Que haya fallecido el que inventó Ikea no quiere decir que el método se haya muerto también. Al contrario, empieza a invadirlo todo. El rey Felipe VI leyó esta mañana en público, en la entrega del Toisón de Oro a su hija y heredera Leonor de Borbón Ortiz, sus personales instrucciones para montar una monarquía. O, mejor dicho, para que nadie se la desmonte a la niña Leonor cuando tenga que relevar a su padre.

Felipe VI le impuso el Toisón a Leonor -no cabe imaginar princesa más princesa- pero no como un adorno de joyería, más bien se lo echó encima como una cruz que habrá de arrastrar toda su vida. Le dijo que el Toisón -la más alta condecoración de la monarquía española, que Felipe recibió de su padre y su padre del abuelo en el exilio Alfonso XIII- "aparece en tu escudo de armas como un símbolo que te recordará las exigencias que impone ser Princesa Heredera".

Si yo tuviera doce años, y estuviera en el brete en que hoy estaba Leonor, se me hubiera congelado la sonrisa con la que se me viene encima, pero Leonor demostró ayer, en el primer acto público que protagoniza, que ya suma la profesionalidad que le atribuyen a su abuela paterna Sofía como una bondadosa virtud y a su madre como un insólito defecto. Leonor sonrió cuando había que hacerlo, hizo las reverencias y los saludos oportunos en su orden y con la flexión perfecta. Hoy fue su primer día de trabajo en un puesto laboral que es indefinido pero, atención, no fijo.

Porque el primero en darse cuenta de que la precariedad laboral afecta a todo el mundo en este país parece ser el propio Rey, que le pidió a su primogénita -con un asomo de emoción debajo de un ligerísimo gallo en el discurso- que no bajase nunca la guardia en el mantenimiento de la empresa familiar. Por eso, y justo como si fueran unas instrucciones de Ikea, le recitó todos los mandamientos que debe aplicar el titular de una institución que procedente de la noche de los tiempos pero que, en algunos países, entre ellos el nuestro, aún resulta funcional. Leonor, le pidió su padre, has de ser modélica en todo momento, digna, honesta, sacrificada, humilde y un largo etcétera de virtudes ejemplares que cualquier padre de este país quisiera para sus descendientes pero que, en ese caso, parecen especialmente necesarias para evitar que el mueble de Leonor, por haberlo montado mal, se venga abajo.