Puede que haya dos Españas, y tampoco eso está tan mal. El problema es cuando a las dos Españas las separan seiscientos gaiteros y tamboriteros, con bombos incluidos. La pregunta es: ¿Podrían llegar a entenderse la señora del oviedín, engalanada para la ocasión con su banderita española en la mano, con la adolescente feminista de piercings imposibles y el pelo teñido en tres colores? Es posible, pero improbable, y en todo caso, el guirigay de las gaitas, convertidas en un infranqueable muro acústico, les impediría escucharse siquiera.

La protesta de la Escandalera en la tarde de los Premios es ya un clásico en el calendario de la capital. Protesta plural, porque en ella ondeaban ayer catorce formatos distintos de banderas. Mucha menos gente que otros años. Presidiendo, dos pancartas. Una a pie de obra, que proclamaba que "Asturies nun tien rei". Y otra aérea, tan desafortunada que en los corrillos de los concentrados había muy clara división de opiniones. Una pancarta que comienza con un "Cago en Dios" desarma cualquier reivindicación a sus pies.

Al otro lado no hubo ni siquiera concentración, a pesar de que sí había convocatoria oficial. Banderas españolas y una pancarta modelo portería de fútbol con el lema "España no se rinde". La portaban adolescentes que, a pesar de sus esfuerzos, no concitaron demasiado apoyo coral. Cruzamos la acera y un grupo de adolescentes de la otra España coreaba "Presos políticos, libertad", en una enternecedora desconexión con la realidad.

La España rojigualda es más uniforme, dos colores en vez de tres. Enfrente, un entorno variopinto y, ahí sí, multicolor, con profusión de enseñas republicanas, mucho jubilado reivindicador de pensiones más dignas y mucho estudiante de instituto. Entre los españolistas los mayores aplausos se los llevaron Albert Rivera, que hizo del recorrido a pie hacia el Campoamor un acto electoral, e Isabel Preysler ("vaya curiosu que es el que va de la mano de la Preysler", exclamaba admirada una espectadora).

Frente a las gaitas del "régimen", la charanga "El Ventolín". Más ruido, dicho con todos los respetos. A las seis en punto se unió a la feria el "Asturias, Patria Querida" del reloj oficial de la ciudad, en la sede de Liberbank, entidad a la que los concentrados del ala Este -el rojerío, que diría alguno- le enviaron también algún recado.

Tensión, la justa. El paseíllo de las vanidades se llenó de señoras de domingo, barrigas trajeadas, gomina por quintales, historias de gloriosos braguetazos, políticos en precampaña, exhibicionistas compulsivos, caretos operados? todos a considerable distancia del "Asturias se salva, lu-chan-do". Los chavales del colegio de curas gritaban a su vez el "España, unida, jamás será vencida". Dos eslóganes que perviven en el tiempo por su carácter reversible, más allá de la ideología. He aquí su éxito.

Cuando a las seis y media se cerraron las puertas del Campoamor el sector españolista se fue para casa, y el sector "nosequeísta", el plural, comunero y dinamitero, se sentó a esperar la salida de los invitados, mientras los trece globos del "Cago en Dios" ascendían, ya sin control, a los cielos de Oviedo.