Vicente García Riestra (Pola de Siero, 1925) era un guaje de 12 años cuando se vio obligado a huir de su casa en plena Guerra Civil, a bordo de un barco que partió de El Musel y lo depositó en Barcelona. Atrás dejó un padre muerto en una fosa común y un hermano asesinado en Noreña. Dos años más tarde, con la entrada de las tropas franquistas en la Ciudad Condal, se vio obligado a cruzar la frontera con Francia, apenas con una manta para taparse que aún conserva. En el país galo se convertiría en miembro activo de la Resistencia en plena Guerra Mundial, realizando labores de espionaje. Y por esa tarea sería arrestado por la Gestapo, condenado a pena capital e internado en el campo nazi de Buchenwald, donde esperó la llegada misericorde de la muerte durante 15 meses, "cada día".

Pero la liberación llegó antes que la parca, Vicente sobrevivió para contarlo y a día de hoy es el último español vivo de aquellos horrores. Desde entonces, García Riestra ha dedicado lo que le quedaba de su vida (ya longeva, y cuando nadie daba mucho por ella, con 28 kilos de pellejo y hueso constatados por las tropas norteamericanas en 1945), a divulgar lo que les pasó, a él y a otros, "para que los jóvenes sepan, para que nunca más se vuelva a repetir aquello". Ayer les tocó el turno a los chavales del IES Feijoo de Gijón, de la misma edad que la suya cuando se iniciaron sus penurias. Y ni una mosca se oyó para dejar paso a un relato entrecortado pero vívido como el primer día.

"Al llegar nos dieron el uniforme y la matrícula", relata con sorna Vicente García mientras despliega la parte de abajo de su ropa de prisionero, marcada para siempre con el 42.553 y la enseña de los españoles, guerrilleros y comunistas. "Conservé siempre este pantalón, la parte de arriba la tiré desde el tren tras la liberación porque estaba podrida", explica con naturalidad para pasmo de los alumnos, familiarizados con la famosa novela "El niño del pijama de rayas" y boquiabiertos ante la certeza de tener ante ellos uno de aquellos ejemplares auténticos.

Fue la llave de entrada a un campo al que llegó hacinado en un vagón de ganado. "Ocho caballos, treinta personas, ponía el vagón. Éramos más de cien personas y nos teníamos que sentar entre excrementos, por turnos, para descansar cinco minutos". La antesala de un infierno en el que a los recién llegados les recibían "muertos en vida, prisioneros que no eran más que esqueletos, y fue entonces cuando nos dimos cuenta de en dónde nos habíamos caído", rememora.

Así empezaron las desinfecciones, los madrugones a bajo cero a las cinco de la mañana, el mendrugo de pan que había que conservar todo el día, los golpes, los asesinatos aleatorios como los de los prisioneros que llevaban tatuajes pintorescos. "A veces nos visitaba Ilse Kolch, la mujer del comandante del campo, y si le gustaba el tatuaje de algún interno lo hacía matar para hacer con su piel lámparas y cuadros", relató ante un auditorio lívido.

Durante un año largo García Riestra soportó casi de todo, hasta la llegada de los norteamericanos. "Tres días antes de la liberación éramos 80.000 prisioneros, pero se pusieron en marcha paseos de la muerte y acabamos siendo 50.000", indica. Él tuvo suerte. Antes de la llegada de los libertadores un grupo de prisioneros había logrado ya autoliberarse, gracias al robo de armas y al corte de la luz que pudieron poner en marcha en plena desbandada nazi.

Fue una vuelta a la vida, pero ya nunca fue lo mismo. El empeño del sierense, que desde entonces tiene la nacionalidad francesa y reside en la Dordoña, es el de "dar a conocer, que se sepa para que nadie tenga que vivir lo que viví yo", asegura. Un libro escrito por Xuan Santori Vázquez, ganador de la XXIII Edición del premio "Máximo Fuertes Acevedo" de ensayo en lengua asturiana, relata todas aquellas atrocidades, negro sobre blanco, gracias al testimonio del nonagenario. Para las nuevas generaciones, un consejo de quien recibirá el mes que viene la Legión de Honor de Francia: "yo les digo a los jóvenes que hay que ir olvidando y pensar en otra cosa. Pero algo diferente es perdonar, yo no puedo hacerlo".