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MIGUEL ÁNGEL DELGADO | Periodista y novelista

"Edison y su ejército de ingenieros es el modelo de los empresarios tecnológicos de hoy"

"El mal día del freelance es cuando hay que pagar facturas y se retrasa cobrar una, y alucino con lo poco que se paga por el trabajo"

El escritor Miguel Ángel Delgado, en el patio del hotel de la Reconquista de Oviedo. LUISMA MURIAS

Miguel Ángel Delgado (Oviedo, 1971) fue el comisario de la exposición "Julio Verne, los límites de la imaginación", que estuvo instalada en el Centro Cultural Niemeyer, y es el autor de las novelas "Tesla y la conspiración de la luz" (2014) y "Las calculadoras de estrellas" (2016). Hijo de un oficial albañil y un ama de casa, alumno de las Ursulinas y los Maristas, hizo Periodismo en la Complutense de Madrid, allí le salió trabajo y allí comparte piso con un gato.

- ¿Cuánto le iluminó Tesla, el descubridor de la energía eléctrica por corriente alterna, la radio, el control remoto...?

-Fue un flechazo. Me obsesionó, pero no podía imaginar que me llevaría a publicar tres libros ni que iba a hacer una exposición de la Fundación Telefónica que ha visto más de un millón de personas en España, Argentina, México, Ecuador, Colombia...

- ¿Quién es el Tesla de hoy?

-Se cita a Elon Musk, pero, aunque use el nombre de Tesla Motors, es más cercano a Edison. A Larry Page, creador de Google, también le deslumbró Tesla, pero como empresario aprendió más de Edison.

- Ahora Edison es el malo.

-Edison era un santo y parecía encarnar lo mejor de la visión que los estadounidenses tiene de sí mismos. Cuando se supo que tenía pocos escrúpulos y usaba métodos de mafia para que sus empresas triunfaran, se movió el péndulo. Se exagera lo malo y no es así. Reivindico a Tesla en el imaginario, pero no era santo.

- Cuente lo oscuro de Tesla.

-Tenía graves problemas mentales, sobre todo en su última etapa, y sostenía afirmaciones de científico loco, como el rayo de la muerte o el anuncio de una nueva teoría de la gravedad...

- Edison es buen modelo para los científicos empresarios.

-Sí, crea la innovación como se entiende en el modelo capitalista. Con Edison muere la imagen romántica del inventor solo en su laboratorio. Inventó cosas, pero, como Jobs en Apple, tenía un ejército de ingenieros que trabajaban en cosas a las que se ponía la patente de Edison y que debían desembocar en productos comercializables.

- ¿Y para los visionarios?

-Tuvo graves errores. Afirmó que la radio iba a ser algo pasajero. No vio que el negocio eran los contenidos: inventó el fonógrafo, pero desdeñó la industria discográfica y no entendía el valor de que el cine se pudiera proyectar porque quería vender los cinetoscopios, en los que sólo podía ver la película una persona.

- ¿La era de la electrónica se parece a la de la electricidad?

-Un estudio de 2010 quiso determinar de forma objetiva el lugar y el momento de mayor progreso por el número de patentes por población. Salió Estados Unidos entre 1870 y 1920. Alguien nacido en 1870 y muerto en 1920 no reconocía el mundo al que llegó.

- Se iluminó la calle, se levantaron rascacielos, se habló por teléfono, se grabó música...

-Fue cuando la electricidad se convirtió en bien de consumo, en lo que la tecnología de Tesla tiene mucho que ver. María Santoyo, con quien organizo las exposiciones, y yo tenemos pasión por el XIX, raíz de muchas cosas actuales. No paro de descubrir personajes, cosas que me fascinan.

- ¿Cuándo empezó a interesarle la ciencia?

-De niño. Devoré la serie "Cosmos", de Carl Sagan; seguí la revista "Muy Interesante" y me interesaban la astronomía y la astronáutica. Subía desde Teatinos a la biblioteca infantil y juvenil, en la calle San Vicente. Mi hermano Jorge, once años mayor, iba a la de adultos, en la plaza Porlier. Era el "boom" de la ciencia ficción y leía los libros que él sacaba de Asimov, Philip K. Dick, Arthur C. Clarke...

- ¿Y de adolescente?

-Hice una tortilla paisana con eso y con la ouija, Jiménez del Oso, los ovnis y la parapsicología. Ahora soy escéptico, contrario a las seudociencias y, sobre todo, al timo.

- Cuándo empezó a escribir?

-Muy pronto, cuentos, en una Olivetti Studio 45, portátil y azul. Fui a clases de mecanografía para escribir rápido con todos los dedos. Quería ser periodista en prensa. Al acabar la carrera hice el máster de "ABC", en la potente sección de Cultura de los últimos años de Anson. Así conocí a Lola Ferreira, que sería mi jefa en el departamento de comunicación de Círculo de Lectores y Galaxia Gutenberg.

- Donde estuvo catorce años.

-Casi me sentía un funcionario. Tenía mi bonita nómina todos los meses y era un trabajo estupendo, de actividad cultural, ediciones de prestigio y actos con personalidades. Conocí a Mario Vargas Llosa y a Jorge Semprún, organizamos un diálogo entre Günter Grass y Juan Goytisolo, una velada literaria con José Ángel Valente... Se acabó y ahora soy freelance/emprendedor/autonónomo.

- ¿Cómo es esa vida?

-Tiene días estupendos y otros que no hay por dónde cogerlos. Me quejo poco: hago lo que me gusta, incluso cosas que no habría hecho de seguir en la nómina.

- Día malo del freelance.

-Cuando llegan facturas que hay que pagar y se retrasa diez días cobrar una. Aún no he agotado la capacidad de alucinar con las cantidades que se ofrecen por el trabajo. Vivo sin lujos ni agobios.

- Pronuncia la "S" como "J" y se le cuela el pretérito perfecto. ¿Qué tal es vivir en Madrid?

-De media, bien. Tiene cosas enervantes de gran ciudad, pero vivo junto a la plaza Mayor, mi vida transcurre en una ciudad pequeña porque en la Puerta del Sol ocurre todo. Mi zona en veinte años la ha cambiado el turismo.

A Delgado no le gusta el Madrid de las urbanizaciones. Va al cine, oye pop rock, detesta lo latino enlatado...

-... Y procuro ver al Real Oviedo en casa de un amigo ovetense con el que voy al campo cuando juega en la comunidad. En el campo siempre lo veo perder y me planteo si seremos gafes. No soy futbolero pero tengo una conexión sentimental. No me amargo por el fútbol, pero el día que gane algo será una gran alegría.

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