OVIEDO, VENANCIO MARTÍNEZ | Presidente de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria

Cuando hablamos de "nuevas adicciones sin drogas" nos referimos a la práctica de conductas o al uso descontrolado y perjudicial de objetos o productos relacionados con el estilo de vida actual, centrándose esta nota fundamentalmente en las asociadas a las nuevas tecnologías, al caso de los niños y poniendo como trasfondo la responsabilidad de los padres en la educación de la persona.

Entre los elementos de nuestra vida normal que pueden dejar de cumplir su misión propia para alienar y someter al ser humano atrayéndole de modo incontrolado se hallan el alimento (la bulimia y los trastornos por atracón), el sexo (el sexoadicto, que vive la relación sexual como asalto al cuerpo del otro, sin dejar espacio a la comunicación y las responsabilidades), la compra compulsiva (el individuo consumópata, que adquiere artículos innecesarios o superfluos, a veces con gran dispendio y riesgo para la propia economía), el juego como práctica desviada (el ludópata, especie de la que se considera que puede haber más de un millón de afectados en nuestro país) y el trabajo masoquista (que afecta a personas de trato despótico y violento, con gran estrés laboral y episodios de agotamiento emocional, motivadas por el afán de autoafirmarse con sacrificios más o menos inútiles y la necesidad de superar a los demás o la pretensión de alcanzar una alta meta profesional dictada por una excesiva ambición).

También la práctica deportiva obsesiva (la vigorexia) y algunas conductas asociadas al ocio, incluidos los llamados deportes de riesgo que pueden llegar a adquirir carácter de enfermedad, con rasgos de verdadera perversión de lo que pudieran considerarse sus funciones habituales. Y en el conjunto de estas adicciones sin drogas debe de incluirse la dependencia de las nuevas tecnologías, que en sus diferentes formas y con sus variadas y amplísimas consecuencias va desde las denominadas ciberpatologías al uso excesivo de las pantallas, el botellón electrónico y los delitos telemáticos.

Estos casos no dejan de ser consecuencia del profundo cambio experimentado por las sociedades, que en las últimas décadas han desarrollado una cultura de ámbito universal de tipo tecnocrático, electrónico y con nuevos modos de relacionarse. Debe señalarse que los nuevos modelos adictivos se asocian frecuentemente entre sí, incluso según algunos estudios su comorbilidad o coexistencia se extiende al abuso de drogas ilegales y de alcohol.

El móvil, una nueva droga

Los pediatras sabemos que los chats en la web, la telefonía móvil, especialmente mediante la participación en redes sociales, y los videojuegos, están provocando casos de dependencia cada vez más graves y en niños de menor edad. Basta recordar que según la encuesta del INE 2013, más del 93% de los niños de 10 a 15 años usan diariamente el ordenador y el 92% de ellos para conectarse a internet, lo que la mayoría ya hace habitualmente entre los 7 y los 9 años. En nuestro país, la media de acceso al primer smartphone es de 13 años y de 10,2 para el primer teléfono móvil, del que disponen 90,3% de los jóvenes a los 15 años. Además, el lugar donde los menores lo utilizan con mayor frecuencia es la calle (cuando se desplazan de un lugar a otro) o en su habitación, casi siempre solos (80,3%). Sobre todo esto, la mayor parte de los padres ignoran toda la variedad de conductas disfuncionales, que pueden trastornar profundamente la vida del niño y alterar de manera considerable la relación familiar.

Todas estas situaciones cumplen en su desarrollo el mismo esquema que las drogas químicas.Esto es: se inician con la práctica repetitiva, a la que siguen el abuso, la tolerancia (que no es más que la necesidad de aumentar la "dosis" para alcanzar efectos similares) y la dependencia -tanto psíquica como física-, que se reconoce rápidamente al limitar el consumo con la aparición de un síndrome de abstinencia cuya intensidad está directamente relacionada con el grado de dependencia y que se puede manifestar únicamente por irritabilidad y agresividad más o menos intensas hasta por un estado de paroxismo con extrema agitación y malestar. De hecho, las pautas de tratamiento y las intervenciones clínicas sobre ellas son también las mismas: desintoxicación y deshabituación, a veces mediante el apoyo de fármacos, la remodelación de la personalidad, técnicas de psicoterapia breve y la introducción de rutinas y comportamientos nuevos que permitan la superación del estado anterior.

Los que más fácilmente quedan atrapados en este tipo de adicciones son los individuos que se sienten solos, o rechazados por sus iguales, o poco realizados; los enfermos con tendencias depresivas, las personalidades impulsivas, con escasa tolerancia a la frustración o con dificultades de autocontrol, aquellos con una pasión anómala por el poder, el dinero o la popularidad, con conductas fanáticas y con trastorno narcisista, rasgos -todos- consustanciales al actual modelo social.

Entre ellos los adolescentes constituyen un colectivo predispuesto a sufrir este tipo de dependencias, especialmente sujetos con detonantes biofísicos (ansiedad, hiperactividad), situacionales (conflictos familiares y sociales) o circunstanciales (fracasos, escolares y de otro tipo). Y que gracias a las posibilidades que les ofrecen las nuevas tecnologías pueden construir un "yo ideal" que el grupo de iguales o la sociedad les reclaman; les permiten protegerse, evadirse y también inventarse.

Cambios en la personalidad

Pero estos comportamientos en condiciones de dependencia les impiden desarrollar sus habilidades sociales, les hacen hipersensibles a los juicios y les acrecientan sus sentimientos de inseguridad, relacionado todo con un enorme riesgo de exposición de su imagen, de su vida privada o de manifestaciones de su carácter a una gran cantidad de personas y de forma que luego no pueden ser modificados. Como para otros problemas relacionados con los hábitos de vida el objetivo de cualquier intervención debe de ponerse en la prevención, que para resultar eficaz exige primeramente que los padres se ocupen en conocer bien a sus hijos y se preocupen por su educación.

Sólo así podremos iniciar al niño en el uso y consumo correctos de cualquier dispositivo electrónico, multiplicando las posibilidades de identificar los primeros signos de alarma que se asocian a todo comportamiento adictivo, como son una pérdida de trato con la familia, la tendencia al aislamiento, la ruptura de las relaciones sociales y la agresividad, el descenso del rendimiento escolar, los cambios emocionales bruscos y el uso del móvil a deshora y en momentos inadecuados, durante la comida, en horas de sueño o de estudio.

En cualquier caso, los profesionales no podemos penalizar ante las familias las nuevas tecnologías sino la falta de educación sobre su utilización. Debemos hacer sentir a los padres la responsabilidad de decidir el qué, cómo y cuándo del uso por parte de sus hijos de estos instrumentos. Ellos pueden lograr más que nadie que sean una herramienta para el aprendizaje y la comunicación útil y no una fuente de conflictos y un riesgo de enfermedad.