El ocio y la productividad viven una especie de divorcio. No siempre fue así. Hubo un tiempo, además, en que algunos virtuosos se empeñaron en anticipar el debate sobre el tiempo libre y el trabajo. Uno de los casos más sonados es el de los miembros del grupo Bloomsbury, que anticiparon la inactividad en términos que pudieran parecer actuales. Llamado así por el lugar de Londres donde se congregaban quienes formaban parte de él, Bloomsbury, que incluía entre otros a Virginia Woolf, John Maynard Keynes, Lytton Strachey y, más periféricamente, a Bertrand Russell, cumplió sobradamante todas sus ambiciones intelectuales y de placer. Al talento inoculado en ese círculo se debe algunas de las mejores novelas, tratados y teorías económicas que aparecieron en Inglaterra en las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, para sus rivales contemporáneos, los Bloomsberries eran un grupo de indolentes. Las caricaturas los identificaban como una banda de rentistas esnobs que pasaban las tardes tumbados en sofás divagando sobre el arte y la belleza. Incluso en su propia obra, retrataban el ocio adinerado con inquieta autoconciencia.

La vil señorita Kilman condenaba amargamente a Clarissa Dalloway, en la novela de Virginia Woolf, porque podía recostarse en el sofá durante una hora después del almuerzo mientras que ella, en cambio, no. Su ocio, decía, era el resultado de una posición económica injusta. En los Bloomsberries, más que una rebelión contra las acusaciones de pereza que pesaban sobre ellos, encontramos a sofisticados teóricos del ocio, así como practicantes comprometidos. Russell, Keynes, Strachey y Woolf reflexionaron profundamente sobre el trabajo, la inactividad y la relación entre el disfrute productivo y la cultura.

Hasta el amor cruzado formaba parte de esa visión cultural y placentera. El Bloomsbury, como escribió Dorothy Parker, vivía en círculos -mantuvo sus residencias en Gordon Square, Brunswick Square, Bedford Square, Tavistock Square (sede de la Hogarth Press)- y amaba en triángulos. El más creativo de todos ellos involucraba a Clive y Vanessa Bell (hermana de Virginia Woolf) y Duncan Grant, que, además de tener un romance con ella, mantenía relaciones con John Maynard Keynes. El más complejo, sin embargo, fue el de Lytton Strachey, Ralph Partridge y Dora Carrington. El primero amaba al segundo y la tercera estaba apasionadamente colgada del primero.

Este nudo gordiano emocional empezó a desmoronarse en 1940. En junio de ese año, los Woolf cenaban con T. S. Eliot, William Plomer y John Lehmann cuando llegó la noticia de que Francia había caído en manos de los alemanes e Inglaterra se enfrentaba a la invasión. Se produjo un terrible silencio. El Blitz estaba a punto de comenzar, y con él el racionamiento. LosWoolf prestaron parte de sus tierras a la población local para que pudieran cultivar hortalizas. De repente, empezaba a parecer imposible escribir literatura, al igual que mantener una conversación elevada o esperanza en el futuro. La razón de ser de los Bloomsberries, vivir como seres independientes, amantes, pensadores y artistas, celebrando la felicidad, parecía terriblemente fuera de lugar.