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Ángel González, diez años sin el poeta esencial

Nacido en Oviedo en 1925, tuvo una vocación temprana de tardía manifestación, marcada por el compromiso y la sencillez

González, en su investidura como doctor honoris causa en Oviedo.

Ángel González confesaba ser nostálgico desde que nació: vino al mundo un 6 de septiembre de 1925 en Oviedo y a los 18 meses murió su padre, republicano hasta la médula. Su madre le arropó con la nostalgia de lo que nunca vivió, le contó historias del mar, relatos de días felices a los que llegó tarde, y aprendió a echar de menos lo que no conoció. Su madre y su hermana llenaban su pequeño mundo. La presencia femenina fue siempre fundamental en su vida, como le gustaba recordar: "Mi familia, la muchacha de servicio, y el vecindario, con mayoría de mujeres y yo como único niño".

Un niño que pronto entró en contacto con la indignación, cuando "castraron a un gato que había en casa a traición, sin que yo pudiera defenderlo porque estaba fuera, y cuando llegué y lo vi encogido, humillado y dolorido... me enfadé mucho contra mi familia, porque era tan injusto..."

Aquel Oviedo que dejó en 1954 era, según sus propias palabras, "provinciano y encantador": Allí nació su primer verso encadenado a la estela de Espronceda, "bien rimado, bien medido". Y su primer amor: "Me enamoré de la taquillera del cine. La veía desde abajo, contento por pedirle las entradas, tres butacas para la fila siete, colorado por hablarle, tres butacas, fila siete, por favor".

Músico frustrado. Ese amor se fundió en negro y se proyectó otro igualmente platónico: "La novia de un militar a la que vi el día de su boda, ella de blanco y él de verde, ella tan hermosa y yo tan inocente... Después la veía por la calle y qué emociones, qué miradas. No he olvidado cómo vestía, aquellas faldas con plomos en los bordillos...". El amor, tan presente en su obra. Versos, besos. Hubo otros amores posibles, y del último, Susana Rivera, decía que era "fundamental, mi gran compensación". Amor y amistad, imprescindibles en su vida: "Mis amistades son larguísimas, duran hasta que el tiempo se las lleva". La música fue su gran frustración: "Siempre me fascinó. Durante mucho tiempo toqué una guitarra que me compró mi madre por 35 pesetas del año 36. Pero me enseñaron el abecedario, no el dorremí, y no pudo ser".

Y fue poeta clave de la Generación del 50, premio "Príncipe de Asturias de las Letras" en 1985 y Académico de la Lengua, publicó su primer libro en 1956. Fue la suya una manifestación tardía de una vocación temprana pues escribía para sí mismo al principio. El poeta ovetense Carlos Bousoño le convenció de hacerlo. Y surgió "Áspero mundo", primera pieza de una obra, que, en palabras de su gran amigo Emilio Alarcos, acoge bajo su aparente sencillez el "producto de un lento, demorado y vigilante trabajo, en el que el chorro inicial ha pasado por espesos y meticulosos filtros para que quede sólo lo esencial". La ciudad que mañana le homenajeará en el Campoamor acogió uno de los mejores días de su vida: su investidura como doctor honoris causa de la Universidad, apenas un mes antes de morir. Abrumado por los elogios, González fue más Ángel que nunca: "Están todos equivocados, en el fondo soy un cabrón". El poeta Francisco Brines no solo habló allí de poesía, también del compañero de risas, copas y músicas nocturnas: "Me sorprendió cómo bebía y cómo era inmune a la bebida. Tomando más siempre era uno de los más serenos".

Marcado por la Guerra Civil y la posguerra, sufrió una salud "muy mejorable", por contraer siendo muy joven una tuberculosis "gracias a la miseria de aquellos tiempos". Vivió desde 1972 en Albuquerque (Nuevo México), en cuya Universidad enseñó Literatura. "Yo no me fui exiliado", decía, "yo me fui harto de la España de la dictadura, que parecía que no iba a acabar nunca". Allí se quedó tras morir el dictador porque era licenciado en Derecho, "ni siquiera abogado", y en España no podía enseñar Literatura. Desde su retiro comenzó a a pasar cada vez temporadas más largas en España -en Barcelona le esperaba con las puertas abiertas su gran amigo ya desde Oviedo, Manuel Lombardero- y desde 2003 tenía casa en Madrid.

En sus últimos años se sentía "más endeudado que adeudado. Y hay deudas que jamás podré pagar. Ya no. La poesía me satisface pero siempre estoy inseguro. También me reprocho no haber aprovechado algunas oportunidades, aunque eso, la verdad, me preocupa poco".

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