Tras escribir "El jardín de la memoria", sobre la muerte de su marido, la autora Lea Vélez se vuelve a inspirar en su vida para una novela de ficción en la que descubre las dificultades a las que se enfrentan los niños superdotados en la escuela: el sistema no sabe qué hacer con ellos, dice.

"Nuestra casa en el árbol" (editorial Destino) es la última novela de Lea Vélez (Madrid, 1970), una mujer con un coeficiente intelectual que supera 150 puntos (lo normal es entre 90 y 100), en la que realiza un canto de amor a la infancia a través de las conversaciones que mantenía con sus dos hijos en los trayectos entre casa y el colegio cuando tenían 5 y 3 años.

Con coeficientes intelectuales de 140 y 150, Lea Vélez tenía que responder a preguntas de sus niños como: "Si el fuego necesita oxígeno para vivir y en el espacio no hay oxígeno, ¿por qué arde el sol eternamente?".

"Me fascinaban las conversaciones que teníamos en el coche en el trayecto de casa al colegio y las escribí, lo que me daba pie a reflexionar", señala la autora.

Gracias a las preguntas de los niños, uno se da cuenta, dice Vélez, "de que vivimos en una sociedad muy ridícula; ellos vienen nuevos, y sus preguntas son absolutamente lógicas como cuando te preguntan: '¿Por qué pasamos más tiempo en el colegio que en casa?'".

Frente a estas conversaciones con su madre, en el colegio no decían nada, eran como mudos y su madre pensaba: "¡Pero si son como Platón y Demóstenes!".

Ante las dificultades que vivían en el colegio, decidió cambiarles a otro centro que siguiera la enseñanza del sistema británico y asegura que ahora están felices: "El sistema no sabe qué hacer con estos niños, que están como esperando un autobús que nunca llega, completamente desmotivados, esperando".

Según la escritora y guionista, "hay profesores maravillosos y otros poco empáticos, con una mentalidad antigua. El 90 por ciento de la vida de un niño transcurre en el colegio y no puede ser que no pueda tener una opinión y que no se escuchen sus demandas".

Sus hijos le enseñaron "tanto en sus conversaciones" que pensó que el "libro podía ser una especie de enseñanza para padres, aunque no es un texto de autoayuda: ellos me han enseñado a darles libertad, a entender sus frustraciones y a revivir mi propia infancia".

"El libro me lo han regalado mis hijos, yo he hecho de notario y modista, ha sido como una colcha de 'patchwork' en la que he ido cosiendo los relatos de mis hijos y he añadido trozos de tela con mis otros personajes y el tratamiento literario", sostiene la autora.

En 2015, construyó una casa de madera sobre la encina de su jardín sin ayuda de nadie, solo para demostrarle a sus hijos que una mujer puede hacer lo que se proponga y que para construir algo, un libro, un universo, lo que sea, solo hay que poner un tablón al día durante un año.

Esta casa dio título a la novela en la que quiso ser creativa, usar metáforas "y escribir como una fábula para adultos reivindicando el papel de la infancia en todos nosotros".

La lección fundamental, dice, "es la de vivir en libertad y que lo más importante del futuro es ser feliz hoy".