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Hablemos en serie

No pierdan de vista a Harry Bosch

El personaje de Michael Connelly tiene una adaptación a la altura

Titus Welliver protagoniza

Michael Connelly es uno de esos autores que escriben rápido y bien. Le dedican muchas horas a la pantalla en blanco, tiene oficio de sobra y ha creado un personaje al que conoce tan bien como al alma de su hermano. Harry Bosch acude regularmente a su cita anual con sus lectores y nunca defrauda. Al detective de Los Angeles le ha llegado una oportunidad en forma de serie y esta vez el empeño ha salido bien. Y eso que detrás está Amazon, cuya división televisiva hasta ahora no ha dado demasiadas alegrías que digamos. Pero aquí sí: Bosch es una de esas propuestas que, sin llamar mucho la atención ni pidiendo entrar en el medallero, van calando poco hasta convertirse en ficción de acompañamiento obligatorio, una marca en la agenda televisiva para no perderse ningún capítulo. Y ya van cuatro temporadas y seguro que muchos espectadores ni siquiera saben de su existencia: camina por senderos poco trillados, nada espectaculares, carreteras secundarias donde importa más el trazado sinuoso de los personajes, casi siempre cerca de abismos, que el tiroteo de turno o la persecución de marras. No es casualidad, claro, que sea el propio Connelly quien se ha involucrado al máximo en dar vida televisiva a su criatura, lo que se traduce en un equilibrio casi perfecto entre acción y emoción, un maridaje notable entre la fórmula del procedimental y el avance pausado y consistente por las relaciones del protagonista con sus seres más cercanos y con los representantes del crimen a los que se enfrenta, todos ellos alejados del topicazo y el maniqueísmo.

Buena prueba de las intenciones de los responsables de la serie es haber dado el protagonismo absoluto a un actor alejado de la primera fila como Titus Welliver. Un intérprete sobrio, seco incluso, que no desperdicia una bala ni un gesto. Ni dispara palabras de fogueo. Al grano siempre, incluso con los sentimientos, que a veces afloran cuando más los espera y le desesperan. Uno de esos actores a los que hemos visto infinidad de veces y nunca falla, pero que no se queda grapado en la memoria como otros.

Bosch juega con hilos centrales y otros de acompañamiento, mezcla un realismo extremo a la hora de mostrarnos el funcionamiento de una comisaría con recursos del género que ayuden a mantener la tensión bien engrasada. Hay, como es lógico, miradas críticas a una sociedad envenenada en muchos de sus estamentos, y se mantiene el misterio que rodea a la muerte de su madre cuando solo era un niño (lo mismo que le pasó a James Ellroy en realidad, como bien sabemos). La zona más vulnerable del detective es, también, la que mejores momentos proporciona en cuanto a emociones: su hija, Maddie. Las escenas entre ellos son extraordinarias, y alguna, como la que transcurre ante una fosa nada común, ponen un nudo en la garganta. A su alrededor se agita una ciudad convulsa, llena de contradicciones e incoherencias, cruel y egoísta, desalmada y fascinante. El escenario perfecto para una serie que conoce muy bien nuestros derechos: entretiene, inquieta, emociona, informa y nos anima a reflexionar sobre el bien, el mal y la escasa distancia que a veces los separa.

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