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"Cincuenta sombras más oscuras": ese aburrido objeto del deseo

La secuela amplía los defectos de la primera entrega, reitera su erotismo de saldo y se saca de la manga villanos de risa

Al final de Cincuenta sombras de Grey, Anastasia le daba con las puertas en las narices a ese maltratador de libro que es el multimillonario Christian Grey, harta de que la llevara al cuarto rojo a darle azotes y convertirla en una víctima más de sus traumas infantiles. Se ve que no quedó muy escarmentada porque a las primeras miradas (penetrantes) de cambio se traga sus promesas de reforma aunque lo primero que haga el susodicho sea comprar todas las fotos en las que sale ella en una exposición porque no soporta que nadie más la mire. Posesivo que es el chico.

Pero da igual. Anastasia está loca por sus huesos (y sus musculitos, véase la sonrojante escena en la que le come con los ojos mientras hace virguerías en su gimnasio privado) y las reconciliaciones son más llevaderas si te sacan en velero o te regalan móviles y portátiles de alta gama. Hay quien afirma que en esta segunda entrega nuestra Anastasia es la que toma las riendas del asunto, cuando, en realidad, lo único que hace es autoengañarse (algo habitual en muchas mujeres maltratadas) para someterse a los deseos más oscuros de su príncipe azul. Todo sea para que al final te pidan en matrimonio con pedrusco de rigor y fuegos artificiales en los cielos.

Enfadarse con una ¿película? como ésta es una pérdida de tiempo. Las seguidoras de la trilogía ¿literaria? pasarán por taquilla, suspirarán con los bíceps de Dornan (menos hierático que en la primera, seamos justos) y seguro que echarán de menos las zonas más calientes de las novelas, aquí rebajadas a erotismo de saldo que incluyen duchas en común, bolas chinas calentando el ambiente, despojamiento de ropa interior en un restaurante, masturbación en un ascensor lleno de gente (sorda) y varios cunnilingus (el sexo oral aquí es de una sola dirección, recordemos que ellas es más bien pasiva y se deja hacer) mientras el chico enseña algo de culo y la chica muestra con frecuencia sus pechos, incluso en una salida a la terraza para cumplir con la cuota de desnudos gratuitos que impone el revisor de guiones. También hay azotes, pero ahora con quorum. Todo sea por hacer feliz al chico, que, además, ha pasado por un duro trance que ha dado un "tuto de muete" a la pobre Anastasia.

Mientras el protagonista le pide con entusiasmo que sea suya y la coge en volandas como un fardo de vez en cuando, en plan hombre de las cavernas, nuestra chica es tan ingenua que se cree que la ascienden en el curro por su talento y no por el enchufe su sádico novio. El guión, o lo que sea, se saca no uno sino tres villanos de distinto pelaje: una mujer trastornada a la que el atormentado Grey arruinó la vida, su "madrina" sexual (una Kim Basinger con la cara lavada y recién "planchá") y el jefe guaperas con barba de dos días (es lo que se lleva esta temporada, incluso Grey) que la acosa de golpe y portazo.

Da igual que esta segunda parte la dirija alguien bastante más competente como James Foley, que tiene varios títulos interesantes en su haber. En realidad, algo así no necesita director porque es un producto milimétricamente calculado en los despachos y solo se necesita a alguien que diga, entre bostezos, ¡corten! y ¡acción!

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