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Recordando a Severo, celebrando a Allison

El científico luarqués, paradigma del hombre cuya sabiduría está por encima de su inteligencia, debió haber recibido más premios Nobel

Recordando a Severo, celebrando a Allison

Si sentásemos a la misma mesa a los biólogos y médicos españoles de los últimos dos siglos, sería -parafraseando a J.F. Kennedy- la más extraordinaria colección de conocimiento humano que se habría reunido en un día? Con la sola excepción del mediodía en que Cajal y Severo Ochoa comiesen juntos.

Ochoa es el paradigma del hombre cuya sabiduría está por encima de la inteligencia. Campeón de la bioquímica clásica, analizó cómo los organismos vivos extraen energía de los azúcares y se codeó con el rosario de premios Nobel que convirtieron la tercera y cuarta décadas del siglo XX en la Edad de Oro de la bioquímica. Por si esto no fuese suficiente, Ochoa inauguró la biología molecular, que entrelaza bioquímica y genética, y fue partícipe de uno de los descubrimientos más sobresalientes del siglo XX: descubrir las claves del código genético. Ochoa recibió el polémico premio Nobel de 1959 - aunque solemos racionalizar fácilmente el pasado que no nos favorece, un Nobel en semifallo no se borra de la memoria con facilidad- y fue descaradamente marginado en el Nobel de 1968. Ochoa había sido también nominado y finalmente ignorado para el premio Nobel de Química de los años 1956, 1957, 1958 y 1959.

Como su obra, su vida fue tan zarandeada por el fulgor de la gloria y las flagrantes autodecepciones que nadie puede escuchar su historia sin conmoverse profundamente. Su primera frustración fue la jubilación de Cajal, que le privó de sus clases en la facultad. Un infortunio mayor fue la Guerra Civil, que le obligó a vagar como un espectro por Europa, perseguido por la violencia nazi, antes de recalar en los Estados Unidos: un esfuerzo inconcebible sin un temple excepcional y la colaboración de su mujer, que financió su salida de España y le acompañó durante el periplo del exilio y la odisea del regreso a España. Carmen y Severo, que conocieron a Buñuel, Lorca y Dalí, vivieron sus vidas con elegancia. Cuando le preguntaban por qué no habían tenido descendencia, Severo comentaba que Asturias era su amor filial ?

En el aniversario de su fallecimiento, sería bueno que, otra vez, un clamor gradual, un clamor verdadero fuese instalándose alrededor de su recuerdo, porque cuando charlamos sobre Severo, cuando le criticamos o alabamos, hablamos de nosotros mismos, y de aquellos que por instinto, genialidad o desasosiego laboran bajo cielos extranjeros. Nadie debería tener que irse, todos deberían poder volver.

Hace solo unos días el primer premio Nobel de Medicina otorgado a la terapia contra el cáncer recayó en James Allison y Tasuku Honjo. Jim comenzó su carrera en el M.D. Anderson de Houston en Texas con la temeraria promesa de realizar algo poco común y descubrió los mecanismos del diálogo entre el sistema inmune y las células de los tumores. Postuló que el cáncer se escondía del sistema inmune gracias a la inhibición de los linfocitos. Los tratamientos derivados de sus observaciones consisten en activar la inmunidad y pueden dar resultados espectaculares como el observado en el melanoma, extendido al hígado y al cerebro, de Jimmy Carter, ex-presidente de los Estados Unidos, que entró en remisión con esta terapia. Mientras el descubrimiento de Allison tiene una importancia práctica extraordinaria, los descubrimientos de Severo explican las bases de cómo funciona la naturaleza.

Allison, lo mismo que Severo, es todo un carácter. Cuando asistía a un congreso en Nueva York, fue despertado por sus colegas, que le llevaron a su hotel champán y la noticia del Nobel. Su banda musical toca en eventos del hospital o en congresos, porque ser un genio no exige misantropía y tocar la harmónica con Willy Nelson es demasiado cool para negarse.

Allison volvió a Texas y allí recibió el Nobel. Severo fue invitado a volver a España después del Nobel. Su amistad con los príncipes de España y los esfuerzos hercúleos de varios gobiernos de Franco no lograron que regresase inmediatamente, y solo aceptó un trabajo a tiempo completo cumplidos los 80 años. No mucho después, la tierra de Luarca se abrió, como los brazos de una madre, para acoger el féretro transportado a hombros por los vecinos, en el panteón donde Carmen reposaba. En ese magnífico entierro faltaron, a petición de Severo, pompa, iglesia y honores de estado. El Nobel marcó su vida, pero su ambición profesional fue más allá de la superficial fantasía de saciar el anhelo de un premio.

Un cuarto de siglo no basta para olvidarte, nunca serás, como diría Ángel González, música que resuena, ya extinguida, en un corazón hueco, abandonado, que alguien toma un momento, escucha y tira. Una escuela de sabios fue inspirada por ti, y ellos han inspirado a otros, y estos pasarán el testigo de la ciencia a las generaciones venideras. Y ellas, compañero emigrante, impulsarán tu eterno retorno.

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