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Hablemos en serie

Cuando el actor se lleva el plano al agua

J. K. Simmons brilla en su doble papel de "Counterpart" y Brian Cox es lo único valioso de la monótona "Sucession"

J.K. Simmons, un gran actor en

Counterpart se mueve con más desparpajo que acierto por los territorios que exploró Philip K. Dick. No le favorece desarrollarse en tantos capítulos porque en el ecuador se achicharran algunos demasiado reiterativos y de discurso monótono. Pero tiene una baza ganadora: J.K. Simmons. Con un actor de semejante talla se disimulan muchos fallos. Una dimensión paralela, un alter ego con quien mantener una relación conflictiva, una trama de espionaje de costuras clásicas y, una vez más, las crisis de identidad en primer plano. Un cóctel de sabores extraños que mezcla ingredientes diversos (a veces desaprovechados) jugando sin tapujos a la confusión. La ciencia-ficción es muy hospitalaria con los cacaos mentales y el desinterés asoma la cabeza demasiadas veces. Menos mal que ahí está Simmons para salvar la faena cuando las cosas se ponen serias, maniobrando con habilidad entre dos personajes opuestos, a los que da desarrollos interpretativos convenientemente diferenciados, Prodigios del camaleón al que se rinde pleitesía la realización en atmósferas sombrías, densas y amenadoras, con un tratamiento visual muy cinematográfico.

Pero no siempre basta un actor para salvar la función. Brian Cox es uno de los grandes pero Sucession es una serie muy pequeña que no lo merece. Se supone que es una especie de Rey Lear (otro más) en el mundo de la gente multimillonaria y todopoderosa, familias obsesionadas con acumular pasta y dominación y, claro, con problemas internos en los que la codicia, la ambición y demás devociones de las élite corroen las relaciones humanas. Es una serie de diálogos rudimentarios, personajes muy básicos y actores, salvo el citado Cox, bastante sosos. Antipática no por elección sino por defecto de fabricación. Los juegos de tronos y las dinastías en guerra dan para mucho pero Sucession es muy poca cosa y lo que les pase a los personajes, bueno, malo o regular, deja de interesar al segundo capítulo.

No le pasa lo mismo a Secret country aunque es una de esas series que funcionan a medias. Por un lado hay una trama de conspiraciones internacionales que chirría bastante y, por otro, se desarrolla una entretenida investigación por el laberinto político australiano en el que la corrupción campa a sus anchas. Anna Torv ("Fringe") da solidez al personaje de periodista audaz aunque el mejor personaje es para su ex marido transexual y agente secreto interpretado de forma irresistible por Damon Herriman. Son seis capítulos de ritmo muy ágil pero, lástima, se resuelve repitiendo fórmulas hollywoodienses muy manidas y cansinas.

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