Ibiza, Laura FERRER

Doctor en Filología y escritor. Daniel Escandell (Ibiza, 1981) se sumerge en su último libro en un tema apasionante: la suplantación y el simulacro de identidades. Un juego tan antiguo como la propia humanidad que ahora ha estallado de manera exponencial por las posibilidades que ofrecen las redes sociales. Rostros públicos y privados de la realidad y la ficción se pasean por "Mi avatar no me comprende" (editorial Delirio), un estudio tan exhaustivo como ameno que emplea ejemplos de la literatura, el cine, los videojuegos, el cómic y las redes sociales para cartografiar el interés de los seres humanos por suplantar y simular identidades.

-¿Por qué el título?

-La idea era que el título no fuese excesivamente serio porque el libro tampoco lo es. Con el título me pareció que se podía transmitir la idea de que el avatar es parte de mí pero que tenemos estos pequeños roces. Es una expresión muy de pareja. Estamos juntos pero no somos exactamente lo mismo y a veces discutimos entre nosotros. Este libro es, como se suele decir, de "rabiosa actualidad" y, al mismo tiempo, reflexiona sobre cómo el hombre siempre ha jugado con sus identidades... La idea era intentar conseguir hacer la cartografía del fenómeno, estudiar no solo por qué está sucediendo hoy sino de dónde viene. Empezar a rastrearlo principalmente en la ficción, que incluye la literatura, las películas y los videojuegos... Fui descubriendo que, como sucede tantas veces, la realidad es por lo menos tan buena como la ficción. Y a partir de esa combinación, intentar crear un bestiario o una clasificación que permitiera sistematizar el estudio de estos fenómenos... y llevarlo a la identidad digital y a lo que esta sucediendo hoy en día.

-Nos hemos lanzado en plancha a crear nuestras identidades digitales...

-Me interesa cómo y por qué nos comportamos de manera tan diferente o por qué la gente se siente lo suficientemente liberada para ser un troll online. Todo este tipo de maneras de actuar desde luego ha dado lugar a toda una serie de nuevos conflictos y también de cosas positivas. Eso era lo interesante, saber por qué se nos ha dado tan bien y de manera tan natural el ponernos una máscara cuando estamos en línea. El fingir que somos otros, el buscar no necesariamente el engañar a los demás pero sí fragmentar nuestra personalidad con tanta maestría.

-¿Nos proporciona placer tener diferentes identidades y por eso nos gustan las redes sociales?

-Creo que lo de comportarnos de manera diferente y ser otros en según qué momento y circunstancia lo hemos hecho siempre. No somos la misma persona cuando estamos en casa con nuestra familia, en el trabajo o cuando estamos con los amigos. Dentro de esto es evidente que hay gente que siente más satisfacción cuando entra en Internet, porque deja de ser esa persona que es todos los días y puede ser la persona que entra en los comentarios de una noticia de un periódico a hablar mal de la persona que ha muerto, por ejemplo, o jugar con millones de personas en un juego online. Desde lo mejor a lo peor, desde luego eso produce pequeñas satisfacciones y esa es una de las ventajas y, por otro lado, desventajas que tiene el mundo online.

-Los grandes suplantadores de identidades, como Frank Abagnale, que llegó a hacerse pasar por médico y piloto, difícilmente se podría dar hoy.

-Hoy en día con los sistemas biométricos y controles a los que estamos sometidos, entre comillas, por los gobiernos sería mucho más complicado. Sin embargo, la legislación y el conocimiento técnico de las fuerzas que deberían controlar las suplantaciones y robos de identidad en Internet van muy por detrás de los criminales que se dedican a ello. Nosotros mismos como usuarios muchas veces no tenemos una conciencia del rastro que dejamos ni somos particularmente cuidadosos con la información que subimos a la red. La cantidad de público que tiene su propio perfil de Facebook abierto y público es, digamos, peculiar. Ni siquiera hay que ser un pirata informático: solo conseguir los datos de una persona y, a partir de ahí, suplantarla. El eslabón más débil somos nosotros mismos. Nos preocupamos muy poco de todo esto.

-Muchos piensan que si no son un personaje famoso, rico o público no va a pasar nada...

-Ha habido casos graves, sobre todo en Estados Unidos, pero me parece mucho más interesante verlo desde el otro lado. Ya ha habido un caso por lo menos en el que la huella digital de alguien ha servido para exonerarle de una acusación. Se pudo demostrar que estaba en su perfil, con su dispositivo, que estaba con una IP determinada muy lejos del lugar del crimen. Se demostró que era inocente.

-¿A veces las personas no miden bien lo que supone la exposición en redes sociales?

-No hemos desarrollado la conciencia de que lo que hacemos en las redes puede tener un impacto directo en nuestra vida real, aunque intentemos separar la persona que somos de la imagen que damos en Facebook o Twitter. Este es el primer problema que han sufrido algunos usuarios afectados por estas cosas: es que no se dan cuenta de que la vida digital es la vida real. Es interesante el fenómeno de la gente que está empezando a aislarse completamente, no de la conexión al mundo, no de Internet, pero sí de las redes sociales

-¿Por qué sucede esto?

-No tanto por una conciencia de la privacidad sino por la concepción de disfrutar más del momento y reservarlo para uno y para los que están a su alrededor. Dejar de lado la necesidad casi compulsiva de compartirlo todo sistemáticamente. Una de las palabras que se han puesto de moda es "phubbing", que significa ningunear a las personas que tienes al lado porque estás pendiente del móvil. Además, cada vez que vemos un concierto, vemos como la gente lo sigue a través de la cámara, a través de la pantalla de su teléfono, no parece que estén mirando con sus propios ojos. Es decir, estas personas están más preocupadas de compartirlo con todo el mundo y hacer a todo el mundo partícipe de ese momento y quizás se están perdiendo el momento. Posiblemente entre eso y la desconexión total de las redes hay un punto medio que posiblemente es el más acertado.

-Hay padres muy perdidos sobre los peligros de la red para los menores...

-Los padres no están suficientemente preparados todavía como para advertir a los hijos de los peligros que puede tener comunicarse con alguien que en realidad no puedes saber quién es. Eso sucedía ya a finales de los 90 y principios de los 2000. Poco a poco todo eso se va a normalizar y al fin todos sabremos qué es, cómo funciona, qué es lo bueno y qué es lo malo.

-¿Y qué opina de que los padres expongan a menores en redes sociales?

-Si alguien quiere anunciar que va a tener un hijo creándole un perfil en Facebook posiblemente no le está haciendo ningún daño ni ahora ni en el futuro. Se calcula que cuando un niño ha cumplido su primer año de vida le han hecho tantas fotografías como nos han hecho a muchos de nosotros hasta la edad adulta. Y eso no es malo. La cuestión es que muchas de esas fotos se publican y se etiquetan en abierto sin pensar en quién lo va a poder ver. Es cierto que es prácticamente imposible escapar del mundo digital y lo que nos falta, quizás, es un poquito de sentido común, no excedernos, porque todo puede pesar en el futuro.

-¿De qué forma?

-Pongamos un ejemplo muy inocente. Cualquier persona puede tener una foto de bebé mientras sus padres lo están bañando. Pero lo normal es que esté en un cajón en la casa de los padres. Pero si se ha puesto en Internet, 18 o 20 años después, cuando esa persona esté buscando trabajo no va a querer que el jefe la encuentre cuando le esté buscando en Google o lo que esté funcionado dentro de 20 años. Hay que ser conscientes de que las fotos que no enviarías para publicar en un diario o que no imprimirías en formato de tres metros cuadrados para colgar en tu balcón tal vez no deberías enviárselas a todo el mundo por Whatsapp o ponerlas en Facebook o en tu blog.

-A menudo el avatar o la identidad que la gente se crea en redes sociales idealiza la realidad y tiende al postureo.

-Es absolutamente normal que se intente proyectar el lado más positivo de una persona. Está estudiado y clasificado que es más habitual que la gente comparta los momentos que pueden despertar admiración, envidia y esa serie de sentimientos en los otros para sentirse en una posición superior o deseada. Lo que tenemos que comprender es que no estamos viendo la vida continuada de una persona sino unos momentos que selecciona porque van a contribuir a una imagen determinada. Solo por el simple hecho de que es algo fraccionado, seleccionado y filtrado es tan absolutamente ficticio, como cualquier reality show que es el resultado de un largo montaje. Toda la realidad que percibimos en los medios está condicionada y construida para narrar una historia. Nosotros, consciente o inconscientemente, hacemos lo mismo.