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Crítica / Teatro

La realidad más real de todas

La realidad más real de todas

Lo explicó Aristóteles hace dos milenios y medio: el teatro es como la realidad. Queda de la mano del espectador definir la distancia entre uno y otra. En "El mago", lo penúltimo del académico Juan Mayorga, el personaje de la mujer hipnotizada dice: "En esta casa hay demasiada realidad". Y lo dice en un hábitat eternamente fantástico. La realidad, pues, sirve para eso: para contar fantasías, pero también para aclarar certezas. Todo esto viene por la sesión doble de teatro del viernes pasado en el Palacio Valdés de Avilés: "Port Arthur", por un lado, y "Jauría", por otro; dos ejemplos de teatro documento (los británicos lo llaman "verbatim", pero no estamos ni en una farmacia, ni en una tienda de casetes): hechos reales sobre la escena tal cual sucedieron, todo según un documento previo que así lo certifique. David Hare, uno de los grandes dramaturgos británicos -el de "A cielo abierto", por ejemplo-, tiene una obra sobre la guerra de Iraq que se llama "Stuffs happens". Sale Rumsfeld. En España el género se hizo fuerte cuando Jordi Casanovas escribió "Ruz/Bárcenas" a partir de la declaración bestial del segundo ante el primero. La obra se vio en el Niemeyer no hace mucho, la protagonizó Pedro Casablanc, que compuso a un tesorero del PP tan real que el verdadero se convirtió en caricatura de sí mismo. De verdad.

El teatro Palacio Valdés acogió antes de anoche dos estrenos nacionales consecutivos de dos espectáculos basados en hechos reales, dos textos de Jordi Casanovas sobre dos crímenes que conmocionaron el mundo: los treinta y cinco asesinatos de Martin Bryant en Tasmania, y la violación múltiple de "la Manada" en las fiestas de San Fermín. Dos sumas angustiadas de los límites de la normalidad. La declaración de un psicópata o de un idiota, de un lado, y, del otro, la doble angustia de la víctima de la violación: por ser sometida por cinco tipos en un cuartucho de mierda y por volver a serlo en sede judicial, por una jauría de abogados.

La primera de las obras del programa doble -"Port Arthur"- se sustenta sobre el interrogatorio de dos policías australianos a Martin Bryant; en su momento, en 1996, el autor de la mayor masacre del mundo realizada por una sola persona. Casanovas echa mano de la transcripción de aquel interrogatorio que filtró Wikileaks y sobre ella compone su "thriller". ¿Casanovas es un notario? El teatro documento antes de ser documento, es teatro. La declaración duró más de ocho horas. El montaje, hora y pico. Cada palabra que se escucha se pronunció realmente, lo que sucede es que no todas las que se pronunciaron han pasado la línea de ficción, pero es que tampoco son precisas. "Port Arthur" es un drama que trata de explicar cómo es posible que un pirado pueda sacar una ametralladora y cargarse a 35 personas porque sí, porque le da la gana? un drama que muestra que la realidad a veces es más inverosímil que la ficción.

Lo extraordinario de "Port Arthur" es el trabajo interpretativo de Adrián Lastra, que es supremo. Sólo con su voz, una peluca de rubio "surfer" y el movimiento recortado de las manos engrilletadas logra acongojar a los dos policías (Javier Godino y Joaquín Climent), pero también a los espectadores. ¿Bryant lo había preparado todo o fue el impulso de venganza de un idiota? Lastra sobrecoge. ¿De verdad que existen tipos como él en el mundo? El verdadero Bryant cumple condena en Tasmania: más de mil años. Parecía normal: era joven, guapo? ¿Quién eres? David Serrano, el director, echa mano de una mesa y de una segunda mesa de apoyo. Y de unas armas. Y, entonces, deja que los tres actores levanten las palabras elegidas por Casanovas. Y el resultado es tenebroso. La sombra de la maldad es más cotidiana de lo que uno quisiera creer. Un tipo que coge olas, de repente, cosecha muertos.

"Jauría" bebe de más de una fuente: de las distintas declaraciones y de las sentencias, mayormente. A diferencia de "Port Arthur", la base argumental de "Jauría" es más cercana: la violación en masa de una chica una noche de fiesta. Miguel del Arco es el director de un espectáculo demoledor, de un sexteto de actores extraordinarios que son capaces de remover los corazones de quienes tenemos corazón y, a la vez, de cuestionar a quien no lo tiene y no lo quiere tener. Fijo. Del Arco da forma a todo el drama únicamente con seis sillas y una iluminación tan perfecta como para subrayar lágrimas, desconsuelos y bestialidades. En "Jauría" sólo cuentan las palabras, pero las palabras desarman al espectador. Una joven de fiesta rodeada de cinco tipos desalmados. Nada más. Porque el teatro es como la vida. Porque si uno no puede empatizar con el tirador de "Port Arthur", no puede no hacerlo con esa chica que sufre y teme y no es heroína de ninguna causa porque sólo es una chica de veinte años que quiere salir de su pesadilla, dejar de escuchar que sus agresores consideran normal aquello que hicieron en el cuartucho: grabarla en vídeo, descargar y marcharse como si tal cosa.

Los seis actores hacen de "la Manada" y de la víctima y, después, se desdoblan y son los abogados y la fiscal. Y esta transición interpretativa la consuman sin solución de continuidad. "La Manada" se transforma en otra manada: de abogados defensores reprochando a la chica que acudiera a la playa después de todo. Las sillas que caen a las tablas y las golpean como si fueran hostias subrayan la violencia de esas palabras legales. María Hervás -que fue Ifi en "Ifigenia en Vallecas"- es la víctima y logra que el miedo que recuerda (toda la violencia está fuera de escena, no hay recreaciones) sea el miedo de todos: en su monólogo y también cuando lanza el grito seco después del ataque de los abogados en el juicio. Uff. Cuando llegaron los aplausos, los actores se abrazaron todos juntos formando una melé. Los espectadores, mientras tanto, respiraron profundamente. Queríamos sumarnos a esa melé. "Jauría" ya es una obra fundamental: explica el presente más agrietado de todos, el más mierda. "Jauría" es un espectáculo brutal, extraordinario e inquietante. Del Arco reafirma lo que había avanzado en "Juicio a una zorra" o en "La violación de Lucrecia": hay demasiada mugre escondida que debe desaparecer.

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