La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El tabú del sexo en la tercera edad: "La cárcel es más íntima que un geriátrico"

El deseo sexual se mantiene en la senectud, pero aún se ve escandaloso: "En las residencias se impide u oculta", lamentan expertos

Feliciano Villar, ayer. MIKI LÓPEZ

Su padre de 73 años tiene erecciones. Su madre de 77 años lubrica. Se trata de dos afirmaciones que pueden resultar escandalosas, incluso obscenas, pero que sólo reflejan una realidad que permanece enterrada en el tabú de que las personas de la tercera edad carecen de deseo sexual. Ese deseo es un impulso a veces reprimido y considerado escandaloso cuando se manifiesta en geriátricos. "Las residencias para ancianos tienen menos intimidad sexual que una cárcel. Son hospitales encubiertos bajo un aspecto de hotel donde las necesidades sexuales de los clientes simplemente se omiten, como si no existieran", explicó Feliciano Villar, doctor en Psicología, ayer en Oviedo.

Sin embargo, los datos oficiales refrendan que el deseo sexual en la senectud es un axioma. Según la Encuesta Nacional de Salud Sexual -que data del año 2009-, sólo el 9,3 por ciento de mujeres mayores de 65 años manifestó falta de ganas como causa de la ausencia de relaciones. Ese porcentaje en hombres alcanzó el 21 por ciento. "La sexualidad en la tercera edad se aborda desde los tópicos. Se concibe al mayor como un discapacitado, como un ser frágil al que hay que cuidar". Por eso, prosiguió Villar, "la relación sexual se percibe como algo anómalo, un evento que pone en riesgo la salud, o que quien la quiere seguir experimentando lo hace porque es un viejo verde", apuntilló el doctor de la Universidad de Barcelona.

Un punto controvertido de su ponencia fueron las relaciones sexuales entre personas que padecen demencia: una eventualidad que no es tan extraña, ya que según el Instituto Nacional de Estadística, la pérdida de facultades mentales tiene una prevalencia del 9 por ciento en individuos que sobrepasen los 65 años. "El primer impulso cuando uno de los participantes en una relación tiene demencia es creer que se está abusando de él y por ello se corta", señaló en una sala de grados que se llenó de murmullos al abordar el consentimiento por parte del enfermo de esa relación. "Los protocolos son restrictivos y quieren dilucidar si hay consentimiento, algo complicadísimo. Quizás habría que hacer un estudio más pormenorizado y no enfocar ese encuentro como un abuso porque sí", apuntó.

La intimidad en las residencias ocupó la parte final de su exposición. "Brilla por su ausencia", enunció de pie en el estrado. "Además, el propio personal trata de impedir o incluso ocultar que los usuarios tienen necesidades sexuales, porque suele ser un aspecto escandaloso para los familiares", matizó. Como muestra del déficit de intimidad, el testimonio recogido en una de sus investigaciones: "Un anciano me reveló que el único sitio íntimo era debajo de su cama".

Compartir el artículo

stats