Si Lion mantuviera en sus 120 minutos la intensidad, el vigor narrativo y el ritmo implacable de su primera hora estaríamos hablando de un peliculón. Un torrente de buen cine que sonrojaría al Danny Boyle de aquella Slumdog Millionaire de infausto recuerdo con las peripecias de un niño hindú en una Calcuta tenebrosa y llagada donde nacen, crecen y matan todo tipo de miserias humanas. Sunny Pawar es un prodigio. Boquiabierto de teja. Sin subrayados ni aspavientos, Garth Davis expone una denuncia lacerante desde la autenticidad más honesta, huyendo de trampas y clichés.

Pero luego llega la segunda hora. Y la brillantez anterior se esfuma para dar paso a un drama convencional y cargado de lugares comunes con promoción colateral de una herramienta de Google. Parece otra película que traiciona lo visto antes. La nominación al "Oscar" de Dev Patel es, como mínimo, sorprendente. Tampoco Nicole Kidman tiene un personaje bien definido aunque su oficio es indudable. Quizá si la primera parte de Lion no fuera tan extraordinaria la decepción sería más llevadera.