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Crítica

Amor y revolución

El elenco de "Andrea Chénier" logra el mejor resultado vocal de la temporada con diferencia

Un momento de la representación de "Andrea Chénier". Iván Martínez / Ópera Oviedo

No hacen mal maridaje la revolución y las pasiones amatorias. Ya lo escribió Mario Benedetti, "en la calle codo a codo, somos mucho más que dos". En el caso de "Andrea Chénier", el título más conocido de Umberto Giordano con libreto de Luigi Illica, el amor es la fuerza motriz que impulsa un drama que tiene su contexto en la turbulencia de la Revolución Francesa, con un discurso narrativo que arranca en la decadente diversión de la ciega aristocracia y se cierra con la guillotina a pleno rendimiento -aunque en este caso en vez del macabro artilugio, los amantes afrontan la muerte yendo hacia la luz-. La precisión histórica del libreto deja, en este sentido, poco margen para licencias y la ambientación revolucionaria es, aquí, obligada.

Se presentó en el Campoamor la coproducción del Festival de Peralada y de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera, firmada por Alfonso Romero Mora que cuenta bien la historia, dándole fluidez a las escenas, con un tránsito circular que arranca en el decadente palacio de la protagonista que, ya con la revolución en todo lo alto, acaba siendo también su propia cárcel. Romero plantea un trabajo actoral esquemático pero suficiente para enfatizar la emoción que llega según avanza la obra. La escenografía, de Ricardo Sánchez Cuerda de quien ya vimos otros trabajos suyos en el Campoamor, adquiere protagonismo por su concepto cerrado, ciertamente opresivo, en el que las escenas hacen que el espacio mute, con ligeros cambios, radicalmente de apariencia. Junto al historicista vestuario de Gabriela Salaverri se consiguió una ambientación dramática adecuada, al servicio de la música desde una dirección de escena solvente en la que se consiguió imprimir modernidad y cadencia cinematográfica al desarrollo del drama. De hecho, cuando no hay interrupciones de aplausos funciona mejor la obra, adquiere otro ritmo. Aunque esto no es fácil de conseguir porque la carga emotiva de la misma lleva, de manera espontánea, a cortar en los momentos estelares.

La clave del éxito de "Andrea Chénier" está, por encima de todo, en encontrar un reparto que pueda abordar sus respectivos cometidos con las garantías necesarias, sin atajos. No es fácil, pero hay que poner empeño en ello. La Ópera de Oviedo lo consiguió con creces reuniendo un elenco impecable, no sólo en los tres personajes principales, sino también en el conjunto. De este modo se consiguió el mejor resultado global de la temporada hasta el momento, con diferencia sobre los títulos precedentes. Este es el nivel vocal al que puede y debe aspirar la ópera de Oviedo, por razones históricas pero también por realidad presente. Cuando institucionalmente se mira para otro lado, cuando se disminuyen ayudas, hay una responsabilidad que se elude y tendrá consecuencias para quien lo hace. El patrimonio de una ciudad no son sólo sus monumentos. Hay otra serie de hitos que la caracterizan. En Oviedo la lírica -ópera y zarzuela-, los conciertos sinfónicos o entidades como la Sociedad Filarmónica son elementos que definen a la ciudad. La falta de compromiso en este ámbito se puede pagar muy cara y tener consecuencias nefastas a medio plazo.

La suma de los elementos es lo que da la entidad a un proyecto operístico. Que los cuerpos estables funcionen con la corrección debida es esencial para tener un buen soporte que eleve la calidad de lo que se ofrece. En esta ocasión tanto el coro de la Ópera de Oviedo como la orquesta Oviedo Filarmonía cumplieron con su papel de manera impecable. El coro, fantástico en la escena y vocalmente bien en el desempeño de su cometido, y Oviedo Filarmonía acertada en el que ha sido su más interesante trabajo este año. Al frente, el maestro Gianluca Marcianò, buen conocedor del estilo verista que supo imprimir desde el foso una versión de muchos quilates. El discurso musical de Giordano exige fuerza y veta lírica en una combinación que hay que saber ajustar de manera precisa para no caer en lo cursi. Marcianò reforzó ambas vetas con eficacia, dinámicas contrastadas y un brío que no daba tregua.

Retomando el reparto, hay que destacar cómo uno español defiende el título con nivel de excelencia. La obra se está representando esta temporada en numerosos teatros debido al ciento cincuenta aniversario del nacimiento de Giordano -de hecho, el Campoamor coincidió en el estreno el mismo día con la Scala de Milán que apostó por "Andrea Chénier" para abrir temporada-. Y si hay que buscar protagonistas, a día de hoy, ideales para los roles principales, tres de ellos están en Oviedo para las funciones previstas de la ópera. Tanto Ainhoa Arteta como Jorge de León y Carlos Álvarez son intérpretes muy cercanos a nuestro teatro. Se percibe enorme cariño hacia ellos por parte del público que, a su vez, recibe una entrega total por su parte. Pero "Chénier" es mucho más que sus protagonistas principales. Es también un extenso cast en el que cada cantante ha de defender con algo más que dignidad su cometido, algo que pudimos comprobar con creces en el estreno. Impecable la mulata Bersi de Mieria Pintó; Marina Rodriguez-Cusí eficacísima en su doble cometido de condesa de Coigny/Madelón. También estupendos Francisco Crespo -Roucher-, David Oller como Fléville/Fouquier-Tinville o Alex Sanmartí -Mathieu-. Buen abate el de Manuel Gómez Ruiz y brillante Cristian Díaz en sus tres papeles o Jon Plazaola un magnífico Increíble, siempre en primer plano.

El barítono Carlos Álvarez está vinculado a Oviedo desde los inicios de su carrera que, tras numerosas visicitudes, ahora está en la cumbre de su madurez. Es admirable la entrega que pone a cada cometido. En el estreno, a pesar de estar atravesando una afección catarral que se avisó al inició de la sesión, desempeñó su trabajo con honestidad y entrega verdaderamente encomiables. Su Carlo Gérard es magnífico vocal y actoralmente. Tiene medida perfectamente la impronta del mismo, su carácter ambivalente, su furia, su compasión. En lo que a la vocalidad se refiere su hermoso timbre, la calidez en la expresión dramática, la nobleza de su canto hacen de él uno de los barítonos internacionales imprescindibles. Un catarro quizá dificulte alguna nota, algún pasaje, pero no puede orillar su grandísimo talento.

Debutaba Ainhoa Arteta como Maddalena de Coigny. Está la soprano vasca evolucionando de manera soberbia hacia un repertorio de lírico-spinto. Se la ve cómoda en los nuevos roles que progresivamente va incorporando. Este será, sin duda alguna, uno de los que más podrá desarrollar en los próximos años. Su pórtico de entrada al mismo ha sido esplendente. La emoción y la rica gama de matices que fue desgranando, especialmente afortunada en "La mamma morta" e inmensa en los dúos, hicieron que su debut en el mismo fuese muy afortunado. Maddalena es un papel especialmente enrevesado que sufre una transformación dramática profunda según avanza la acción, lo cual se deja ver muy claramente en un canto que se oscurece por momentos pero que a la vez ha de expresar una extraordinaria determinación que la empuja a la búsqueda de la libertad a través de la muerte junto a su amado. Todos esos matices han de mostrarse con sutileza, algo que Arteta hizo con creces.

Desde un "improvisso" inicial de pasión incontenible, Jorge de León dejó por sentado que es una de las referencias de nuestro tiempo en el tan exigente rol de Andrea Chénier. El tenor canario, que tantas veces ha cantado en el Campoamor en el Festival de Zarzuela, por fin debutaba en la temporada y lo hizo a lo grande. Suyo y merecidísimo fue el enorme triunfo del estreno. Todas sus arias fueron la expresión de un canto vibrante, expresivo, con una voz rica en armónicos de fuerte peso dramático y honda veta lírica cuando el rol lo exigía. La intensidad que requiere Chénier no está al alcance de muchos. Jorge de León es uno de ellos y una de nuestras realidades líricas más afortunadas. No da tregua en su emisión torrencial y pletórica, jalonando su interpretación de pasajes hermosos e inolvidables. Es un privilegio asistir a la interpretación del apasionado poeta revolucionario con este altísimo umbral de calidad. Quedan tres funciones a las que, sin duda, merece la pena asistir. ¡No se las pierdan!

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