Scorsese, que es uno de los mosqueteros de la generación de realizadores que renovó en los años setenta la muda del cine americano, enhebra su relato sin hurtar elogios y complicidades con Brian De Palma, Steven Spielberg, George Lucas o Francis Ford Coppola, que tiene también el "Príncipe de Asturias" de las Artes. El autor de "El padrino" pisó hace tres años las tablas del Jovellanos, al igual que ayer su colega.

"Éramos ambiciosos y un poco salvajes a la hora de la lucha para obtener apoyo para las películas que queríamos a hacer con nuestra propia voz", resumió Scorsese. Las astucias para superar los escollos y cortapisas de la gran industria; la contienda para hacerse con el control del montaje de las películas. Las batallas, en fin, de aquel plantel genial que aún sigue asombrando a casi todos: a los cinéfilos más exquisitos y eruditos, pero también al gran público. "Nos hacemos mayores, pero seguimos intentándolo".

Scorsese sabe que una película no es sólo entretenimiento y que supone una reducción pensar que es únicamente herramienta educativa. Sin embargo, entiende qué es eso, además de muchas otras cosas. Y como autor central del cine estadounidense del último medio siglo, no oculta o ciega sus fuentes e inspiraciones: de Europa a Japón, de Fellini a Mizoguchi.