Martin Campbell es lo más parecido a uno de aquellos artesanos del Hollywood dorado a los que llamaban para resolver encargos de forma expeditiva, sin perder el tiempo y con profesionalidad a prueba de bombas. Nunca peor dicho. Capaz de facturar un mal Bond con Goldeneye y otro bueno con Casino Royale, eficacísmo en las dos entregas del Zorro de Antonio Banderas y trasquilado en el desastre de Linterna Verde, Campbell es un cineasta sin contemplaciones que siempre es una buena elección para intentar levantar carreras mustias, con resultados tan competentes en el apartado técnico (las escenas de acción las puede rodar con los ojos cerrados) como olvidables. Su Al límite dio a Mel Gibson una oportunidad de dar a la clásica historia de venganza un tono crepuscular que le favorecía, y es una película razonablemente robusta. El extranjero, por contra, está partida en dos: mientras que la historia del político de pasado violento que interpreta Pierce Brosnan tiene puntos interesantes, la que protagoniza un sobrepasado Jackie Chan como padre justiciero no tiene ni pies ni cabeza.