Solo faltó él para que la velada echara chispas. Él: Juan Cueto, disfrutando de una copa y de sus amigos. Y con su hija al lado. Ana Cueto convocó ayer a las siete de la tarde en el Círculo de Bellas Artes de Madrid a un grupo de personas cercanas al pensador asturiano, entre ellos el periodista y escritor Juan Cruz. Cueto no sintonizaba con las despedidas solemnes y, mucho menos, si el que se va es él mismo. Hoy, a las seis de la tarde, el cementerio de El Salvador, en su Oviedo natal, acogerá un pequeño encuentro íntimo: familiares y amigos hablando sobre un hombre irrepetible. Y, por favor, sin lágrimas, o las menos posibles. Ayer, Ana Cueto contaba a LA NUEVA ESPAÑA que su padre siempre había mostrado su intención de que sus restos se quedaran en Asturias. Sus raíces y el lugar al que siempre volvía aunque sus ocupaciones más ejecutivas le mantuvieran alejado de ella con más frecuencia de la q ue quisiera. Su desaparición no fue una sorpresa porque ya se esperaba desde hacía tiempo ese fundido en negro final, que coincide, caprichos del destino, con el año en el que transcurre una película que Cueto "descubrió" cuando la recepción general había sido desdeñosa: "Blade runner". "He visto cosas que no creeríais"... Cueto congeniaba bien con esa frase final gloriosa del replicante con la que termina la película de Ridley Scott. A pesar de estar a punto de morir y de que sus experiencias desaparecerían "como lágrimas en la lluvia", el replicante no se mostraba arrepentido de haber vivido. Ana Cueto resumía ayer muy bien el carácter de su padre: "Nunca perdió esa sensación que transmitía de que todo puede mejorar". Optimismo propio de un hombre que deja un legado de inteligencia insuperable y de una generosidad sin límites.