Después de cosechar un importante éxito comercial con El vuelo del águila, una ambiciosa novela histórica sobre los últimos años de Fernando el Católico y la llegada a España de la dinastía de los Habsburgo, el historiador y novelista José Luis Corral José Luis Corralpublica el segundo volumen de una serie narrativa sobre esta dinastía que cambió el destino de España. El tiempo en sus manos cubre el periodo 1519-1539, desde que un joven Carlos I que apenas lleva dos años en España es nombrado emperador (será entonces Carlos V) hasta la muerte de su esposa Isabel de Portugal. Como en el volumen anterior, estos son años también decisivos.

Con el nombramiento de Carlos, los reinos hispánicos entran en la órbita del imperio Habsburgo; en España se producen las revueltas de las Comunidades y las Germanías; se incuba el protestantismo, Inglaterra rompe con la iglesia católica y en Alemania surge la secta de los anabaptistas que predican una suerte de comunismo; en el interior, la minoría morisca constituye un problema que está lejos de resolverse, como tampoco está resuelta la situación de la reina Juana, que sigue encerrada, ahora por orden de su hijo; tiene lugar la guerra con Francia, decidida en la batalla de Pavía; el poder de los turcos, bajo Solimán el Magnífico y con guerreros tan fieros como Barbarroja, el corsario convertido en almirante, constituye una terrible amenaza para Europa; en América, Cortés y Pizarro ensanchan las fronteras del imperio español y envían cargamentos de oro y plata que apenas bastan para cubrir las múltiples necesidades de la corona; y Juan Sebastián Elcano consigue culminar la primera vuelta Al mundo.

José Luis Corral, informa la editorial Planeta, nos introduce en esos años complejos y llenos de acontecimientos. El lector asiste al esplendor de las ceremonias, al fragor de las batallas, pero contempla también la intimidad del monarca, las emociones y la vida personal y cotidiana de los personajes, tanto de los históricos como de los de ficción que rodean a estos. El autor retoma en esta nueva novela la peripecia de la familia Losantos, los judíos conversos, médicos de los reyes, que actúan como contrapunto de los grandes hechos históricos, y que muestran las preocupaciones y modo de vida de la gente corriente en unos tiempos difíciles. Porque en el magnífico fresco histórico que es esta novela está la alta política y la vida cotidiana, las intrigas palaciegas y la supervivencia de los humildes en una época dura, marcada por la inseguridad, las enfermedades como la peste y la corta esperanza de vida.

Una compleja serie de circunstancias (la herencia, el azar, el dinero) han convertido a Carlos -¡con sólo 19 años!- en el monarca más poderoso de todos los tiempos, destinado tal vez a unificar a la cristiandad y reinar sobre todo el orbe, como con frecuencia le recuerdan sus consejeros. La inhabilitación de su madre, la reina Juana, y el hecho de que su abuelo Fernando el Católico no llegara a engendrar un hijo varón, han convertido a Carlos en dueño de los reinos hispánicos, reinos a los que, desde hace unos años, se han incorporado los vastos territorios del Nuevo Mundo.

Además, cuando fallece su abuelo, el emperador Maximiliano, Carlos consigue ser nombrado su sucesor pagando enormes sumas de dinero a los electores. Dueño de ese vasto imperio, Carlos, que ha llegado a España con diecisiete años y sin saber español, demostrará ser un aventajado alumno de los sagaces consejeros que le rodean: Adriano de Utrech, que llegará a ser papa, Guillermo de Croy o Nicolás Granvela. Carlos de Austria, como han señalado todos los historiadores que se han ocupado de él, fue un hombre con un pie todavía en la Edad Media: lector de novelas de caballerías, comprometido con la palabra dada. Amante de los torneos, llega a proponer a Francisco I de Francia un combate individual entre ellos para decidir las disputas de sus reinos. Sueña con una cruzada contra los turcos, la gran amenaza para los reinos cristianos, cuando ya las cruzadas han pasado a la historia. Llega a combatir junto con sus tropas en el Norte de África. Y, aunque tuvo varias amantes que le dieron hijos, cuando conoció a su primera esposa, Isabel de Portugal, se enamoró completamente de ella y le fue insólitamente fiel. Como ha dicho un historiador, el suyo no fue un matrimonio por amor (ninguno lo era entonces) pero fue un matrimonio con amor.

Los personajes de ficción de la novela, ya presentados en la anterior, tienen la solidez y la verosimilitud de los personajes reales. Estos son, sobre todo, los miembros de la familia Losantos. El protagonista ahora es Pablo, hijo de Pedro Losantos, que lo fue en la anterior novela. Médico del monarca, Pablo Losantos contará con la protección de éste frente al peligro que constituye la Inquisición para un judío converso como él, pero también, y al igual que su padre, la cercanía con el poder le obligará a pagar un precio de sometimiento que le llevará a traicionar su propia conciencia.

Como ya había constatado Pedro Losantos, “los poderosos no tienen amigos”. Pese a que los Losantos se esfuerzan por respetar los preceptos cristianos y olvidar la religión que han abandonado, en los momentos cruciales lo que les sale de dentro en entonar las viejas canciones hebreas. Y todavía, cuando hablan de los judíos, se refieren a ellos como “los nuestros”. Aunque no tengan el protagonismo de los hombres, las mujeres de la familia Losantos (Juana y María, madre y hermana de Pablo, respectivamente) son mujeres fuertes y sagaces, expertas en hierbas medicinales y, por tanto, un apoyo imprescindible para la medicina de Pablo Losantos, como antes para la de su padre.

La reina Juana (llamada la Loca), que tenía un destacado protagonismo en la novela anterior, aunque encerrada en un castillo de Tordesillas, sigue jugando un papel importante en estos años, en la medida en que es una referencia para muchos. Así, los nobles castellanos que se levantan contra el emperador en el movimiento de las Comunidades se dirigen a ella para que acepte actuar como la reina que es, poniéndose ellos a sus órdenes. Pero Juana, un personaje complejo, menos loca de lo que se dice aunque trastornada por la muerte de su marido, que a veces parece fingir su locura, pese a ser perfectamente consciente de su situación y del injusto encierro al que se le ha sometido, se niega a enfrentarse a su hijo como antes se negó a enfrentarse a su padre, Fernando el Católico. El de Juana -reina, hija, esposa y madre de reyes- es un destino trágico. Aislada y apartada del gobierno, primero por su marido, luego por su padre y después por su hijo, es, poco a poco, desposeída de sus bienes por su hijo Carlos como antes lo fue por su padre, necesitados ambos de ingentes sumas para pagar sus múltiples empresas. Desde un punto de vista legal, vive en una suerte de limbo, por no decir de secuestro, ya que ni abdicó del trono ni las Cortes le retiraron el título. Con la derrota de los Comuneros, que alegan que la reina titular es Juana y Carlos, sólo gobernador, pierde su última baza. Como dice con lucidez María Losantos, “ahora que los comuneros han sido derrotados, nadie, nunca más, reclamará su presencia y su derecho al trono, probablemente nadie pronunciará su nombre, nadie recordará su memoria”.

A los comuneros, entre los que “cundía un fervor casi místico”, no les ha movido sólo la fidelidad a Juana, sino el rechazo a un rey al que ven como extranjero, y, sobre todo, el malestar por los tributos exigidos por éste para pagar el dinero que cuesta su nombramiento como emperador. Estas exacciones de dinero dieron lugar a sátiras contra los consejeros del rey, como la que decía “¿Doblón de a dos tienes? Enhorabuena, pues con vos no topó Chievres (Guillermo de Croy)”. Los rebeldes al nuevo rey se unen, formando un ejército que es “una amalgama tan inconexa como heterogénea de mercaderes, artesanos, algunos campesinos, hidalgos e infanzones sin hacienda y aventureros de fortuna”. Se desencadena una guerra muy violenta por ambas partes hasta la derrota en la famosa batalla de Villalar, vibrantemente descrita en la novela, y las consiguientes decapitaciones de los dirigentes Padilla, Bravo y Maldonado.

En los años en que transcurre la novela, el mundo se ha hecho más grande con el descubrimiento de América (que ya se sabe que no son unas islas próximas a las Indias, sino todo un nuevo mundo desconocido hasta entonces por los europeos), y a la vez más relacionado. La vuelta al globo empezada por el portugués Magallanes y culminado por el español Elcano es, quizá, el mejor símbolo de esa nueva realidad. En ese periodo que deja atrás la Edad Media, el emperador Carlos tiene más poder que ningún otro monarca en la historia y parece capaz de convertirse en el dueño del mundo. No sólo eso, sino que algunas profecías le señalan como el rey que recuperara Tierra Santa para la cristiandad. Carlos, que, bajo una apariencia frágil, “encerraba una voluntad de hierro y una firme determinación”, se muestra convencido de su misión profética y salvadora. Para gobernar sus enormes dominios, Carlos depende de unos banqueros que no disimulan cierta insolencia (los Fugger, los Walser), igual que depende del oro y la plata que llegan de América y que apenas bastan para cubrir sus necesidades, ya que “el imperio era una máquina de gastar que lo devoraba todo”; un círculo vicioso que Quevedo plasmará muy bien años más tarde, hablando de ese oro que “nace en las Indias honrado… viene a morir en España” y es enterrado en la Génova de los banqueros.

Para Carlos V, como le dice su consejero Guillermo de Croy, la locura de los exploradores y conquistadores españoles, descendientes del Cid, es un regalo. Pero también dispone del que empieza a ser el mejor ejército del mundo, cuyos cimientos sentó el Gran Capitán y que cuenta con una organización particular: los tercios. Constituidos por 3.000 hombres, los tercios -batallones de infantería equipados con picas, arcabuces y espadas, apoyados por falconetes (cañones pequeños y ligeros)- son la unidad principal del ejército. Dos tercios forman una coronelía. Con tres tercios siempre dispuestos y en activo, es decir, 9.000 soldados veteranos, formados y entrenados, estos resultaban invencibles por su destreza, preparación, capacidad de combate y profesionalidad. Ese gran poder tiene también sus lados oscuros. Carlos se siente extranjero en todos sus dominios. Y cuando el enrevesado juego de las alianzas internacionales le falla, se encuentra solo en defensa de la cristiandad. La multitud de frentes abiertos (Francia, Inglaterra, el turco, Italia…) le lleva a la amarga constatación de que “no podemos estar en guerra con todo el mundo”. Sus consejeros oscilan entre el belicismo (Guillermo de Croy) y posturas más conciliadoras ante los conflictos (Adriano de Utrecht), encarnando las posturas que, siglos más tarde, se definirán como halcones y palomas. En esas complicadas relaciones internacionales, los espías juegan ya un papel importante. Para los reyes, sean los Habsburgo o los Trastámara, el poder es concebido como una extensión de los intereses familiares. Y los deseos particulares, sean los apetitos sexuales de Enrique VIII de Inglaterra o la frustrada aspiración al imperio de Federico de Sajonia, tienen importantes consecuencias políticas, como la ruptura con Roma o un decisivo apoyo a Lutero, respectivamente.

Los logros y el esplendor de esta época renacentista no ocultan las dificultades y problemas de la vida. En España (aunque dividida en reinos, ya se empieza a hablar de España), pervive el problema morisco, es decir, la integración de una minoría religiosa a la que se trata de convertir a la fuerza, mientras se difunden bulos (práctica de brujería, etc.) que desprestigian a esa población. La conquista de América está costando la vida a muchísimos nativos (la viruela mató a más de un millón en Cuba y La Española), lo que da lugar a un intenso debate moral sobre el modo de conducirla. Los viajes son muy largos, obligando a separaciones familiares de meses o años. Y la vida diaria es insegura; además de las enfermedades o el control de la Inquisición, la oscuridad de las noches propicia los desmanes de los más desalmados.

Como libro de un profesional de la Historia, cuenta con una amplia bibliografía para que el lector interesado pueda profundizar en los muchos aspectos tratados, cronología y árboles genealógicos. Pero es, a la vez, es una novela que no desdeña los mejores elementos narrativos. Como la historia de amor entre Carlos e Isabel, sus días felices vividos en Granada y la emoción de su separación cuando él va a la campaña de Túnez; la vívida descripción de las batallas, como Pavía o La Goleta; o los elementos de intriga por el destino de unos personajes acosados por la Inquisición. La novela adentra al lector en numerosos detalles del mundo de la primera mitad del siglo XVI: la medicina, heredera de la importante tradición árabe, las ceremonias, la gastronomía o la guerra, a la que el empleo de la pólvora ha cambiado radicalmente.

José Luis Corral, catedrático de Historia Medieval, es autor de más de trescientos cincuenta libros y artículos. Ha sido profesor invitado en medio centenar de universidades españolas y extranjeras. La revista francesa Actualité de l’Histoire lo reconoció en 2012 como «uno de los historiadores españoles de mayor repercusión internacional». Colaborador de varios medios de comunicación, es fundador y fue presidente de la Asociación Aragonesa de Escritores. Como historiador ha publicado más de treinta ensayos, entre otros Historia universal de la pena de muerte (2005), Breve historia de la Orden del Temple (2006), Una historia de España (2008) o El enigma de las catedrales (2012). Es autor de novelas históricas como El salón dorado (1996), El Cid (2000), Trafalgar (2001), Numancia (2003), El número de Dios (2004), ¡Independencia! (2005), El caballero del Templo (2006), La prisionera de Roma (2011), El códice del peregrino (2012), El médico hereje (2013) o El trono maldito (2014, con Antonio Piñeiro).