"Nun sé, pero a vegaes siéntome perdíu na nueche de la to ausencia, y quéxome nel fríu y el mieu a los murios tan ñegros de nun vete". Estos versos de Pablo Ardisana bien podrían servir para describir el sentimiento que la ausencia del poeta llanisco, fallecido ayer en Oviedo a los 76 años, dejará entre sus allegados y los escritores que compartieron con él interminables tertulias, divertidas confidencias y la defensa de unas letras asturianas que han perdido a uno de sus más distinguidos amantes. Pablo Ardisana, que fue primero corresponsal en el Oriente y después colaborador habitual de LA NUEVA ESPAÑA, falleció en la madrugada de ayer en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), donde estaba ingresado tras sufrir días atrás una obstrucción intestinal, a consecuencia de una parada cardiorrespiratoria.

Al hacer la distinción entre las dos generaciones del Surdimientu, los estudiosos discrepan en si los autores deben clasificarse por su año de nacimiento o por la fecha de publicación de sus primeros versos. Nacido en 1940 en la localidad llanisca de Hontoria (H.ontoria o Jontoria), Ardisana era por edad compañero generacional de los Manuel Asur o Xuan Xosé Sánchez Vicente. Mas este poeta, de vocación temprana pero edición tardía, no inició su bibliografía hasta 1982, cuando publicó el poemario en castellano "Única geografía", y no fue hasta 1986, ya con 46 años, que presentó su primer libro en asturiano: el fundamental "Armonía de anxélica sirena". Un hito que le sitúa en la órbita de la segunda generación, junto a poetas como Xuan Bello o Berta Piñán.

"Por edad y por lo que le tocó vivir es de la primera generación, pero Ardisana aparece en la literatura asturiana cuando empieza la segunda generación. Es mucho mayor que los otros poetas de esa hornada, y se nota: su poesía está muy hecha ya. Pero sí que se integra, de alguna manera, con ese grupo de escritores", explica Xosé Ramón Iglesias Cueva, académico de la Llingua.

"Realmente era un poeta que pertenecía a las dos generaciones del Surdimientu. Por eso, para nosotros no era sólo un compañero: era un maestro, por edad y por conocimiento, y también un ejemplo de vida. Nos influyó más que cualquier otro poeta anterior, porque además tenía su propia voz: siempre esperábamos sus libros con muchas ganas y con mucha ilusión, porque sabíamos que iban a ser importantes", suscribe Berta Piñán. Afectada por la pérdida de Ardisana, Piñán destaca la calidad humana del poeta llanisco: "Tenía una gran ironía, pero también la capacidad de ponerse en el lugar de los demás. Compartimos muchas tardes de charla, porque era un gran conversador. Siempre podías coger el teléfono y llamar a Pablo para hablar con él. Sabía compaginar la anécdota con erudición, la sabiduría con la bondad personal".

Esa faceta, la del gran conversador, es una de las que más destacan los que le conocieron. Su ironía era celebrada en prolongadas sobremesas en las que nunca faltaba una palabra amable o una anécdota hilarante. "Por su forma de ser, los jóvenes veíamos en él a un maestro, pero no era nada distante. Era culto sin ser presuntuoso, tenía sensibilidad pero no era sensiblero. Tenía humanidad y siempre defendió el patrimonio asturiano. Era, en definitiva, un hombre de palabra en los dos sentidos, porque era cumplidor y cultivaba la palabra", relata el empresario y editor Inaciu Iglesias.

Ese ejemplo vital es el legado que Ardisana deja a sus allegados y a sus numerosos amigos. Al resto de los asturianos, el poeta llanisco les deja el patrimonio de su palabra, sus versos, dotados de una armonía singular. "Cuando publicó sus primeros poemas en asturiano, Ardisana propuso un cambio importante respecto a lo que se estaba escribiendo en ese momento. Porque practicaba una poesía de tema amoroso, menos comprometida, que era además muy musical, muy guapa. Tenía una sonoridad preciosa, lo que fue muy importante", explica Xosé Ramón Iglesias Cueva.

"Si trato de definir la poesía de Pablo Ardisana, era el poeta del amor, junto con su amiga Concha Quintana. Pero su poesía es también la memoria de un mundo perdido, es importante decirlo: un homenaje a la Arcadia perdida de la infancia. Hablamos de una poesía muy sensorial, muy musical, de olores, de sensaciones, de paisajes, de tipos humanos que ya no existen. Una reconstrucción sentimental del Llanes rural", reflexiona Álvaro Ruiz de la Peña, en una conclusión que coincide con las reflexiones de Ardisana, quien se consideraba a sí mismo "el último poeta rural".

Ruiz de la Peña reivindica además la conexión de la lírica de Ardisana con la de Celso Amieva: "Amieva quería mucho a Pablo, y Pablo admiraba a Celso. La poesía de Pablo sería una reconstrucción del paisaje de Llanes que plasmó Celso, pero desde el mundo actual". Una tierra que Ardisana amó desde la infancia, cuando recorría el valle de San Jorge o San Xurde y jugaba en el río Santecilio. Una tierra que ayer perdió a su más querido poeta, al hombre que la hizo eterna.