Una larga vida consagrada a la pintura, a la enseñanza en las aulas y a pie de calle, y a la defensa de las ideas democráticas que profesó y por las que peleó en los días de la dictadura. El pintor Alejandro Mieres falleció ayer pasadas las seis y media de la tarde en el Hospital de Cruz Roja, en Gijón. Tenía 90 años y era querido y muy respetado por las sucesivas generaciones de artistas asturianos. Es exacto decir que muchos veían en este creador, tan aficionado a tocarse con la boina niveladora que elogió Unamuno, algo así como el patriarca del arte contemporáneo a este lado del Pajares. En su obra, diversa y rara vez retórica o superflua, se aunaban el rigor de la geometría y el lirismo más acendrado.

Alejandro Mieres, que recibió la Medalla de Plata del Principado en el 2016 y tiene una calle con su nombre en el barrio gijonés de Viesques, ingresó muy grave el pasado viernes, después de sufrir un ictus. Padecía además insuficiencia renal y otras dolencias relacionadas con la edad y una larga relación con el tabaco. Algunos de los más importantes museos españoles tienen obra suya: del Reina Sofía al de arte abstracto de Cuenca, junto con los de Barcelona, Bilbao o el Bellas Artes de Asturias. La familia ha querido despedirlo en la sala 3 del tanatorio de Cabueñes, decorada por Federico, hijo del artista. Mañana jueves, a las siete de la tarde, se rendirá ahí mismo un homenaje al maestro.

Alejandro Mieres nació el 19 de agosto de 1927 en Astudillo (Palencia). Recordaba la Revolución del 34 y a los mineros del cercano Barruelo. En las memorias que relató para LA NUEVA ESPAÑA, vio en esa estampa política la génesis de su decantación política por la izquierda y los ideales socialistas. Estudió el Bachillerato en la capital palentina y en Madrid. "La Cuesta Moyano fue mi universidad", contó el artista, en referencia a los libros que trasegó en ese ilustrado espacio madrileño. En 1946 ingresó en la Escuela de San Fernando, estudios que concluyó cinco años más tarde. Copió con aplicación a los genios en el Museo del Prado, como mandan los cánones, y se hizo pronto profesor en Burgo de Osma y Elche. En 1960 llega a Gijón tras la plaza de catedrático de Dibujo del Instituto Jovellanos. Ahí enseñó durante treinta y tres años. Mostró siempre satisfacción con los que fueron sus alumnos. Casado con Rosa María Velilla Alathene, tuvo ocho hijos.

Fue un docente que quiso renovar los métodos de enseñanza del dibujo, pero que se encontró con los denuestos de Francisco de Cossío en "ABC", o sea, con la incomprensión de los mandamases y otros opinantes de la época. Alejandro Mieres se hizo pronto gijonés y asturiano. La UGT quiso en 1979 que fuera el candidato del PSOE a la Alcaldía de Gijón: "Menos presidente del Principado, me han ofrecido todo tipo de cargos".

Militante contra las "bobadas" académicas y fiel a la tradición de Velázquez

Alejandro Mieres militó treinta años en el PSOE, pero se fue desencantado al percibir una cierta reticencia obrerista a su condición de creador indesmayable. A raíz del último gran homenaje que se le tributó en vida, en el Museo Barjola, el poeta y premio "Cervantes" Antonio Gamoneda le hizo el perfil al amigo: "Así, silenciosa y sola, fue la obra pictórica. Más tarde Alejandro vivió un pensamiento. El pensamiento entendía de justicia y de fraternidad y de poner serenidad en la tierra, y Alejandro supo que el pensamiento fraterno era también pensamiento pictórico".

Ha sido un artista total (sus intervenciones urbanas en Gijón son un ejemplo) que estuvo, asimismo, en la creación de "Astur 71" y, más tarde, en la de la Asociación de Artes Visuales de Asturias, de la que fue fundador y presidente. Pudo regresar a Madrid, donde su obra tal vez hubiera encontrado un mayor eco, pero prefirió quedarse en Asturias porque los prados del Alto de la Madera, donde tenía estudio y huerta, le recordaban a los del Quattrocento.

Se le quemaban o le quemaban los estudios, pero Mieres renacía como fénix con pincel de las cenizas de sus propias obras. Ha sido un trabajador infatigable. Pasaba de los ochenta y aún pintaba o exponía con la potencia de un veinteañero. El ecologismo fue una de las últimas pasiones de este pintor-catedrático que fue transitando, desde las influencias iniciales de Gutiérrez Solana o Vázquez Díaz -evidentes en piezas de los años cincuenta-, a un estilo propio cimentado en la querencia geométrica y la búsqueda cromática. Es una pintura en la que insiste, con variantes formales de gran potencia, tras su llegada a Gijón en los años sesenta. Topa con la modernidad o la trae a Asturias, pero, desde entonces, su pintura forma parte sobresaliente del canon más exigente del arte contemporáneo asturiano.

En el homenaje de septiembre de 2016 en el Museo Barjola, organizado por Víctor Picallo, aún brillaron los destellos de un discurso y una poética pegados a su irrenunciable libertad creativa. Tachó de "bobadas" académicas la división entre abstractos y figurativos. Y se reclamó tan "realista" como el propio Velázquez.