William Kentridge es el premio "Princesa de Asturias" de las Artes 2017. El artista plástico sudafricano, nacido en Johannesburgo en 1955 y cuya trayectoria, artística y vital, está marcada por la lucha contra el Apartheid, obtuvo el galardón tras un debate que los miembros del jurado calificaron de "muy intenso". Kentridge, que se encuentra actualmente de viaje por los Estados Unidos, aceptó ayer "encantado" el galardón. Destacó además la implicación social de los artistas que lo han recibido previamente, lo que conecta con una vertiente central en su obra.

"La obra realizada por los artistas, en formas diversas y a menudo indirectas, forma parte de un concepto más amplio acerca de lo que significa estar en el mundo en este momento. El alcance de estos premios parece responder a esto, en su reconocimiento de todos aquellos en cuya compañía los artistas o escritores, recibimos nuestros premios", reflexiona el artista, en un comunicado remitido a la Fundación.

La concesión del "Princesa de Asturias", además, coincide con la preparación de una exposición monográfica dedicada a la obra de Kentridge en el Museo Reina Sofía de Madrid que se inaugurará el 31 de octubre, y con la próxima publicación de un libro de artista que el sudafricano prepara en colaboración con Ivorypress, la selecta editorial de arte fundada por Elena Ochoa Foster, miembro del jurado de las Artes. Una confluencia que permitirá al público español conocer de primera mano la obra del que, en palabras del también jurado y crítico de arte Juan Manuel Bonet, es "el más importante artista que ha surgido en ese continente emergente para el arte que es África", aunque no el más conocido entre los candidatos que estuvieron sobre la mesa hasta el último momento. Una selecta nómina de creadores en la que, según afirmó la jurado Patricia Urquiola, figuraban además del artista sudafricano Martin Scorsese, Bill Viola, Ennio Morricone y David Hockney. Sobre este último, Urquiola señaló que fue descartado porque "no podía venir" y "una de las reglas es que sepamos que definitivamente pueda venir".

Dibujante antes que nada, Kentridge destaca por haber logrado conciliar en su obra aspectos en apariencia no miscibles como la pintura, la ópera o el cine primitivo. "Lo peculiar es que comenzó siendo conocido por sus películas de animación, pero en realidad su formación implica tanto al cine como al teatro y las artes plásticas. Su mérito es no renunciar a ninguna de sus inquietudes, sino conciliarlas", sostiene Soledad Liaño, que comisaría junto a Manuel Borja-Villel la exposición del sudafricano en el Reina Sofía, que llevará por título "William Kentridge. Basta y sobra".

Maestro del carboncillo, Kentridge crea a partir de sus dibujos vigorosas creaciones audiovisuales, en la vertiente más conocida de su producción. Sus primeros reconocimientos llegaron con obras como "Johannesburg: 2nd greatest city after Paris" (1989) y "Felix in exile" (1994), en las que reflexiona sobre el sufrimiento, la dominación y la culpa. Aspectos centrales en una trayectoria marcada por la lucha contra el "Apartheid", el sistema de segreación racial que rigió en Sudáfrica durante más de tres décadas.

Esta posición, política y cívica, le viene de familia: sus padres, Felicia Geffen y Sir Sidney Kentrige, eran abogados especializados en los derechos humanos, y este último llegó a defender a Nelson Mandela en un proceso. Unos principios que transmitieron a su hijo, quien combatiría la segregación, primero, y la injusticia, siempre, con sus lápices.

La influencia de sus padres es notable, como también una formación en la que exploró diversos ámbitos. Antes de centrarse en su vocación artística, Kentridge estudió Ciencias Políticas y Estudios Africanos en la Universidad de Witwaterstrand, graduándose en 1976. Posteriormente, Kentridge se matriculó en la Fundación de Arte de Johannesburgo y, ya en la década de 1980, se instaló en París, donde estudio en la Escuela Internacional de Teatro Jacques Lecoq. Una experiencia que le llevaría finalmente a la televisión, donde trabajó como director artístico en varias series antes de comenzar a crear animaciones a partir de sus propios dibujos.

El propio Kentridge comenta, en algunas ocasiones, que fue su fracaso como pintor el que le llevó a potenciar su vocación primigenia por el dibujo. A partir del simple trazo de un lápiz, el artista sudafricano ha ido desarrollando una obra compleja y en continua evolución, que conecta de manera decidida con las últimas tendencias del arte, al tiempo que tiende sólidos puentes hacia el pasado, de tal forma que Goya o George Méliès son influencias decisivas, y reconocibles, en su obra.

Todos estos aspectos fueron determinantes en la elección de Kentridge para el "Princesa de Asturias" de las Artes, tal y como desvela Juan Manuel Bonet: "Es un artista quizás menos conocido que otros que había sobre la mesa, pero es muy importante por su capacidad para trabajar en muchos registros, para combinar un sentido poético de la realidad y un sentido también crítico, que por algún lado le da una dimensión casi goyesca a su trabajo. Hablamos de alguien que ha estado muy comprometido contra el 'Apartheid', que ha trabajado en el campo de la ópera, del teatro, del dibujo animado. Y hemos valorado el hecho de que sea un gran dibujante, reivindicando el dibujo como arte mayor, aunque no lo parezca".

En el seno del jurado, además, no se oculta la satisfacción por haber premiado a un artista plástico, tras varios años distinguiendo a otras disciplinas. En concreto, desde que se distinguió al escultor Richard Serra en 2010. "Fue un debate intenso, siempre lo son, pero hacía siete años que no había un artista plástico y era la ocasión de celebrar a un gran artista que pertenece al siglo XXI", afirma la conservadora de arte y miembro del jurado Carmen Giménez. Una ocasión para distinguir al que el director de la feria ARCOmadrid, Carlos Urroz, reivindica como "artista global" y cuya trayectoria y compromiso sociopolítico le hacen justo merecedor del "Princesa de Asturias" de las Artes.