La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El instituto Svante Pääbo de Infiesto

El IES de Piloña acogió con toda hospitalidad una visita y una clase magistral del premio "Princesa de Asturias" en la tierra de Sidrón

30

El premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica Svante Pääbo, con escolares asturianos

El director del Departamento de Genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania, supo ayer en Infiesto, Asturias, qué es tener todo un instituto de Educación Secundaria dedicado a Svante Pääbo. Según el premio "Princesa de Asturias" de Investigación Científica y Técnica, usted y yo somos primos de los neandertales. Los alumnos y muchos profesores del instituto de Infiesto son, además, vecinos de Sidrón, un conjunto de huesos que hablan de 13 neandertales que vivieron y murieron en una cueva de Piloña hace, ejem, entre 120.000 y 45.000 años.

La principal revelación de este biólogo especialista en genética evolutiva es que hubo sexo entre el hombre moderno y el neandertal, lo que tiene un punto de picardía, pero vistos los hombres modernos a lo largo de su prehistoria y su historia y bastantes ejemplares contemporáneos no es de extrañar. La sorpresa está en que prendió, tuvieron descendencia y algunos de sus polisílabos siguen en nuestro código genético. Pääbo contó dos singularidades acerca de esto. Hay hombres que creen reconocer su componente neandertal, pero a las mujeres les cuesta más. Al Papa anterior, un intelectual, tan alejado de las mujeres, le preocupaba determinar si los neandertales tenían alma.

Pääbo (que se pronuncia parecido a Pafu) es un sueco que habla inglés con esos picos de asombro con los que suena el alemán. Magro, de esa altura que tiende a encorvar, lleva gafas funcionales debajo de unas cejas que apuntan al cielo y conserva un resto de flequillo como peinado con saliva. El rostro es enjuto, el surco nasogeniano parece hecho con la misma navaja que le talló la nuez y si no sonriera con una frecuencia que da buen rollo parecería un klingoniano por su manera de hablar del conocimiento científico y por su negativa a especular sobre ello.

Viste cazadora, camisa azul y pantalón gris atado en cinto grueso y calza un zapato para andar por ciudad o entrar en una cueva. Se sabe que es profesor porque siempre lleva cartera.

Llegó al instituto de Infiesto al mediodía acompañado de su hijo Rune, que abulta lo mismo que el resto de los chavales del instituto y que el individuo número 4 de los 13 de Sidrón, como se comprobó en un panel de la exposición que alberga el palacio del Marqués de Vista Alegre.

Al sol picón de un mediodía con cielo de borreguillo, en la orilla izquierda del Piloña, amarillenta y otoñal, en un instituto que cumple 50 años y reúne a los estudiantes públicos del concejo y algunos de Cabranes, le esperaban el Alcalde y la directora. En las ventanas todos los chicos y chicas que cabían, y en el interior, en dos filas de a dos, los más pequeños, bien formales y bien formados para encontrarse en un estado de abolición del timbre y espera del segundo recreo.

Pequeños y mayores practicaron por primera vez algo para lo que la sociedad no da demasiadas oportunidades ni en una villa de Asturias ni en la capital más cosmopolita: aplaudir a un científico.

El instituto, que festeja el medio siglo exponiendo fotos de sus promociones, libros de texto, notas y títulos académicos, ya arrancaba en el descansillo de la escalera su celebración de Pääbo y de Sidrón con una cueva de manualidades y un neandertal al que ponía cara de hombre moderno un niño contemporáneo.

A partir del siguiente tramo de escalera y por el largo pasillo de nervios y hormonas que unía los dos edificios hasta la sala donde dio su conferencia, todo se volvió aplausos, Pääbo y neandertal. No hubo "selfies" porque no había teléfonos a la vista, aunque el profesor sueco sí disparó su móvil en varias ocasiones.

El pasillo contenía el álbum completo del premio "Princesa" con una iconografía que incluía un Pääbo como para la ceremonia de los premios -con corbata-, vestido de arqueólogo con pantalón corto y muchos bolsillos, sonriendo bajo la cobertura aséptica de laboratorio, pasando el brazo por el hombro de un esqueleto de su misma talla o sosteniendo shakesperianamente una calavera sobre cuánto ser o no ser neandertal, que ésa es su cuestión.

Alumnos de segundo de Bachiller de distintos institutos aseguraron que habían seguido bien la clase magistral, pronunciada en tono suave, velocidad de zona escolar y continuidad de saber cada detalle de lo que empezó ilustrando con gusanitos, dobles hélices, mapas de África y Eurasia y acabó con cráneos, ratones y títulos de crédito.

Para que todo fuera según la agenda, desde el final de la conferencia todo se aceleró. El recorrido del instituto al palacio donde está la exposición de los 13 de Sidrón fue a la carrera del señorito. Un Sidrón de peluche atraía en la puerta y en la primera planta se contaba lo que se sabe de unos vecinos de Piloña nudistas, corpulentos y caníbales ocasionales que encontraron su solución habitacional en una cueva y cuyos restos llegaron a nosotros gracias a una inundación y a que en sus tiempos no había protección civil ni dispositivos de emergencia.

Se trataba de respetar la agenda y todavía le quedaba a Svante Pääbo comer y reunirse con universitarios y con Juan Luis Arsuaga, representante del hombre de Atapuerca y también premio "Príncipe de Asturias".

Compartir el artículo

stats