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Rosas se sube al árbol

El árbol de la vida, las líneas evolutivas que han seguido las distintas especies hasta llegar a lo que hoy resulta visible, está sujeto, en el caso humano, a una revisión constante. La paleoantropología comparte con el resto de las ciencias la continua exposición a novedades que obliguen a reformular lo que ya sabíamos, pero con el añadido de un componente fuertemente especulativo que suscita en ocasiones desacuerdos tan severos entre los especialistas como para alterar el dibujo de ese recorrido de miles de años que tenemos detrás. En una inmersión en esa historia cambiante, Antonio Rosas sale del ámbito habitual de la vanguardia de su especialidad para ocuparse de la exposición de los antecedentes en términos aptos para cualquiera en "Los fósiles de nuestra evolución" (Ariel). Es una forma de subirse al árbol evolutivo, "un viaje por los yacimientos paleontológicos que explican nuestro pasado como especie", reza el subtítulo. Un árbol de raíces bien profundas porque "buena parte del programa de la paleoantropolgía, desde sus orígenes hasta hoy, ha consistido en verificar, aunque desde formas distintas, las observaciones de Darwin". En esa continuidad que nos retrotrae al XIX hay alteraciones profundas. Asistimos, expone Rosas, a la "fusión de dos corrientes científicas de raíz muy diferente", la que procede de la prehistoria y la paleontología, centradas en elementos y morfologías físicas, con la vinculada a la biología molecular. El resultados de ambas, la paleogenética "está originando un nuevo paradigma de la evolución humana". En la gestación de ese rompedor "modelo integrado" la cueva de El Sidrón tiene un papel protagonista.

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