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La Espuma De Las Horas

Pasión y decadencia en Thomas Mann

Arrastrado por los polos opuestos de su vida, el autor alemán persiguió fantasmas mientras luchaba contra - su propia tragedia: la de Europa

Thomas Mann en su escritorio.

Gustav von Aschenbach murió aplastado por el peso de la simbología en el Lido de Venecia. Antes había ordenado al barbero que le colorease el pelo y las mejillas, y pintase los labios de color cereza. Apolo daba paso de ese modo a Dioniso en su búsqueda imprudente de Fedro. Aschenbach escucha a la madre de Tadzio decir que se van y empieza a sentirse mal. Tadzio es ese mancebo de pelo rubio ensortijado, sobre el cual se superpone, como escribió Eugenio Trías, el icono filosófico de la belleza, además de la figura mítica del Fedro platónico. La pasión suele perseguir fantasmas, una dura lección que Mann escenifica una y otra vez en sus novelas, según el desaparecido escritor y filósofo barcelonés. En su vida, el autor alemán no hizo otra cosa que luchar contra los suyos.

Thomas Mann (Acantilado, 2017) incluye una serie de textos de Trías escritos a finales de la década de los setenta sobre el gran novelista de Lübeck, una especie de semblanza biográfica, una lectura personal, y un ensayo razonado sobre su pasión. Mann fue para algunos el último europeo, la quintaesencia, el rostro de la derrota de Weimar: el literato oficial de la Alemania prehitleriana. La encarnación de una historia trágica que al final lo acaba arrastrando al exilio. Jamás pudo digerir el odio inagotable hacia el Führer, es esa pasión la que le conduce hacia un verdadero compromiso político en defensa de la democracia y contra la barbarie. Trías cuenta, con un excelente pulso interpretativo del personaje, cómo aquel hombre que confiaba en las facultades racionales de Alemania se siente traicionado por la patria que lo reconoció a los veinticinco años como su autor predilecto y que, al mismo tiempo, es capaz de ponerse en manos del "histrión de baja estofa que había sabido capitalizar para el mal todas las malas artes, bien contrastadas por las buenas, que fueron creando los maestros artesanos de la cultura alemana, los románticos y los pro románticos, desde Schopenhauer a Wagner y Nietzsche".

Las razones para leer a Mann hasta hace cuarenta años eran claras. Se trataba de un clásico moderno alemán, representante algo decadente de la tradición de Goethe y Schiller. Con su famosa ironía, él estaba allí con Schopenhauer, Nietzsche y Freud, todos ellos vinculados al mundo moderno, gracias a su amor por el arte y la imaginación, para compensar el vacío dejado por el colapso social y religioso. Mann protagonizaba el viaje de Alemania a sus interioridades, la arrogancia de los intelectuales que inicialmente no se enfrentan a la responsabilidad política porque creen en la superioridad nacional, y por la perpetua atracción que ejercen sobre ellos los placeres del arte y el intelecto. En Mann una tendencia sexual algo díscola corre a través de muchas de sus historias y de sus novelas difíciles. Su novela La montaña mágica se refiere el encanto, la seducción, la intoxicación y la entrega a las rutinas médicas en el infierno del sanatorio antes de la Primera Guerra Mundial. Mann se ríe de ello, pero permanece atenazado por la atracción cuasi sexual de la belleza y la filosofía.

La muerte en Venecia, que Visconti vulgarizó en el cine, se inspira precisamente en la visión erótica que imagina el colapso de la civilización europea en medio de una epidemia de cólera, con un intelectual de fama que mendiga la atención de un niño desconocido y es incapaz de controlarla.

En Aschenbach coinciden la pasión y las contradicciones del siglo que escritores como Mann se apresuraron a iluminar y que de repente se apagó. La síntesis de la razón y la sinrazón que Trías ejemplifica en el propio autor alemán: padre alemán/madre brasileña, disciplina/pereza, cumbre/mar, casa comercial/balneario, matrimonio/homosexualidad, Europa/Asia, América, y septentrión/ mediodía. Un signo de decadencia en la conciliación de los polos opuestos.

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