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Jo, qué noche: Las Vegas en La Vega

La antigua Fábrica de Armas, disfrazada para Scorsese, necesita más uso y puertas abiertas a plena luz y por más tiempo

El cartel de la "Fábrica Scorsese" en La Vega. I. C.

Las Vegas en La Vega. La Fábrica de Armas, disfrazada durante una semana como "Fábrica Scorsese", vivió el sábado una noche de viento Sur y viento, cuerda y percusión de la Scorsese Big Band. El viento del Sur transporta ideas raras que coinciden en esta noche de música negra con las de la Noche Blanca de 2014 en que abrió los portones y verjas a los vecinos y a las ensoñaciones por primera vez.

La Fábrica de Armas de Oviedo es un buen escenario para hospedar el paso premiado de Martin Scorsese, un cineasta que tanto ha enseñado acerca de la violencia, sea íntima ("Taxi Driver"), espectacular ("Toro Salvaje"), individual ("El cabo del miedo"), organizada ("Uno de los nuestros"), colectiva ("Gangs of New York") o pública ("Silencio"). También ha dado brillantes lecciones de música en documentales como el "El último vals", "No direction home: Bob Dylan", sobre los "Stones", en una serie histórica sobre el blues, dirigiendo el clip "Bad" de Michael Jackson y creando "Vinyl", una serie sobre la industria discográfica a finales de los setenta. El espectáculo "Duelo de Crooners" se centró en el jazz y sus muchos estilos con catorce artistas a sus instrumentos de viento, cuerda y percusión, tres cantantes y Jesús Ángel Arévalo como showman, director de la banda y pianista, espléndido en los tres papeles.

La directora de la Fundación Princesa de Asturias, Teresa Sanjurjo, actuó con cortés cortedad -como esos anuncios que a partir del tercer segundo dejan saltar al contenido de Youtube- para presentarse y agradecer a los que habían ido a escuchar los clásicos del jazz que bucean por la filmografía del premio de las Artes.

Arévalo invocó el Hotel Sands de Las Vegas (Nevada), Cadillacs y Sinatra, aquel estilo Googie, futurista, y dio paso a "Moonglow" en versión de Artie Shaw. Así que por la magia del cine, de la música y de la mitomanía se cruzaban Nueva York, el desierto de Mojave y la arquitectura de Los Ángeles en un entorno industrial, ovetense, arruinado y secreto.

El ambiente de lounge, es decir, de salón, tenía sillones, sofás, sillas de tijera, mesas de club y, al fondo, una barra cervecera y un skyline de neón. El escenario, bajo un foco azul, se encendía con un luminoso con caligrafía de espectáculo y antiaéreos al techo que hacían estrellas sobre la uralita. Un entorno industrial alto con vidriera industrial, atmósfera de loft de Tribeca y polvo en el aire.

Sonará "The man I love" de Gershwin esta noche, como en "New York, New York".

Cada vez que se abre la Fábrica de Armas hay ovetenses que colman su insatisfacción de que la ciudad sea lo que parece, a todas luces insuficiente, y quieran encontrar otro Oviedo dentro de Oviedo, una ciudad interior, secreta, como fue la Fábrica de Armas hasta su cierre, por unos motivos militares menos explicables cada año de la era de los satélites.

En la cola de entrada, los invitados se asomaban a la garita donde hacía guardia el otoño de la fábrica, con hojas secas en el suelo y humedades en el techo. La Fundación puso cerca su garita en forma de jaima. La "Fábrica Scorsese" se anuncia con tipografía luminosa, una silla de director tamaño gigante y señalización que conduce hacia el almacén, pero una manguera de lucecitas marca una vereda corta, vigilada y crujiente bajo unos pláganos con muñones y ramitas, abandonados por la jardinería. Hacía casi 30 grados a las nueve y media de la noche. El viento soplaba a favor de una programación para la que se recomendaba ir abrigado.

En el almacén está el yellow cab de "Taxi Driver", el cuarto sórdido de Travis Bickle, el excombatiente solitario y desequilibrado de la misma película, y después de trastos de grúa en posición de reposo y un trávelin en vía muerta hay un bar scorsesiano para que empiece una pelea o acabe una matanza.

Al lado está el gran salón habilitado para el espectáculo. Entra por la cámara en los teléfonos móviles y sale al mundo por WhatsApp, Facebook o Instagram. Hay familias jóvenes, culturetas maduros, hipsters con media de cerveza, hermanos "Estopa" con amigos del barrio, parejas podemitas sentadas en posición batamanta, amigas de sábado dando golpes de melena? lo que viene siendo público en general, siendo lo general en la Fundación Princesa de Asturias, inscrito, identificado y ordenado.

Domingo Lozano cantó un estándar de "Uno de los nuestros". Lucía Alonso Pardo y María José Baudot (Lady Llagar en otra encarnación) son acompañadas por el público en "C'est si bon". Cuarto creciente sobre la Tenderina y haces de luz verde en el almacén para "Moonlight Serenade" de Glenn Miller, una canción noche de junio en noche de octubre en la que aterriza "El aviador".

Swing, soul, dixie, lamentos de metal, voces anegradas, sing, sing, sing. Jo, qué noche, nada que ver con la kafkiana "After hours" ni con las madrugadas ansiosas de Ray Liotta perseguido por una abstinencia que corre más rápido que los matones, pero es una velada infrecuente, de las que hacen pensar que en espacios parecidos a la Fábrica de Armas -en tinglados, mataderos, almacenes industriales de ciudades más prósperas y vivas- se toma el aire libre y se atecha con cultura. Eso y el viento del Sur ponen al ovetense ante la ciudad que quiere y la que puede tener. Este gran espacio, que sirvió a Dios como monasterio benedictino de Santa María de la Vega desde el siglo XII hasta la desamortización del XIX, que sirvió a la patria fabricando las armas con las que se perdió Cuba y se murió en Marruecos y que sirve al Rey en la corte de Oviedo volcada en los premios "Princesa de Asturias", está pidiendo entrada libre a sus 120.000 metros cuadrados a la luz del día.

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