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La Espuma De Las Horas

Alguien voló sobre el nido de Carter

Revisando a los clásicos, la inventora del cuento de hadas feminista se ocupó de desmantelar algunos roles de la mujer

Angela Carter.

Los cuentos de hadas tienen muchas veces, sin necesidad de proponérselo, la respuesta a no pocas preguntas de la vida. Angela Carter (1940-1992) llegó a ser décana de la tradición del cuento de hadas feminista, un género algo estridente y deliciosamente caótico. "La cámara sangrienta" es probablemente la colección que mejor lo representa. Publicada en 1979 en una época en que los clásicos estaban ya lo suficientemente maduros para su revisión, en medio de una turbulencia cultural seria y un ajuste de cuentas con la violencia sexual, conserva aún cierto nervio para los lectores modernos. Son relatos que se pueden leer como simples artefactos literarios o traducir al lenguaje del mundo real, sus leyes, derechos y deberes.

En un tiempo en que la literatura inglesa estaba dominada por sobrios realistas sociales, Carter jugaba con géneros de mala reputación -novela gótica, cuentos de hadas- y daba rienda suelta a lo fantástico y lo surrealista. Dueña de una escritura sensual, brutal y aterradora, sus revisiones de Perrault pasadas por Sade, mantienen una inteligencia aguda y subversiva y un estilo de belleza exuberante. La vieja dicotomía de víctimas inocentes y brujas malvadas de cuentos como "Caperucita Roja" o "La Bella y la Bestia" son destrozadas por mujeres complicadas de deseos rebeldes. Carter se ocupó de desmantelar los roles míticos y las estructuras de nuestras existencias, las relativas a la identidad de género. Al final de su vida tenía tras de sí una legión de devotos.

Los personajes de sus cuentos usan sus propias personalidades como disfraces. Carter consideró la feminidad como una ficción social, parte de una actuación cultural coreografiada. No fue la primera en detenerse en este tipo de observaciones, pero sí en saludarla como si se tratara de una licencia para la autoinvención.

La historia de su vida es la historia de cómo ella se inventó a sí misma, de cómo pasó de una infancia tímida e introvertida, de una juventud nerviosa y desafiante poco convencional a una madurez feliz y segura de sí. El suyo era un negocio basado en la desmitificación y, siendo coherente con su pensamiento, lo primero que hizo fue desmitificar su propio trabajo.

Durante los años setenta, Carter tuvo una serie de infelices aventuras amorosas, y que se sepa, al menos, un aborto, mientras vivía de los ingresos del periodismo y las regalías de sus primeras novelas. Huyó de Londres a Bath, y finalmente encontró la paz doméstica con su segundo marido, un tipo llamado Mark Pearce. Era quince años menor que ella; se conocieron cuando construía en la casa de enfrente. Corrió al otro lado de la calle para pedirle socorro ante una emergencia de fontanería. "Entró"-confesaría más tarde a sus amigos-"y nunca se fue".

Carter era deliberadamente desordenada, inestable, incluso paradójica en su comportamiento: jamás se permitió adoptar una apariencia o actitud predecibles por mucho tiempo. En la década de los setenta, mientras escribía para la publicación feminista "Spare Rib", colaboraba también con artículos obscenos y cuentos eróticos con las revistas de porno blando "Men Only" y "Club International". Se había convertido en algo tan suyo que, a menudo, los que la seguían ignoraban su deseo de no ser definida por los papeles de la vida. Cualquier tipo de integración significa, solía decir, renunciar a la libertad.

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