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CAMINO GARCÍA | Psicóloga, autora de "Para siempre"

"Nuestra cultura sólo nos deja aceptar lo bueno, pero todo el mundo va a sufrir una pérdida"

"El discurso científico me tranquiliza más que el religioso: no se rinden cuentas al morir y me agota pensar en la vida eterna"

Camino García, asomada al muro de la playa de San Lorenzo, en Gijón. MARCOS LEÓN

Camino García Calleja (Gijón, 1968) es psicóloga. Nació en una familia de seis hermanos, ahora cinco, y esa muerte, la de Lucía, está en el origen de "Para siempre", un libro exquisito ilustrado por el gijonés Marco Recuero que explica la muerte a los niños.

- ¿Por qué hay que darles esa información a los niños?

-Porque es inevitable. Vivimos en una cultura que sólo nos deja aceptar las cosas buenas. Aunque intentes ocultarlo, todo el mundo va a sufrir una pérdida, una decepción amorosa y otros contratiempos. Cuanto antes se haga la idea de que "un día yo no estaré" o de que "es normal que te pueda gustar alguien que no te corresponda" mejor lo aceptará. Si no, va a estar luchando: "Esto no me tendría que haber pasado a mí".

- ¿Los niños pueden hacerse una idea de lo que es la muerte?

-Depende de la edad. A los 10 meses, no. Con 4 años pueden experimentar la muerte de un ser querido pero su pensamiento mágico les hará pensar que pueden escapar de ello o que no es permanente y su abuelo puede volver. A los 8 años saben que la muerte es permanente. Luego ven que es algo tremendo que les puede suceder a los mayores y es un choque cuando le pasa a un hermano o a un compañero.

- Hasta más mayor uno es inmortal.

-Es la ilusión de invulnerabilidad adolescente. Piensan que pueden conducir imprudentemente, tomar drogas y alcohol...

- ¿Su libro es útil para un niño que se enfrenta a la muerte de alguien cercano o tiene un uso más general?

-Es un instrumento para que las familias puedan abordar la muerte. Es un libro que los niños no van a elegir. Llevamos cinco reimpresiones porque a los adultos les da una disculpa para hablar de la muerte sin producir miedo, con una visión que remueve pero es serena, no amenazante.

- ¿Es compatible con los consoladores relatos religiosos?

-Sí. Tengo una visión científica, no creo en nada, pero quería ser respetuosa con las religiones. Digo que regresamos al sitio del que venimos y nadie puso pega.

- ¿Por qué lo quiso escribir?

-Porque cuesta hablar eso. A veces me han llevado niños para que sea yo quien les explique. Y por un tema personal. A mi hermana Lucía le diagnosticaron un cáncer en un estadio muy avanzado y en sus dos años de enfermedad fui elaborando mi duelo. Murió en enero de 2015, con 57 años y decidí escribir el libro.

- Explique el duelo.

-Es algo que se identifica con la muerte, pero se experimenta ante cualquier pérdida, la de una pareja, la de un trabajo que da sentido a la vida... Fui perdiendo a mi hermana durante todo el tiempo de su enfermedad. Algunos meses, su mente se veía afectada por los tratamientos y podía estar de pésimo humor pese a que era una persona vital y alegre, se fue despidiendo poco a poco.

- ¿Tenían relación especial?

-Era la mayor, le gustaba enseñarte cómo era el mundo. Me gustaba su personalidad.

- Usted tiene un hijo de 12 años, ¿cuándo le habló de la muerte?

-Desde el momento en que se supo lo de mi hermana porque a veces le daban informes pésimos, de que le quedaban 15 días o unos meses. Mi hermana vivía en Sevilla y no la veía mucho pero le tenía cariño y notaba a través de mí la preocupación por las llamadas de teléfono a deshora. Nunca le oculté nada, pero no le alarmé.

Camino García es hija de un ama de casa y de un carpintero que murió cuando ella tenía 17 años.

-Es una etapa que prefiero no recordar. Murió en poco tiempo. Cambió mi percepción de la vida y de la muerte.

Creció en el centro de Gijón, cerca de la plazuela de San Miguel. Estudió en el colegio San Vicente y en el Jimena.

-Tuve una formación religiosa, pero las lecturas me llevaron al discurso científico, que me dio más tranquilidad porque no hay que rendir cuentas y porque me agota pensar en vivir eternamente.

- ¿Por qué estudió Psicología?

-Me atraía la carrera y la estudié sin ninguna razón personal. Hay quienes piensan que estudiándola encontrarán sentido a su vida: no es mi caso.

Trabajó de educadora en centros de menores del Principado de forma discontinua pero nunca dejó de hacer másteres y formarse en la psicología clínica, su especialidad.

- ¿Qué tal la psicología después de años de uso?

-No me decepcionó, pero hay que tomarse tiempos de descanso y tratar de estar bien. Te encuentras con personas que llegan muy deterioradas por problemas graves y no se dan cuenta de que eso se inició muchos años atrás. Cuando van al psicólogo creen que tienes una varita mágica y en una semana van a estar como una rosa. Además no se arregla sólo hablando conmigo. Tienen que hacer su trabajo de cambiar su conducta o su visión de las cosas. Si tienes tendencia a la ansiedad es como si tienes tendencia a engordar, que tendrás que controlar tu régimen toda la vida.

- ¿Con qué trabaja más?

-Con la ansiedad y la depresión.

- ¿Le llegan casos que no deberían llevarse al psicólogo?

-A veces, con niños muy pequeños que tardan algo en leer o escribir o en controlar los esfínteres, y no es un problema, sólo es pronto. O con padres que creen que sus niños van a despuntar en el arte o en algo.

-¿Cuándo se fue a Brunete (Madrid) y por qué?

-En 2010, por amor. Me enamoré de un hombre que también es psicólogo y me fui con mi hijo.

- Ya tenía 42 años. ¿Cómo llevó el cambio a Madrid?

-Bien, fue un cambio importante pero me gusta ver la luz del sol todos los días y eso no es algo que ocurra en Asturias. El crío lo tomó de manera muy positiva. Estaba entusiasmado con ir... siempre estuvo pegado a mí. Ahora dice que le gusta más aquello. Vuelvo porque tengo aquí a mi madre, a mi hermana, al padre de mi hijo y a los amigos y es donde me encuentro con mis otras hermanas que están fuera.

- ¿Ha encontrado sentido a su vida o eso no existe?

-Hay que centrarse en el presente, que es donde hay que vivir.

- ¿Qué hace con el pasado?

-Cada vez me ocupa menos. En mi trabajo veo pacientes que se anclan en un pasado que han idealizado y se preguntan mucho "¿y si...?", con un condicional que es una pérdida de tiempo porque ya no se puede cambiar.

- ¿El pasado no condiciona?

-En la medida que nosotros queremos que nos condicione, y, a veces, es una disculpa para no cambiar o no atreverse a dar pasos.

- ¿Y el futuro?

-A veces pensamos mucho en "cuando envejezca", "cuando mi hijo se haga mayor"... y no deberíamos mirar tan lejos cuando no sabemos qué va a pasar mañana, que nos pueden dar un diagnóstico horroroso. Lo normal es que no pase nada, pero el futuro no está asegurado.

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