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Un muñeco de nieve derretido

Michael Fassbender.

La eficaz novela de Jo Nesbø no tuvo mucha suerte en Hollywood y a punto estuvo de convertirse en uno de esos proyectos malditos que no salen ni a la de tres, por mucho Scorsese que estuviera involucrado al principio. Visto lo visto, no nos hubiéramos perdido gran cosa. En cine, dos y dos no siempre suman cuatro. Y El muñeco de nieve es una demostración perfecta: un material literario de alto nivel, un reparto que quita el hipo (aunque Fassbender esté trabajando demasiado y tiene elecciones calamitosas) y, al frente del tinglado, un director que había demostrado talento de sobra en dos películas tan distintas y notables como Déjame entrar y El topo. El personaje del detective Harry Hole (tan bueno en su oficio de caza asesinos, tan malo en su vida privada) es potente pero algo falla cuando funcionan mejor los momentos íntimos que las partes de thriller puro y duro, donde la abundancia de sospechosos provocan más despiste que intriga, llegando en algunos momentos a provocar el desinterés por lo que sucede en la pantalla. Alfredson parece más cómodo en la visualización pulcra y brillante de escenarios interiores y exteriores que en la narración propiamente dicha, tejiendo una madeja argumental que, a diferencia de El topo, termina siendo confusa y mal trabajada, hasta el punto de que la presunta sorpresa sobre la identidad del asesino se ve venir desde muy lejos sin necesidad de haber leído la novela. Por no hablar de la motivación psicológica de sus horrendos actos, sencillamente ridícula. No es uno de los trabajos mejor modulados de Fassbender y algunos de los ilustres secundarios merecían papeles mejor escritos. Sin ser un desastre, El muñeco de nieve es una gélida decepción que se derrite antes de tiempo.

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