Amor de madres

Dramón sobre amor, culpa y expiación demasiado preciosista pero con momentos de gran intensidad

T. P.

Entre la mirada de Michael Fassbender que abre la película (devastada por los horrores de la guerra) y la que cierra la historia frente a una de las muchas puestas de sol rodadas por Cianfrance (doliente pero serena) hay un océano de sentimientos y emociones que inunda la pantalla con desigual acierto. Hay en La luz entre los océanos una voluntad valiente y en cierto modo temeraria de regresar a formas de hacer cine deudoras de los grandes clásicos. David Lean, por ejemplo con La hija de Ryan a la cabeza. Relaciones amparadas por el recurso epistolar, largos silencios que explican lo que las palabras no pueden capturar, presencia protagónica del paisaje como escenario revelador y apremiante (los acantilados, el mar, los cielos ensangrentados), un ritmo manso y una tolerancia moral que mantiene alejada cualquier tentación de juzgar a los personajes. Intentémos entender sus razones. Es una lástima que, pese al esfuerzo de Fassbender, Vikander y Weisz, la película se quede demasiadas veces catatónica con un exceso de preciosismo y un déficit de emoción verdadera, aunque la paciencia tiene premio: el último tramo es bello, triste y conmovedor.

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