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Esta casa es una ruina

Nueva demostración del talento de Farhadi para ensamblar con naturalidad "thriller" y melodrama

Es una pena que el nombre de Asghar Farhadi sea más conocido estos días por haberse llevado el "Oscar" gracias a la inesperada ayuda promocional de los desmanes de Donald Trump (a quien le recomendamos vivamente ver la película premiada, a ver si pierde algo de caspa intolerante y rencorosa) que por ser uno de los cineastas actuales de los que siempre cabe esperar propuestas interesantes, a veces casi redondas como Una separación y a veces casi fallidas como El pasado. El viajante es puro Farhadi: presentación envolvente de unos personajes a los que vas conociendo poco a poco, sin prisas y con las pausas justas para ser necesarias, seres de carne y hueso que se escapan de los estereotipos (gracias entre otras cosas al trabajo de unos intérpretes que logran transmitir eso tan complicado que es la naturalidad) y a los que, de golpe y porrazo, la vida les pone en un serio aprieto, entrando entonces en una espiral de sucesos imprevisibles (parece Hitchcock pero no lo es, o no lo es al menos en las formas aunque comparta algo de su esencia).

Desde el agobiante arranque en un edificio que se agrieta y del que deben escapar sus inquilinos (profecía, en cierto modo, metáfora de todas todas) hasta el violento episodio que imaginamos y que nos convertirá en juez y parte guiados por la trastornada mirada del protagonista, El viajante representa ese tipo de obra honesta, franca y valiente que intenta impedir la muerte del cine como arte.

Sin embargo, los deslices de Farhadi que ya afeaban El pasado, sobre todo en su tramo final, también hacen acto presencia aquí con unas referencias explícitas e innecesarias a Muerte de un viajante, de Arthur Miller, con representación incluida. Tal parece que las ganas de congraciarse con los centros culturales franceses y ahora con los estadounidenses forzando una vinculación evidente con su teatro clásico le hagan perder la rectitud implacable que guiaba sus planos en Una separación. Más metraje al servicio de subrayados (los planos finales, vengan las máscaras) innecesarios. Pero el resto es muy valioso: ese mestizaje de géneros tan chaborialiano que convierte un melodrama en un "thriller" angustioso funciona a pesar de lo resbaladizo del terreno, especialmente peligroso en un tramo final claustrofóbico que haría las delicias de Polanski y en el que inocentes y culpables se entrecruzan rompiendo cualquier prejuicio que se ponga por delante. La venganza como escondrijo para la humillación, el odio disfrazado de fracaso, la comprensión como gesto de maltrecha humanidad? El viajante transita por los páramos inhóspitos de una sociedad machista e intolerante. No caigamos en la tentación de asociarla solo a los lejanos usos y costumbres iraníes: podría ocurrir imperfectamente aquí mismo. De hecho, ocurre a diario.

Por cierto: parece que la próxima película de Asghar Farhadi se rodará en Madrid. Aquí también hay mucha tela que cortar.

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