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Llegó la liberación

Dakota Johnson.

Tras renunciar a volcar en la pantalla el detallismo pornosentimental que convirtió la trilogía de novelas sobre el magnate atormentado Christian Grey y su amada Anastasia Steele, la historia llega a su fin incidiendo especialmente en la parte más rosa de la trama, con especial dedicación a los elementos de opulencia y derroche, y potenciando los toques de thriller que habían aparecido en la anterior entrega. El ingrediente sacrificado es, precisamente, el erotismo, que si ya resultaba "light" en los anteriores títulos, con un sado-maso apto para todos los púdicos, en este cierre de la historia parece un adorno que hay que meter por obligación.

Es probable que hoy Dakota Johnson y Jamie Dornan se sientan también liberados. Al igual que Kristen Stewart y Robert Pattinson tras alejarse de Crepúsculo (saga de la que, recordemos, la trilogía de Grey es heredera directa sin colmillos), pueden salirse de sus casillas e intentar demostrar que además de cuerpazos tienen talento interpretativo. En su última aparición como Christian y Anastasia trabajan con el piloto automático puesto, aunque él se atreve a interpretar una canción de Paul McCartney en una escena que resulta involuntariamente cómica.

Y no es la única en una cinta que por momentos parece un anuncio de colonias, que se quita de encima los instantes de sexo avainillado sin imaginación y que resuelve los giros de intriga a las bravas.

Una banda sonora pegadiza, una psicología de personajes bastante banal y un desarrollo premioso para quien no sea admirador de la propuesta hacen de Cincuenta sombras liberadas una película que juega sus cartas comerciales con férreo descaro y que ha ido de mal en peor en cuanto a calidad. La taquilla es otra cosa.

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