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Hablemos en serie

Aquellos locos en sus locos caballos

"La balada de Buster Scruggs" exhibe el talento de los Coen encapsulado en capítulos, algunos de ellos magistrales

Una escena de "La balada de Buster Scruggs".

Proyectada como película por Neftlix (lo que le ha permitido colarla en los "Oscar") pero con costuras evidentes de serie, La balada de Buster Scruggs es una de las propuestas más resultonas de los últimos tiempos. Era de esperar porque los hermanos Coen tienen talento de sobra para hacer las cosas distintas, aunque no siempre acierten. Su aproximación impura y dura al universo del "western" es deliciosamente áspera, y eso es muy propio de la pareja: sacarte una sonrisa helada y luego calentarla a juego lento con su tratamiento sarcástico de la violencia y los sentimientos. Esos cruces de desatinos los dominan como nadie y el mejor ejemplo que se puede encontrar es el primer episodio de "La balada...", encuadernado como su parentela posterior al modo clásico con unos prólogos literarios de afán nostálgico. La propuesta apuesta todo al blanco y acierta ya desde la elección del actor que encarna a ese pistolero vestido de nieve que se pasa la vida cantando y contando muertos. Superada la perplejidad inicial (pero, pero... ¿esto qué diablos es?), el capítulo escapa a galope de la sombra tétrica de los westerns humorísticos para convertirse en una inclasificable pieza de Colt, sangre y risas flojas, con momentos de hilarante brutalidad (la tabla de la mesa utilizada como ídem de salvación para liquidar a un enemigo, los dedos que vuelan por los aires con puntería jocosa) y otros que te alzan las cejas (la ascensión a los cielos con lira y alitas). Lo mejor que se puede decir es que te quedas con ganas de más. Demonios, Coen, por qué no resucitáis a ese tipo y le dais un largometraje. Bueno, mejor no. Quizá la distancia larga no le vaya bien. Retiro la idea.

El humor brilla por su ausencia en el episodio del hombre sin extremidades que un Liam Neeson especialmente inquietante lleva de gira por los pueblos más sombríos para que recite a Shakespeare, a Shelley, ¡a Lincoln! Hay esa pequeña y tenebrosa joya una de las elipsis más estremecedoras que se recuerdan. El humor más amartillado asoma de nuevo en las desventuras de un forajido al que todo le sale mal (lo derrota incluso un banquero con armadura ¡de sartenes!) y que va de fracaso en fracaso hasta el ahorcamiento final. Esos caprichos envenenados del azar son una fuente inagotable de ideas para los Coen, que bajan de intensidad cuando se centran en un único punto de fuga (la historia del buscador de oro asaltado no da mucho de sí) o cuando se les va la pinza (el último capítulo de la diligencia empieza bien pero se derrumba con estrépito), pero que arrojan toda la carne al asador en el fragmento más épico (daría para un largo, aquí sí, y pide a gritos una pantalla grande) con caravanas, mares de hierba, ataques indios, exploradores, colonos, mujeres al borde de un ataque de nervios y un desenlace tan triste que no te quedan ganas de valorar la ironía negrísima que lo sustenta.

En fin, que La balada de Buster Scruggs (cine o televisión, no vamos a pelearnos por eso) vale mucho la pena. Volvamos a ver las peripecias del pistolero lácteo. Seguro que se nos escapó algún detalle brillante.

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