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SYLVIA EARLE | Premio "Princesa de Asturias" de la Concordia

"Una de mis reservas en Asturias sería un sueño"

Sylvia Earle. MUEL DE DIOS

Todo empezó con una ola. La niña Sylvia Alice Earle, de cuatro añitos, se vio arrastrada por aquella impetuosa fuerza marina, que la tiró al suelo. En ese momento, asegura, percibió la cantidad de vida que esconden los océanos. Ahí empezó su fascinación por el mar, y por todos los seres que la habitan. Casi ocho décadas después de que aquella ola arrastrase su menudo cuerpo infantil, Earle es una leyenda de la exploración y la defensa de los océanos.

En su Estados Unidos natal, a Earle se la apoda "Her Deepness" ("Su profundidad", un juego de palabras con "Su alteza"), pero su trato cercano desmiente la distancia que insinúa el apelativo. Es fácil hablar con Sylvia Earle, que tiene asimilado el tono didáctico necesario para transmitir su saber a los no iniciados.

"El oxígeno que respiramos proviene en su mayoría del océano; tenemos que protegerlo como si nuestra vida dependiera de ello. Porque depende", asegura Earle, directa y concisa. En su gesto se aprecia una pugna: la de un optimismo innato contra el saber y la experiencia acumulados durante décadas de trabajo en el mar.

A lo largo de su vida, Sylvia Earle ha visto extinguirse varias especies, y también la salvación de alguna otra. "Cuando Cristóbal Colón fue a mi parte del mundo, en la segunda expedición, y también Ponce de León encontraron la foca monje, que era una especie que abundaba en el Golfo de México y llegaba incluso hasta Texas. La veían continuamente, incluso la comían. Cuando yo era niña aún había, pero ahora no queda ninguna: la última se vio en 1952. Es cierto que queda un tipo de foca monje en el Mediterráneo, que está cerca de la extinción, está protegida, y hay una tercera zona en la que habitan, en torno a Hawaii. Pero la primera especie ha desaparecido, y otras dos están en un riesgo muy grave", relata Earle.

La oceanógrafa contrapone este caso al de la ballena: "Tardamos mucho tiempo, pero en la década de 1980 hubo un cambio de actitud y empezó a entenderse que las ballenas y otros mamíferos marinos eran algo más que carne, aceite, o huesos. Empezamos a ver que eran criaturas, seres vivos, que tenían un valor más allá de ser un producto básico. Mucha gente cambió la manera en la que pensaba en las ballenas, y la mayoría de las naciones empezaron a dejar de matar ballenas con motivos comerciales porque empezaron a ver que tenían más valor vivas que muertas. Y a partir de ahí empezó también a valorarse más la fauna y la flora marinas".

Earle entiende la defensa de los mares desde el esfuerzo individual. No consume pescado, aunque no se escuda para ello en cuestiones filosóficas o ideológicas, sino por una simple cuestión de sostenibilidad: "Yo desperté y simplemente decidí no consumir un pez que ha tardado 50 años en hacerse adulto; si puedo elegir prefiero comer otras cosas cuyo consumo tenga un menor impacto".

Ese cambio de mentalidad, como el que se produjo con la ballena, es a su juicio un arma decisiva para luchar contra la extinción de las especies. "Tenemos el ejemplo del atún de aleta azul", explica. "¿Lo queremos? ¿Queremos comérnoslo? Si queremos comérnoslo, podemos hacerlo. Podemos acabar con todos los atunes que quedan. Pero hay otra opción: hacer políticas que los protejan. Sólo quedan un 3% en el Pacífico, puede que un poquito más en el Atlántico. Es decisión nuestra".

"Tenemos la capacidad de hacerlo, podemos matarlos a todos", continúa la oceanógrafa, "podemos matar a todas las focas monje, a todas las tortugas, a todas las ballenas? tenemos la capacidad de hacerlo, pero tenemos la opción de darles una oportunidad. Tenemos ahora la obligación de darle una oportunidad al mar. Quitarle la presión. Y para eso necesitamos cambiar nuestra relación con la vida del mar que a la vez nos da la vida".

Para lograr ese objetivo, Earle apuesta por crear reservas marinas, a la manera de lo que se ha hecho en tierra con los parques y reservas naturales. Es lo que trata de hacer con su proyecto "Mission Blue". "Tenemos que crear reservas azules, esos 'Hope Spots' que he creado, los puntos de esperanza, que son refugios para peces", afirma.

Earle aspira a crear un "Hope Spot" en las costas asturianas: "Eso sería un sueño hecho realidad", asegura, e incluso lanza un guante, por si alguien lo recoge: "La gente puede hacerlo a través de 'Mission Blue' y muy pocas propuestas se rechazan". En ese momento, la niña que fue emerge de nuevo, y los ojos le brilla como si estuviera de nuevo ante esa ola primigenia: "Tenemos motivos para la esperanza".

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