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María Antonia Goás | Actriz amateur y pensionista

"Tengo la felicidad en mi familia; si la vida me regala el teatro, ¿qué más puedo pedir?"

"Si tienes un niño de 11 años al que se le hunde el mundo porque le falta el padre no puedes pensar en ti"

María Antonia Goás quiso fotografiarse junto a un árbol. Su personaje de Casona dice: "Quiero que me vean de pie, muerta por dentro pero de pie, como un árbol".

María Antonia Goás (Vicedo, Lugo, 1936) es actriz aficionada desde hace veinte años. Maestra, licenciada en Historia, fue funcionaria de la Seguridad Social. Durante cinco campañas publicitarias interpretó a "la abuela de la fabada" y ahora prepara a la abuela de "Los árboles mueren de pie", de Alejandro Casona.

-Casona decía que cuando lo pases bien y seas feliz no lo digas. Yo tengo que decir la verdad: lo paso genial y estoy asombrada de la suerte que tengo. Trabajo con un director de teatro profesional, Andrés Presumido, y compañeros estupendos dentro y fuera de escena, sin un problema nunca.

-No parece problemática.

-Procuro crear buen ambiente por la cuenta que me trae.

-¿Era teatrera de niña?

-Estudiaba porque me lo mandaba mi padre, un funcionario del Estado que, como no nos iba a dejar dinero, tenía que dejarnos preparados para trabajar a mi hermano y a mí por igual. Decía que debía ser maestra, luego hacer una carrera superior y ser funcionaria. Al final, lo hice todo.

-¿Cómo planeaba?

-No. Vivíamos en Sotrondio y él pretendía sacar plaza en Oviedo, para que estudiara, pero murió de cáncer de pulmón.

-¿Qué hicieron ustedes?

-Con Bachiller Superior podía hacer sustituciones de maestra. Ganaba 1.500 pesetas y andaba por el monte, Joécara arriba, de noche, pero era aguerrida. Saqué oposiciones a Duro Felguera para trabajar en "el cerebro electrónico", uno de aquellos ordenadores de fichas perforadas, donde había más mujeres que hombres.

-¿Sus amigas trabajaban?

-Sólo una. A mi madre la criticaron mucho por dejarme trabajar. Fui feliz. Con veintipocos años cobraba casi 5.000 pesetas, podía dar dinero a mi madre y comer fuera alguna vez. Conocí a Cándido Blanco en La Felguera, comiendo, por medio de una amiga. Era ATS, trabajaba en un laboratorio y viajaba mucho.

-Y se casaron en 1963.

-Estaba poco convencida de casarme porque íbamos a vivir a Oviedo, yo no conducía, ir a La Felguera era un lío y significaba dejar de trabajar. Puse la condición de tener hijos y cuando los criara volver a trabajar. Él me apoyó en todo.

-Tuvo un hijo.

-Y cuando cumplió 10 años empecé Magisterio y preparé oposiciones a informática de la Seguridad Social. Al año, mi marido murió de leucemia.

-¿Cómo quedó usted?

-Si tienes un niño de 11 años al que se le hunde el mundo porque le falta el padre no puedes pensar en ti. Mi hijo maduró en seguida y me apoyé mucho en él. Mi marido era pescador. Mi hijo me comentó: "Ya no volveremos a pescar porque como tú no sabes conducir". Al día siguiente me matriculé en la autoescuela y siguió pescando. Entonces era más fácil hacer cosas con los hijos.

-Creo que eso depende más de las personas que de los tiempos. Usted supo hacerlo.

-Ahora mi nieta Sara tiene 13 años y conectamos por los libros porque es una lectora empedernida, pero sus intereses van por el móvil, la tableta, internet. Los trabajos que hacen para el colegio me alucinan y lo digo porque fui maestra y trabajé en informática.

-¿Por qué se metió en el teatro hace más de veinte años?

-Lo mío es un horror, es que me interesa todo. Entré en el grupo del Centro Asturiano y en el del centro social que había en los bajos del Tartiere.

-¿Le costó empezar?

-No, pero cuanto más actuó más nerviosa me pongo por no fallar al director ni a los compañeros. Haciendo "Le petit Nicolas" en el Instituto Aramo vino a vernos el escritor Tino Pertierra (periodista de LA NUEVA ESPAÑA) y de ahí salimos cuatro para el grupo "Hechizo Astur". Hicimos "Intimidades", Andrés Presumido fue a verla y Tino nos presentó.

-¿Qué recibe a cambio?

-En "Intimidades", Tino escribía los papeles para nosotros y eso te hace sentir importante. Nunca había vivido que un autor al que lees y te gusta escriba para ti. Las actuaciones iban acompañadas de salidas de fin de semana. Cuando llegó Andrés Presumido fue otro enfoque, pero no me costó trabajo. Soy muy disciplinada, me exijo pero disfruto mucho. Haciendo Bernarda Alba terminaba llorando. No sé si a los actores de verdad el personaje les domina; a mí, a veces, sí.

-¿Hay papeles para usted?

-En "Esta función ye una ruina" -versión de "¡Qué ruina de función!"- no tenía papel y Andrés se sacó de la manga uno pequeño que tiene una gracia increíble. Me resulta fácil disfrutar, incluso en el banquillo.

-¿El papel de su vida?

-Por encima de todo, ser esposa y madre. En el teatro, "La casa de Bernarda Alba".

-¿Qué papel tiene ahora?

-Noto mucho la ausencia de mi marido, pero estoy en una etapa feliz, como dice Casona, en la boca de la abuela que encarno: "Cuando se llega a esta edad ya no hay más felicidad posible que contemplar la felicidad de los otros". Tengo un hijo, una nuera y una nieta maravillosos. Mi felicidad está en ellos. Si encima la vida me regala el teatro, que me apasiona, y puedo conservarme bien, aunque sea parcheada, ¿qué más puedo pedir?

-¿Cómo se mantiene?

-Lo mejor es que no madrugo. Levantarse todos los días a las seis de la mañana era un palo. Leo el periódico, que me dejan a la puerta. Desayuno buen café, que es mi motor. Me cabreo con el telediario de las tres y me esponjo con "Saber y ganar". Para los huesos estoy a régimen de lácteos. Leo o estudio teatro de noche en la cama. En el grupo ensayamos los domingos, de cuatro a nueve, a veces el sábado y alguna tarde de semana. Y voy a shiatsu, una técnica oriental en la que tú te relajas y te trabajan el cuerpo entero, movilizaciones, presiones. Cuando sales, vuelas.

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