos que no son posibles en comunidades muy pequeñas: no hay ese elemento de control social que tiene el campo. Pero creo que la ciudad que aparece en esta poética se vive como una prolongación de la vida del campo.

-Casi parece que hablamos de la nostalgia de una Arcadia perdida...

-Sí hay nostalgia, aunque yo creo que la idea de Arcadia está superada en el Surdimientu porque no es una idealización del campo, sino un lamento por algo perdido y por la sensación de que una vez que se pierde eso estamos en una especie de orfandad, de desarraigo. No es tanto la recreación de la Arcadia, que es un mundo anterior al Surdimientu. Pero lo que me resultó curioso es que, rechazando esa forma de la Arcadia, no separamos la experiencia vital del vínculo con la tierra.

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