Estamos embarcados o desembarcados en una auténtica campaña de reivindicación de la figura de Churchill: cuatro películas, si contamos la aparición colateral pero influyente en Dunkerque y Su mejor historia, más la primera temporada The Crown, donde se encuentra el retrato más matizado y creativo, y el irrelevante telefilme Churchill's Secret.

Hay quien sostiene que el interés por Mr. Winston es, en el fondo, una forma de inyectar adrenalina visual al alicaído asunto del Brexit apelando al patriotismo. Este pseudomaratón churchilliano tiene dos puntos en común en las dos cintas centradas exclusivamente en el político, Churchill y El instante más oscuro: lo convencional del planteamiento (incluso hay coincidencias en el tratamiento de personajes secundarios como la esposa, la secretaria o el Rey) y la dependencia absoluta de buenos actores para que la función resulte convincente. Y, desde luego, tanto Brian Cox como Gary Oldman tienen recursos más que sobrados para salir airosos, si bien en el segundo caso la diferencia de edad hace mayor la presencia de efectos de caracterización y, por ello, el desafío interpretativo es mayor.

Y Oldman, que se las sabe todas en eso de llamar la atención, logra rescatar a su Churchill de las garras del estereotipo y la mera imitación para dotarle de una humanidad en la que se entrecruzan matices. Con todo, de un cineasta como Joe Wright, aunque lejos queden sus gloriosos tiempos de Orgullo y prejuicio y Expiación y lleve demasiado tiempo descarriado, cabía esperar algo más que un trabajo que es impersonal juego de artificio, encomendándose a su actor en las secuencias de discursos históricos y sin el coraje para dejar en la sala de montaje la sonrojante escena en la que Churchill viaja en metro y se inspira en el pueblo llano.