La joven masai Nice Nailantei Leng'ete que se ha convertido en una de las líderes africanas en rechazar una tradición y una práctica cultural, tan patriarcal como peligrosa como es la mutilación genital femenina, ha llegado este mediodía a Oviedo. La joven es la representante de Amref, organización galardonada con el premio "Princesa de Asturias" de Cooperación Internacional, en la lucha contra esta práctica, muy enraízada en África. Nice Leng'ete se negó dos veces a la ablación.

A las puertas del hotel de la Reconquista le esperaban sus compañeras de la delegación española, capitaneadas por la responsable de comunicación, Raquel Martín. "Nice, nice", gritaban desde las escaleras de acceso al hotel. La joven masai, vestiada con vaquero y una camisa africana, que volaba directamente desde Brasil, sonrió y saludó a la directora de la "Fundación Princesa", Teresa Sanjurjo.

"Mi hora llegó cuando tenía 8 años; mi tío vino a la casa de mi abuelo y dijo: 'estoy circuncidando a mis tres hijas, así que, por favor, necesito a Nice y su hermana en ese grupo', pues son ceremonias muy caras y es mejor cuando tienes muchas chicas", cuentaesta keniana, elegida una de las cien personas más influyentes del mundo en 2018 por la revista "Time".El día de la ceremonia, como marca la tradición, se levantaron a las 4 de la mañana para ducharse con agua fría "porque creen que así no se notará el dolor, lo que no tiene mucho sentido".

Esa vez, Nice y su hermana -tres años mayor que ella- se subieron a un árbol y se escondieron, luego huyeron a casa de su tía materna. No corrieron la misma suerte sus tres primas. Pero su tío insistió y convocó una nueva ceremonia para que las muchachas, según la costumbre masái, pasen de niñas a mujeres. Esa vez no podían esconderse, por eso la hermana de Nice le dijo que corriera, que ella se sacrificaría por las dos. Leng'ete subió al mismo árbol y luego se refugió en su internado, donde el resto de chicas, que no eran masáis, no entendían esta práctica. Quien consiguió que la dejasen de perseguir fue su abuelo, que, como uno de los mayores de la comunidad, era escuchado y respetado.

"Si consentía significaba no volver a la escuela, se reirían de mí, me casarían o incluso me arriesgaba a morir", explicaba recientemente sobre esa experiencia.