A veces, el cine te da sorpresas, sorpresas te da el cine. Si tenemos en cuenta que la filmografía del alemán Robert Schwentke en su periplo hollywoodiense soporta títulos como Plan de vuelo: desconocida, Más allá del tiempo, Red, R.I.P.D. Departamento de Policía Mortal o la plúmbea saga Divergente, ¿cómo esperar que en su regreso a Europa, donde debutó con el prometedor thriller Tattoo, se hiciera cargo de una de las propuestas más interesantes y perturbadoras del año? Pues eso: los prejuicios pueden ser malos consejeros. Bien es cierto que el cineasta había demostrado en las películas citadas un dominio del oficio indudable y ocasionales brotes de estilo elegante (no es casualidad su alianza con el director de fotografía Florian Ballhaus, que solo faltó, precisamente, en la peor de todas, R.I.P.D.), pero esas dos cualidades parecían sepultadas. Y no, solo esperaban su momento: qué mejor que desintoxicarse del cine vacío que llenarse de contenidos destripaterrores. Una saludable ambición ética y estética para contar la historia espeluznante de un desertor en la Segunda Guerra Mundial que usurpa la identidad de un oficial para salvar la vida: y de ser un superviviente pasa a convertirse en un criminal de guerra más, un monstruo capaz de cometer las mayores atrocidades para convertirse en una pieza útil la maquinaria exterminadora nazi. Oportunamente rodada en blanco y negro para que la sangre no distraiga al espectador (Scorsese sentó cátedra en Toro salvaje para distinguir entre cine violento y cine sobre violencia), con unas interpretaciones que se ajustan a la perfección a unos personajes en los que el horror convive con el placer de ejercer el poder sobre los débiles, y cargada de pulsaciones descorazonadoras que lanzan al espectador a un sumidero de incomodidad y malos tragos, El capitán crece plano a plano con ideas visuales extraordinarias, como cierto juego de ventanas. El arranque da pistas de por dónde van los tiros: un hombre huye de una jauría humana que le persigue a balazos con sones juerguistas. De la desesperación a la monstruosidad hay, a veces, un solo paso al frente.