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RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN | Escritor

"Quedarme en Gijón tiene algo de cobardía, soy cómodo y me aterran las grandes ciudades"

"En Alemania viví un exilio como padre y como hijo, hallé asilo en la literatura y quizá por eso salió algo como 'El Sistema'"

El escritor Ricardo Menéndez Salmón. ÁNGEL GONZÁLEZ

Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) ha escrito once novelas desde 1999, ensayos, relatos, poesía y teatro. Está traducido al alemán, catalán, francés, holandés, italiano, portugués y turco.

-Aún me rebelo contra la idea de la literatura como trabajo. Tiene mucho de funcionarial y algo enigmático, el don, que no se aprende y sigue dando sorpresas.

-¿Más o menos que antes?

-Más. Cada nuevo libro es un primer libro y uno siempre camina por territorio virgen.

-¿Y la parte funcionarial?

-Hace un par de años, becado en Alemania, descubrí las virtudes de la disciplina. Escribo dos horas por la mañana, facturo entre 300 y 500 palabras y me detengo ahí, tenga la mano pesada o suelta. Son 300 páginas al año. La escritura en sí es cansina y tediosa. Mis verdaderos placeres son pensar la arquitectura de la novela y reescribir, podar.

-¿Cómo vive el resto del día?

-Mi vida es prosaica, hecha de cosas pequeñas que para mí son muy grandes. Tengo la actividad paraliteraria, necesaria para comer, viajes para conferencias, charlas, encuentros, dos al mes, en los que, como salgo de Asturias, tengo tiempo para leer. Escribo para LA NUEVA ESPAÑA, "Tiempo" y "ABC", y doy seis horas a la semana de un taller de proyectos narrativos. Tengo tres hijos, Vera, de 8 años; Valerio, de 7, y Adriano, de 17 meses.

-No hay muchas personas de su edad con tres hijos...

-He tenido a los mayores con mi primera mujer, de la que estoy separado, y el tercero, con mi actual compañera. Mi exmujer es funcionaria y cuidé mucho a los dos mayores. Ahora los disfruto bastante tiempo porque vivimos cerca y tengo una relación buena con su madre. Siempre quise tener hijos, fui un padre tardío y satisficieron lo que esperaba.

-¿Tiene hermanos?

-Soy hijo único. Mi padre vendía seguros y lo veía poco. Era un poco Willy Loman (protagonista de "Muerte de un viajante"). Tuvo un problema cardiaco severo a los 40 años y dejó de trabajar. Esa presencia del padre enfermo fue muy determinante para mí.

-¿Por qué?

-Creó un ambiente de cuidados, con una madre enfermera, vigilante y protectora hacia los dos. He sido hipocondriaco agudo aprendido. Mi primera novela, "La filosofía en invierno", trata de la negociación permanente del personaje central con sus estados de falsa mala salud. A mi padre le hubiera gustado ser actor de teatro. Estuvo en "Gesto", representó a Beckett y a Pinter.

-¿Por qué no lo fue?

-Sospecho que estuvo en una guerra por los deseos con su padre, de la que salió como un rebelde abortado que, en vez de marchar a Madrid a hacer el loco, se hizo perito mercantil. Su fracaso vital fue siempre la cola del cometa en el clima familiar.

-¿Cómo era su abuelo?

-Era Antonio Menéndez Roza, periodista en "Voluntad" y en "Alerta", falangista, de ideas muy marcadas, sensibilidad plástica y una buena biblioteca que aproveché. Tenía una casa preciosa en Sales, a cinco minutos de Colunga. Yo iba los fines de semana con mis primos, los hermanos que no tuve. En 1979, cuando murió, hubo el típico conflicto de ¿qué hacemos con esa casa?, y ese lugar de asilo, aventura, imaginación y libertad comienza a declinar, se vende y pierdo el lugar donde he sido más feliz en mi vida. Tengo una herida de infancia, sentí que me habían robado.

Fue feliz jugando al fútbol en la plazuela San Miguel, en el colegio Begoña y en la primera promoción de Instituto del Piles.

-Hice Filosofía. Pensé que me abriría la cabeza a más cosas. Y lo hizo una vez terminé, pero sentí la carrera como una pérdida de tiempo en un ambiente sesgado y endogámico, preso de la figura de Bueno y de las disputas entre buenistas y no buenistas. Recuerdo el ánimo libre de Santiago González Escudero y a Vidal Peña, la mejor cabeza.

En el verano de sus 18 años, en una pequeña Feria del Libro de Llanes, le atrapó un título.

-"Viaje al fin de la noche" me dio la vuelta y pensé que me gustaría perturbar a otras personas haciendo un libro así. No empecé a escribir hasta los 25.

-¿Se alimenta más con pensamiento o con ficción?

-Cada vez me cuesta más encontrar ficciones contemporáneas que me seduzcan. Moisés Mori me comentaba que ya nadie escribe algo como "Los sonámbulos", de Hermann Broch, con la audacia de que la literatura pueda decir todo: la filosofía, la sociología, la política, la estética.

-Quedó en Asturias, ventajas y desventajas de vivir en una sociedad en declive.

-Tiene algo de cobardía, soy una persona cómoda, muy burguesa, me gusta tenerlo todo cerca. Me aterran las grandes ciudades. Gijón ya se me hace grande.

-¿Y su año en Alemania?

-Fue burgués, una beca sólo para escribir en Bamberg, que tiene 60.000 habitantes. Fui con mi compañera, Eva Ervas, italiana. Cada dos meses venía a pasar quince días. Coincidió con el declive final de mi padre. Viví un exilio como padre y como hijo. Encontré consuelo y asilo en la escritura, el lugar donde tuve que volcar mis exilios emocionales e intelectuales, incluso el de la palabra, porque hablaba en mi inglés, que odio, porque mi alemán no daba para mucho. Quizá por eso salió un libro tan grande y lleno de cosas como "El Sistema".

-Tiene 45 años. ¿Qué suerte?

-El tiempo ha pasado muy deprisa. La vida sólo cobra sentido cuando nos la contamos. Es como si en ese relato la suma final no me diera 45. Pero los tengo y se nota en la redundancia en la idea de hacer cuenta, resumen de lo vivido. Físicamente me encuentro muy bien. Llevo una vida sana.

-¿Y la hipocondría?

-Eso no se cura y no quiero curarme. Hago una visita médica anual para confirmar que estoy perfectamente.

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