Hace cinco años, en plena crisis, nadie hubiera aventurado que llegaría un día en Ibiza en que un negocio cerraría sus puertas por no encontrar personal. Pero es lo que le ha pasado a César Aguerrido de la cafetería Mar del Plata, en la calle Aragón de Vila, una víctima más del «problemón de la vivienda que hay en la isla». Eso sí, los amantes de los alfajores, fracturas o medias lunas no tienen por qué alarmarse, que este repostero mantiene abierta la pastelería adyacente, con la que desde hace seis años deleita a los amantes de las especialidades argentinas.

«Me veo obligado a cerrar la cafetería porque no puedo dar una buena atención al cliente por falta de personal, ya que no hay gente cualificada», lamenta. Como el personal con experiencia «no ha podido venir esta temporada, porque nadie puede permitirse sufragarse un piso decente», ha tenido que sortear candidaturas desastrosas hasta tirar la toalla: «Han venido muchas personas que se presentaban como camareros o dependientes y luego se notaba que no lo habían sido en la vida, atendían muy mal a los clientes».

Camareros de fiesta

Ante la disyuntiva de mantener el negocio o la calidad del servicio, tomó una decisión drástica: «Valoré qué me compensaba más y, como ya nos conocen y saben que somos una empresa con buen producto y atención, opté por cerrar la cafetería, que hasta ahora había funcionado perfectamente, y quedarme solo con la pastelería».

César Aguerrido recuerda que «el verano pasado» ya empezó el problema a la hora de encontrar personal, pero nada que ver con la epopeya sufrida estos tres últimos meses: «Hemos dado de alta y baja a 20 personas», relata. Su problema, compartido por buena parte del sector de la hostelería, se agrava por la particular idiosincrasia lúdica de la isla, que atrae a centenares de jóvenes que buscan pasar el verano con el objetivo de disfrutar del ocio nocturno. «Tuve gente que venía dos días y después no aparecía porque estaba de fiesta», relata.

450 euros por litera compartida

Mientras el repostero narra su infructuosa búsqueda, el dependiente de la pastelería, Igor, interviene en la conversación para confirmar la imposibilidad de encontrar una vivienda digna a la que se enfrenta cualquier persona en Ibiza. «Yo pago 450 euros por una litera en la que duermen otras dos personas, en una habitación de 14 metros cuadrados en ses Figueretes, sin ventana y ¡con cucarachas!», advierte este joven genovés, que ha venido por segundo verano consecutivo a ganarse la vida en Ibiza.

César Aguerrido abrió su pastelería hace seis años, cuando los clientes que querían degustar alguno de sus productos de repostería «con un cafecito» tenían un par de mesas disponibles. «Como iba bien la cosa», al año siguiente alquiló el local de al lado para ampliar su negocio con una cafetería, una apuesta por los desayunos o meriendas bien factible al encontrarse en una zona de oficinas y a escasos metros del Consell Insular, hasta que el precio de los alquileres explotó.