En la madrugada de este lunes se ha vivido uno de los momentos más mágicos del año, el de la lluvia de estrellas. Se trata de la lluvia de Perseidas, un fenómeno que se puede ver cada mes de agosto. Se produce cuando el planeta Tierra choca con el polvo estelar de un cometa. Dicho polvo, al contacto con nuestra atmósfera, brilla, dejando este maravilloso regalo del universo que muchos no han querido perderse.

El periodo de las Perseidas comenzó el 25 de julio y terminará el 18 de agosto, pero ha sido la pasada medianoche la óptima para observarlas, porque astronómicamente es un buen verano ya que el brillo de la Luna no molestó.

Por su alta actividad y las condiciones atmosféricas favorables para la observación durante el verano boreal, las Perseidas son la lluvia de meteoros más popular, y la más fácilmente observable, de las que tienen lugar a lo largo del año.

Los cometas, según describen sus órbitas alrededor del Sol, van arrojando al espacio un reguero de gases, polvo y escombros (materiales rocosos) que permanece en una órbita muy similar a la del cometa progenitor.

Cada cometa va formando así un anillo en el que se encuentran distribuidos numerosos fragmentos cometarios. Cuando la Tierra, en su movimiento en torno al Sol, encuentra uno de estos anillos, algunos de los fragmentos rocosos (meteoroides) son atrapados por su campo gravitatorio y caen a gran velocidad a través de la atmósfera formando una lluvia de meteoros.

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La lluvia de perseidas, protagonista en la noche del 12 al 13 de agosto

La fricción con los gases atmosféricos calcinan y vaporizan los meteoros que aparecen brillantes durante una fracción de segundo formando lo que popularmente se denomina como estrellas fugaces. No se trata por tanto de una estrella sino de una partícula de polvo incandescente.

La altura a la que un meteoro se hace brillante depende de la velocidad de penetración en la atmósfera, pero suele estar en torno a los 100 kilómetros. Sin embargo, el alto brillo y la gran velocidad transversal de algunos meteoros ocasionan un efecto espectacular, causando la ilusión en el observador de que están muy próximos. Los meteoroides de masa menor al kilogramo se calcinan completamente en la atmósfera, pero los mayores y más densos (de consistencia rocosa o metálica), forman meteoritos: restos calcinados que caen sobre el suelo.