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Reconquista antes de comer

Acción en la cocina, entrevistas y ladridos en el lobby, fotografía de familia en la capilla desacralizada y canutazo total con Albert Rivera

Reconquista antes de comer

Media docena de cocineros desfilaban detrás de un portabandejas, pasillo adelante, entre camareros de refuerzo que no se orientaban del todo bien en el hotel de la Reconquista.

El batir de las puertas de la cocina donde se estaba preparando la comida de los premios "Princesa de Asturias" provocará una huracán en el Golfo de México.

Al mediodía deslumbrante, el patio ofrecía entradas de sol y de sombra, tapices colgados del corredor, mesas altas, blancas y cubiertas de blanco como fantasmas del viejo hospicio, cajas de bebidas, un grifo de cerveza Heineken y unos charcos que estaban pidiendo a voces una fregona. En las puertas, los fumadores salían a respirar aire impuro.

En el lobby, se sucedían los encuentros, se formaban mesas de acompañantes y las entrevistas provocaban movimientos de masas de mass-media. No había influencers ni youtubers, aunque sí instagramers, a juzgar por la cantidad de selfies.

En las esquinas estaban firmes hombres corpulentos que no eran de los "All Blacks". En las pantallas rodaba un bucle de Asturias según los Premios, gaiteros que caminan hacia la niebla, pueblos ejemplares, premiados de los que presumir, Borbones sonrientes y pueblo que aplaude.

En las puertas, miembros de la hermandad Beta Kappa Psi de la Fundación y en todas partes, el Padre Ángel con su estola laica roja. La última vez que fui a un acto en el Reconquista el cura de Mieres estaba como hostelero asistencial premiado. Se mueve tanto que se puede creer que siempre está en el hotel y, a la vez, que no estaba allí ayer. Luego será presentado al presidente de Ciudadanos, quien le quedará a deber dos minutos de atención.

La sopa de letras de las conversaciones cruzadas se rompió por las ondas de unos ladridos gruesos y graves. Se oía algo inaudito. Ladraba un perrazo con chaleco -ropa de gala o credencial- de la Unidad Canina de Rescate del Principado. Iba bien preparado y adiestrado; ni olisqueó las columnas del vestíbulo ni metió la pata alzándola. Más apurado entró el astronauta Pedro Duque.

Como la capilla del hotel está desacralizada, ahora entra todo dios. Sigue siendo espacio de cultos: hoy Reyes, patronos y premiados. A la una entraron a buen paso, Letizia repartiendo flores con el vestido y Felipe en lo alto. Se colocaron a la espera y empezó un desfile de patronos a paso cardiosaludable que ejecutó un juego de manos y reverencias de alta precisión.

El ritmo se adaptó a las aptitudes motoras de los galardonados, pero sin perder viveza. Así se descubrió que la premio de Ciencias Sociales, Karen Armstrong, especializada en las tres grandes voces de la religión, en los tres tenores del monoteísmo, tiene un andar bastante laico con su levita y sus pantalones.

El Rey Felipe está muy musculado en la calidez gestual: mantiene la sonrisa, adelanta el saludo con la mirada, mueve el cuerpo sin mover los pies... Después de una mañana de recepciones de grupos o tiene un fondo tremendo de cordialidad gimnástica, de pilates social, de yoga cortés o le presta de verdad encontrarse con los premiados. La Reina quedó en un plano más discreto.

Cuando todos los premiados recibieron su medalla para la solapa se acercaron a la pareja real y se hicieron una fotografía en la que forman una familia con muchos varones y pocas mujeres, todos ellos blancos salvo un maorí.

Fuera, la vida seguía pero no en un día cualquiera. Llegó Pepa Fernández, la radiofonista de los escuchantes y de la radio presencial, y me enteré de que la directora de la Fundación no es del Opus Dei, como podría inferirse de mi crónica anterior. Lo escribo en deshonor de la posverdad. Alicia Koplowitz, millonaria, hablaba por teléfono sin mover el botox y Revilla estaba sin anchoas y con Pixán.

Albert Rivera protagonizó el canutazo total. Apenas entró, maquillado para aguantar los focos, fue engullido por un remolino de micrófonos. Contestó a pie y voz firme durante un cuarto de hora largo: habla Derecho con la boca torcida. Batió el récord de lentitud en los 30 metros obstáculos de la diagonal alfombrada y mullida del "lobby", con Ignacio Prendes prendido a él. Llegó de los últimos y fue muy esperado.

La mañana sucedió en Oviedo, pero la conversación estuvo en Cataluña.

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