R.E.M. era uno de esos grupos extraños que llenaban estadios sin perder el aura de banda de culto, pero con "Automatic For The People", un disco del que se cumplen 25 años, Michael Stipe y sus compañeros alcanzaron el éxito global refugiándose, paradójicamente, en la melancolía y la introspección.

Para celebrar el cuarto de siglo de este álbum que está considerado por la crítica como una de las cimas musicales de los años 90, R.E.M. editará en noviembre una versión de lujo de "Automatic For The People" con cuatro discos que incluyen canciones y demos inéditas, un libro de fotografías y un concierto de 1992 en su localidad natal de Athens (Georgia, EE.UU.).

"Creo que es nuestra grabación más coherente. Es la más sólida de principio a fin", apuntó el bajista Mike Mills en un comunicado de prensa, mientras que el carismático vocalista Michael Stipe abordó una de los temas clave del álbum: la muerte.

"La mortalidad habla de la fragilidad y la belleza de la vida, y de vivir la vida al máximo en el presente, dijo el cantante.

El paso del tiempo, la nostalgia, el desamor o el dolor sobrevolaban un disco en penumbra con el que R.E.M. ofrecían su versión más íntima y descarnada, que además suponía un notable cambio de rumbo en su carrera.

Fogueada en los años 80 dentro del ambiente de radios universitarias de EE.UU., R.E.M. unió las enseñanzas del folk y del post-punk en una original mezcla que les hizo pasar del circuito independiente a las grandes giras internacionales como la que afrontaron tras su colorido triunfo pop en "Green" (1988).

Con "Out of Time" (1991) subieron un nuevo escalón comercial y artístico, pero ya entonces comenzó a apreciarse que detrás de sus radiantes e inmaculadas melodías se escondían letras con mensajes de inquietud o extravío.

La mejor muestra fue "Losing My Religion", un exitazo en toda regla que, bajo una mandolina que aún hoy suena a cada hora en las radios de medio mundo, ocultaba un grito existencialista y de desamparo.

Esa carretera de luces apagadas, kilómetros vacíos y sin apenas coches fue la que recorrería R.E.M. en toda su extensión en "Automatic For The People", que desde su sombrío inicio con "Drive" dejaba claro que el octavo disco de la banda iba a ser el más oscuro de su carrera hasta entonces.

Aunque descifrar las habitualmente escurridizas letras de Stipe fuera un juego perdido de antemano, "Try Not To Breathe" reflexionaba con reposo sobre la madurez en la vida, mientras que "Everybody Hurts", probablemente la canción más conocida de R.E.M., convirtió su inolvidable arpegio en un emotivo canto sobre el dolor y la soledad.

Los medios tiempos con aire sureño, quizá como un homenaje implícito a los orígenes de la banda en Georgia, y los arreglos de cuerda firmados por John Paul Jones (el bajista de Led Zeppelin) dominaban un disco que parecía estar escrito bajo el aroma crepuscular de temas como "Nightswimming", aunque también hubiera excepciones como el arrebato político y roquero de "Ignoreland".

Además de vender 18 millones de copias en todo el mundo, "Automatic For The People" consagró el estatus de autenticidad de R.E.M., de un grupo que arrasaba sin traicionar sus ideales y que, salvando generaciones y estilos, era admirado por figuras del grunge como Kurt Cobain (Nirvana), que veía en ellos un modelo que seguir.

Pero para disgusto de los que esperaban una segunda parte de "Automatic For The People", una inmersión aún más profunda en las miserias y la tristeza, R.E.M. volvió a jugar al despiste con su siguiente disco, "Monster" (1994), en el que las protagonistas eran las guitarras potentes y distorsionadas de Peter Buck.

Tras el abandono de la formación del batería Bill Berry a finales de los 90, Stipe, Mills y Buck continuaron lanzando discos notables (y algún sonoro patinazo) hasta que finalmente el embrujo se perdió: en 2011 anunciaron su disolución y se despidieron, tal y como eran, sin hacer mucho ruido y cerrando la puerta con cuidado antes de salir.