El Rey de España se sentó ayer en el palco de autoridades del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo y escuchó al actor Jorge Moreno, desde el escenario, poner voz a otro monarca, Iván IV: "¿Al pueblo alzáis contra mí boyardos? ¿A la unidad del cetro ruso os enfrentáis? ¿Espada y no paz anhelabais...? ¡Pues espada probaréis!".

El repertorio del XXVI concierto de los premios "Princesa de Asturias", la cantata "Iván el Terrible" de Prokofiev, interpretado por la OSPA y el coro de la Fundación Princesa, tuvo ayer el don de la oportunidad. Un drama histórico sobre la unidad de un reino en plena crisis catalana y a las puertas de que el Gobierno aplique el artículo 155.

El momento, como explicaban a la salida dos amigas fieles seguidoras de los Reyes y de los Premios, es "muy especial". Pero esa intensidad fue ayer en el Auditorio más devoción contenida, cariño y un dejarse querer con tranquilidad que una explosión de banderas.

A las siete y cuarto de la tarde, quince minutos antes de que empezara el concierto, no llovía pero estaba a punto. En los pasillos que delimitaban las vallas de la policía local había sitio para el pueblo. Los que venían a aplaudir y los que venían a abuchear. Alejados del corralito, en formación delante del Auditorio, los verdaderos antidisturbios eran la banda de gaitas "Ciudad de Oviedo". Sesenta y siete roncones (doce tambores, ocho acordeones) pueden más contra las consignas de los trabajadores en lucha (mucho Liberbank, algo de Duro Felguera) que el escudo modelo centurión del que salía un policía nacional apostado delante de una farmacia. Retenes de bomberos detrás de la iglesia y controles alrededor de la plaza que los Reyes pisaron el año pasado como la de la Gesta y que hoy es la del Fresno.

No llovía pero quería llover, y la única bandera de España que se alcanzaba a distinguir desde la puerta de entrada del Auditorio en ese momento era el paraguas rojigualda de una señora que estaba esperando a ver pasar a los Reyes, como si fuera el 5E y no la antevíspera del 21O.

No llovía y a la puerta de un Auditorio Príncipe Felipe amenazado de cierre por la ilegalidad de sus pocos rociadores y sus salidas de emergencia, el Delegado del Gobierno, Gabino de Lorenzo, el presidente del Principado, Javier Fernández, y el Presidente de la Junta General, Pedro Sanjurjo, esperaban a los Reyes con ese balanceo a cámara lenta de las autoridades que aguardan al coche oficial.

La salida de los Reyes colapsó las escaleras y el pasillo centralNo llovía, pero al final empezó a llover. Y por eso llegó el coche oficial y a la Reina Letizia le dieron un paraguas al bajarse del Mercedes. A él no. El Rey salió primero, a cuerpo, y saludó. Despacio. Primero con la derecha y luego con la izquierda. También al fondo sur. Pasar revista a la autoridades, al presidente de la Fundación, Matías Rodríguez Inciarte, y a su directora, Teresa Sanjurjo, les llevó diez segundos.

La gaitas arreciaron y sólo cuando el paraguas de la Reina se fue volando al coche oficial y el Auditorio engulló a todo el cortejo, cesó el estruendo y se escuchó el megáfono: "ni fartones ni Borbones". Dentro, después del posado oficial, el concierto arrancó con el himno nacional y todo el Auditorio puesto en pie. Lo que siguió fue la historia de la sublevación de los boyardos, sin más distracciones que ese momento en que la Reina Letizia se ausentó de su butaca y al regresar de la antesala le susurró algo a su vecino de fila, César Menéndez Claverol, presidente de la Fundación Cajastur.

Después de una hora y diez minutos alargados por un himno de Asturias que sólo el Rey de España tarareaba por lo bajo en el palco de autoridades, todas esas medidas de seguridad especiales para el Auditorio se evaporaron con el tradicional besamanos que también es como el guinness de los selfies. Todas las escaleras y el pasillo central quedaron colapsados, una mujer resbaló, cayó y se dio un buen susto. La gente sacó los móviles y Don Felipe, avanzadilla, y Doña Letizia, después, salieron estrechando manos y dejándose retratar. Ana Fernández consiguió los dos selfies. Otra vecina de Oviedo puedo entregarles una tarjeta. Aquella pudo cambiar más de dos palabras con la Reina. Ahí fueron los vivas a España, a los Reyes y a Felipe para acompañar su salida.

En la calle volvía a llover. Ya no estaban los manifestantes pero había nuevos súbditos. Y, esta vez sí, un par de banderas de España. De nuevo vivas y aplausos. También para Doña Letizia. Llovía otra vez y el Príncipe se tomó todas las molestias para estrechar todas las manos. Y hasta accedió a repetir para que la madre de Amalia, seis años, pudiera volver a disparar porque la primera había quedado movida