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El campesino que tuvo nueve vidas

Las memorias de Rosendo López Castrillón, recuperadas por el Muséu del Pueblu d'Asturies, ofrecen una excepcional visita a la Asturias rural entre los siglos XVI y XIX

El campesino que tuvo nueve vidas

Charles Piazzi Smyth, hijo de un almirante del Imperio Británico, Astrónomo Real de Escocia entre 1846 y 1888, se encontraba en el año 1843 en el Cabo de Buena Esperanza como ayudante de otro egregio observador de los cielos a las órdenes de Su Majestad la Reina Victoria, Thomas Mclear. Aquella noche el cielo ofrecía un espectáculo maravilloso: un cometa, el de cola más larga que el ser humano jamás viera. Piazzi Smith registraría aquel fenómeno cósmico pintando para la posteridad en un cuadro que hoy puede contemplarse en el Museo Marítimo Nacional del Reino Unido, en Greenwich.

Por supuesto que no fue el único que quiso dejar constancia del prodigio. En Asturias, en una remota, pequeña y empinada aldea llamada Riodecoba, entre la cuenca del Navia y el puerto de El Palo, en un lugar que no podía considerarse precisamente el centro del mundo civilizado, un campesino amigo de los libros y la escritura llamado Rosendo María López Castrillón anotaba así en uno de sus cuadernos lo que el cielo le mostraba: "Estrella con rabo. Viernes 17 de marzo de este año yo Rosendo y Francisco, mi hermano, la vimos la primera vez al acabar de oscurecer y pasaba como una hora o dos después de oscurecer. Tenía las puntas de oriente a poniente, larga como un cuarto de legua, ancha como dos palmos de figura de hoja de espada. Viose como unos diez días poco más o menos y desapareció".

Rosendo María López Castrillón escribía, escribía y escribía. Quería contar cómo había sido su vida y la de sus antepasados para que sus descendientes, cuando tuvieran que regentar la casa de la Fuente, que él en esos momentos encabezaba, supieran cómo había sido el mundo y cómo funcionaba para saber cómo hacerse con sus riendas. Por eso anotó el paso del cometa maravilloso y también un profuso caudal de otros detalles sobre sus propiedades, cultivos, costumbres, creencias, relaciones o acontecimientos vividos: guerras, hambrunas, muertes... Toda esta escritura llegó hace treinta años en forma de libretas a manos de los investigadores etnográficos Armando Graña y Juaco López, hoy director del Muséu del Pueblu d'Asturies. En 1985 se las entregó José Naveiras Escanlar, "Pepe el Ferreiro", fundador y creador del Museo Etnográfico de Grandas de Salime. Durante treinta largos años se fueron recuperando más documentos de aquel campesino escribidor y ahora el Muséu publica "Las nueve vidas de la casa de la Fuente de Riodecoba. Libro de memoria de una casa campesina de Asturias (1550-1864)", un volumen de lectura apasionante y de enorme valor histórico al que Juaco López adjunta un completo estudio con el que trata de resaltar el valor y la excepcionalidad de este testimonio.

López señala dos claves de este libro que puede descargarse íntegro, en formato pdf, en la web del Muséu pero que también tendrá una edición en papel que será presentada el lunes en El Liceo de Navia. Por una parte, el testimonio detallado y muy bien escrito de Castrillón acaba con la idea de que el campesinado asturiano vivía una vida ágrafa. Por otra, supone una fuente de primera mano para perfilar a un importante estrato social en Asturias que los historiadores caracterizan a través de testigos secundarios: escritos de médicos, abogados o notarios, o a través de catastros, archivos parroquiales o contabilidades señoriales. Aquí es el propio campesino el que hace oír su voz.

Rosendo María López Castrillón, nació el 29 de noviembre de 1803 en la casa de la Fuente de Riodecoba, que por entonces pertenecía a Allande y desde 1951 pertenece a Illano. Era el heredero único las propiedades familiares en un lugar pobre, en pendiente, con sólo seis vecinos. Hoy sólo vive en Riodecoba una pareja de "neorrurales". Castrillón no era un señor, era un campesino "acomodado medianamente". Apenas recibió tres años de enseñanzas básicas de un párroco. Fue autodidacta, un gran amante de los libros. Había logrado reunir 120 volúmenes.

En esa zona de Asturias, la casa, según el sistema del mayorazgo, o mairazo, pasaba a manos del primogénito. Y Castrillón lo era. Tenía la responsabilidad de mantener la casería para que la tradición se perpetuase. Por eso, su visita escrita a los nueve antepasados que le habían antecedido en el mayorazgo era, en realidad, una invitación para que sus descendientes aprendieran de lo vivido. Así se lo había mandado por escrito su padre Juan Gabriel, fallecido cuando Rosendo tenía dos años.

Rosendo María se entregó a fondo a esta tarea, reconstruyendo con los archivos, los testimonios orales y recuerdos que tenía a mano, la vida de nueve de sus antecesores y la suya propia, que redactó en tercera persona. Escribía en el monte, mientras cuidaba el ganado, mientras el molino hacía su tarea machacona... Así se describe a sí mismo: "Sabía leer y escribir, y entender lo que leía bastante regular. Jamás se hallaban sus bolsos sin libros y papeles. En la mesa, mientras comía, y en el labor, mientras descansaba, siempre estaba leyendo, y si llegaba a la casa de un amigo, su mayor gusto era ver la librería (...). Entendía muy bien la lengua italiana y algo la francesa". Sus cuadernos son una fuente inagotable de detalles. Hay, por ejemplo, enseñanzas morales, las que mandó copiar a su hijo a fin de instruirle en principios tales como: "Perseverad en el trabajo, que el agua que cae sin cesar sobre una peña al fin la gasta" o "Las necesidades artificiales de la vida humana, han llegado a ser más numerosas que las necesidades naturales". Registra detalles de los horrores de las guerras carlistas: "Contar las muertes, robos, palos, peligros y cosas que en este contorno sucedieron en estos 4 años de guerra, sería no acabar y aunque se pondere, no basta, y los venideros no lo creerán si no les suceden otras iguales". Habla de las hambruna de 1853: "Año de muchísima hambre, el mayor que se vio. No hubo un solo palo en las Tinieblas en Herías, nadie cantaba ni tertulias y se conocían las caras de hambre".

La vida pasaba por su pluma detallista. La vida más íntima. Así cuenta la pasión amorosa de una tía abuela suya llamada Eusebia: "Esta moza era de muy buena disposición y se dice que sabía leer, pero era algo ligera de calabaza y así navegó en el mar de la sensualidad y desembarcó en el puerto de las miserias. Había en la casa fondera de Sarzol, que hoy llaman de Louteirín, un castellano llamado José Antonio Fernández de Is y Mon, éste era bien despejado, y sabía leer y escribir bien como lo muestran los recibos que dio. Este José se aficionó de Eusebia, y en las tardes de verano venía a visitarla a Entarríos, y ella salía llamando y gritando a los de Herías y preguntándoles si le vieran un rocín blanco que tenía, y le respondía él diciéndole que estaba en las Lamisqueiras y otros sitios, pero con sus gritos, meriendas y galanteos echó embarazada y después su amigo la aborreció y abandonó, que es lo que sucede a todas. Debemos a Dios las gracias que antes ni después de ésta, hasta hoy, que es año de 1852, todas las mozas que hubo y hay en esta casa de la Fuente siempre fueron más continentes, recogidas y castas que Eusebia y ninguna salió embarazada como ella. Dios quiera que mis tres hijas no imiten a Eusebia".

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