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La aventura genética de un soñador con visión de futuro

Pääbo, padre del genoma neandertal y premio "Princesa" de Investigación, valora la contribución de El Sidrón al proyecto que ha refundado las bases de la historia humana

Por la izquierda: Pääbo, Rosas, Fortea, Lalueza-Foz y De la Rasilla, en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, en 2007.

Lo primero que Svante Pääbo, flamante premio "Princesa de Asturias" de Investigación Científica y Técnica, conoció de los neandertales de El Sidrón fue la decena de fósiles -entre ellos dos extraordinarias mandíbulas- que los investigadores del yacimiento asturiano presentaron en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid en marzo de 2007, con motivo de la incorporación del yacimiento al proyecto "Genoma Neandertal".

Svante Päävo, biólogo sueco especializado en genética evolutiva y responsable del Max Planck Institute de Antropología Evolutiva en Leipzig (Alemania), se mostró entusiasmado en aquel primer encuentro con los mejores restos óseos de la cueva asturiana. Estaba ante un material sorprendente que iba a ser clave para llevar adelante su empeño en adentrarse en la historia de la evolución humana y definir genéticamente qué nos distingue de nuestros parientes neandertales.

Hasta ese frío día de marzo en el que Madrid recibió al sueco con temperaturas más propias de su país -la nieve dificultó esa noche el regreso a Asturias y el Huerna era lo más parecido a un paisaje de la Antártida- su contacto con los fósiles de Piloña había sido únicamente a través de las pequeñas muestras que Carles Lalueza-Fox, el paleogenetista del equipo de El Sidrón, había llevado a Leipzig para contribuir a la secuenciación del genoma neandertal que se estaba llevando a cabo con materiales de la cueva croata de Vindija.

La decisión y la visión de futuro de Pääbo -un trabajador incansable que podía pasarse noches enteras en su laboratorio esperando algún resultado- crecieron con los éxitos conseguidos en 1997 tras la primera recuperación de ADN neandertal, un avance esclarecedor de que nuestra especie se separó de los neandertales hace 500.000 años. Fue sólo el inicio y un revulsivo para dar el empujón definitivo a una de las aventuras científicas más audaces e increíbles de los últimos tiempos: conocer el genoma neandertal y con él descubrir las claves de la evolución de nuestra especie, el "Homo sapiens" u hombre moderno.

Saber por qué los humanos sobrevivieron mientras los parientes de El Sidrón acabaron extinguiéndose formaba parte de aquella odisea científica que se puso en marcha en 2006 con el objetivo de conseguir en dos años un borrador lo más completo posible del genoma neandertal, la especie que dejó sus restos en la cueva asturiana hace 49.000 años y de la que se tenía una imagen que los alejaba bastante de nosotros. El genoma contribuyó a demostrar que no es tan fiero el león como lo pintan y que nuestros parientes extinguidos tampoco eran tan primitivos ni tan salvajes, sino mucho más parecidos a nosotros de lo que pensamos.

A pesar de las dudas de quienes cuestionaban que el proyecto fuera técnicamente posible, los investigadores de El Sidrón acogieron la invitación para sumarse a la aventura sin dudarlo. Después de años de trabajo casi en soledad estaba en sus manos la oportunidad de contribuir a una apuesta relacionada con los orígenes del ser humano y la búsqueda de nuestros ancestros que acabaría alcanzando trascendencia global.

No hubo duda de que aquel viaje al pasado merecía la pena. Por eso, el 20 de marzo de 2007 Javier Fortea, catedrático de Prehistoria y director de las excavaciones -que fallecería dos años después-; Marco de la Rasilla, prehistoriador; Antonio Rosas, paleoantropólogo, y Carles Lalueza-Fox, especialista en paleogenética, anunciaron en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, acompañados de Svante Päävo, la participación de los fósiles asturianos en el proyecto "Genoma Neandertal".

Si el equipo estaba exultante no lo estaba menos el que desde el pasado miércoles es premio "Princesa de Asturias" de Investigación Científica y Técnica. Para el fundador de la paleogenética también era un acontecimiento sumar al proyecto un conjunto de fósiles que venía a ampliar las escasas muestras procedentes de Vindija (Croacia) con las que venían trabajando, sobre todo en un momento en el que los restos neandertales de diferentes procedencias se rifaban entre los distintos equipos científicos que competían por ser los primeros en conseguir el mapa del genoma. Además los asturianos habían sido tratados desde su extracción con un protocolo anticontaminación, pionero en el mundo, que los hacía candidatos de primer orden frente a los llegados desde otros yacimientos.

Así debió parecerle a Pääbo, que no dudó en destacar su importancia por el volumen recuperado, por su excelente conservación y por la concentración de ADN. Aquella mañana en Madrid, tras la rueda de prensa de presentación de la participación asturiana en el proyecto, el biólogo sueco comentó con LA NUEVA ESPAÑA no sólo la importancia de El Sidrón, que calificó de "singular y único, clave para llevar adelante el proyecto", sino también el acierto de utilizar un método de extracción de restos en condiciones estériles, lo que evita la contaminación con ADN moderno. "No se conoce otro yacimiento en el mundo donde se trabaje con esta técnica y el rigor con que se hace aquí".

El director del Max Planck no ocultó las esperanzas depositadas en el material genético del grupo neandertal piloñés, al que, según sus palabras, sobraban virtudes para "convertirse en un referente mundial".

Antes de partir hacia Alemania se comprometió a visitar la cueva de El Sidrón durante la campaña de excavaciones de aquel septiembre de 2007. Y así lo hizo, acompañado de todo el equipo del que formaban parte también los estudiantes que cada año se afanaban en desenterrar esos rastros del pasado, fundamentales para conocer mejor a nuestra propia especie.

Pääbo cumplió su palabra y en septiembre estaba en Villamayor preparado para iniciar un recorrido apasionante. Como todo el que se asoma a aquella profunda gruta kárstica, quedó impresionado por el largo conjunto de galerías subterráneas que pueden llegar a intimidar, lo que no debió de pasar en su caso pues, según relata Carles Lalueza-Fox, que le acompañaba en la visita, se adentró un par de centenares de metros en la zona de oscuridad y silencio, dejando atrás la iluminada galería del Osario, donde los arqueólogos se ocupan en la extracción de los restos óseos.

Las jornadas de trabajo en la cueva concluían durante todo el mes de campaña arqueológica en torno a las ocho de la tarde, cuando el equipo se retira a disfrutar del descanso con una animada cena en el hostal Benidorm de Villamayor. No fue diferente el día de la visita de Pääbo, que compartió con todo el equipo las delicias de la cocina asturiana bien regadas con sidra de la zona, todo un descubrimiento para el sueco.

Los dos días que pasó en Asturias le dejaron buen recuerdo. Algunos años después en su libro "El hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos" evoca aquella visita a la cueva: "Situada en un paraje rural hermosísimo", y asegura que el yacimiento "es lo más parecido a lo que un niño imagina cuando sueña con convertirse en paleontólogo".

Efectivamente, la cueva de El Sidrón, donde se encontraron restos óseos de trece neandertales, se esconde en un paraje boscoso de la falda del Sueve rodeada de castaños y avellanos. Tras quince años de excavaciones, se han recuperado en su interior más de dos mil fragmentos de huesos de trece neandertales que vivieron en el exterior de la gruta hace 49.000 años.

Algunos de esos fósiles, pertenecientes a un bebé, dos niños, tres adolescentes y siete adultos de ambos sexos, estaban aplastados y llenos de marcas de cortes. Todo indica que los cuerpos sufrieron episodios de canibalismo y que después fueron arrojados a un estanque desde donde una crecida del río por las lluvias los trasladó al interior de la cueva.

A pesar del traumático viaje presentaban buenas condiciones para el análisis de ADN, lo que animó a poner en marcha un protocolo de excavación limpia que convirtió a los arqueólogos casi en astronautas. Equipados con trajes y guantes estériles y una especie de escafandra aislante iban sacando cada fragmento de hueso localizado entre los sedimentos para, una vez catalogados, colocarlos de inmediato en una nevera en la que llegaban congelados al laboratorio que dirige Antonio Rosas en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Allí se procede a realizar una tomografía computerizada para documentar su morfología antes de enviarlos a Leipzig, donde se secuencia su ADN.

Mientras la investigación avanzaba, en la cueva seguían recuperando restos de nuestro pariente más cercano y contribuyendo a hacer realidad una aventura inimaginable algunos años antes, la que llevaría a confirmar, entre otros hallazgos, que los neandertales podían hablar. Por fin, el 12 de febrero de 2009, el Instituto Max Planck anuncia que han completado el primer borrador del genoma neandertal a partir de fósiles procedentes de varios yacimientos europeos, entre los que figura el asturiano que tanto impactó al científico sueco.

Fue el comienzo de una apuesta tecnológica que iba a desvelar por comparación de los materiales genéticos de ambas especies qué rasgos son exclusivamente humanos y cuáles compartimos con los individuos del grupo que vivió, o al menos murió, en Piloña. Porque en contra de lo que muchos venían defendiendo, al descifrar el mapa genético neandertal se pudo demostrar que neandertales y sapiens se cruzaron y tuvieron descendencia. El proyecto liderado por Svante Pääbo reveló que nuestra especie tiene entre un 1 y un 4 por ciento de material genético procedente de los neandertales. No somos sus descendientes, pero sí sus parientes, lo que necesariamente obliga a rediseñar nuestro árbol familiar.

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