El público del Campoamor aplaudió ayer la "Maruxa" de Amadeo Vives en versión de Paco Azorín al término de la primera representación de la nueva temporada de zarzuela en Oviedo. Hubo convencimiento en lo relativo a la música, la interpretación del dúo protagonista y del moscón Jorge Rodríguez-Norton, y también con el coro de la Capilla Polifónica "Ciudad de Oviedo". No tanto con la propuesta de Azorín, que cosechó la aprobación del público, pero sin desmedido entusiasmo. No lo tenía fácil y aprobó.

El festival de teatro lírico de Oviedo, la temporada de zarzuela que cumple XXVI años, ha apostado de forma tan decidida como arriesgada por la renovación del género. Es el caso de la "Maruxa" de Amadeo Vives en una arriesgada versión escénica de Paco Azorín, que abrió ayer la temporada y que se volverá a representar mañana, sábado.

Está la música, tan magistral que convierte la obra en una ópera, y está el libreto, tan malo y predecible que es incapaz de provocar absolutamente nada en el espectador. Una ñoña historia de amor pastoril y una conjura de una pareja de primos arrebatados de pasión. Así que Paco Azorín, director artístico de la producción, ha propuesto una enmienda a la totalidad.

Azorín tan sólo ha hecho desaparecer una frase del libreto original, así que toda esa retahíla de lugares comunes de égloga pastoril está en la función y el espectador puede quedarse en eso o, simplemente, obviarlo y disfrutar de la música. En este aspecto, Oviedo Filarmonía, bajo la dirección de José Miguel Pérez-Sierra, está muy a la altura de lo que escribió Vives. Pero hay más, el otro plano que propone Azorín.

El director de escena ha querido convertir "Maruxa" en un canto a Galicia y lo hace tirando de ecologismo y de desastre. Hay "Maruxa" por partida doble. Por un lado, la historia de amoríos ya conocida y, por otro, la apelación a la conciencia colectiva de una tierra. Galicia, en momentos trágicos. El preludio del primer acto es precisamente eso, el nacimiento de Galicia que baila melancólica en el cuerpo de María Cabeza de Vaca, danza a la que acompañan versos de los "Cantares gallegos", de Rosalía de Castro.

Una Galicia rural, de verdes prados, pero de poca luz. Una ambientación que se logra con telas, proyecciones e iluminación. Unos prados en los que retozan Maruxa, rol en el que debuta con mucha solvencia Carmen Romeu, y Pablo, interpretado con gran acierto por Rodrigo Esteves. Y al tiempo que ellos disfrutan de su amor, el consejo de administración de la empresa Petroliber se felicita por la construcción de su nuevo petrolero, el "Urquiola".

Ese segundo escenario, el hecho histórico de la construcción del "Urquiola" en 1973, se desarrolla sobre una enorme mesa de madera de inclinación imposible. A esa mesa están sentados en un primer momento Rosa, encarnada por Svetla Krasteva, y Antonio, el moscón Jorge Rodríguez-Norton. Ambos ejercen de nexo de unión entre los dos mundos, el de Amadeo Vives y el de Paco Azorín. Junto a ellos, el pícaro Rufo, que plasma a la perfección Mikel Zabala.

Las escenas se van desarrollando con un diálogo que en ocasiones no encaja para nada con la escena, algo que permite ver dos obras distintas que poco a poco se van fundiendo en la mente del espectador. A Azorín le importa poco la textualidad y se va al fondo, a esa historia de amor que él ve como un amor mucho más universal. Si el espectador logra entrar en ese juego, y no todos lo consiguieron, sale satisfecho tras ver una obra que de no tener ninguna potencia narrativa se convierte en una lección de fuerza colectiva de todo un pueblo, el gallego.

El acto segundo de la "Maruxa" que ayer se pudo ver explica el primero y lo hace con la aparición del coro de la Capilla Polifónica "Ciudad de Oviedo". Es 1976 y el "Urquiola" vierte al mar 100.000 toneladas de petróleo. El coro de voluntarios hace su aparición para limpiar la costa gallega. Lo hacen convertidos en marea blanca y empapados en chapapote. Mientras el cuarteto protagonista, con la colaboración de Rufo, se enreda en el engaño amoroso, en el otro plano los responsables del consejo de administración de Petroliber dan unas engañosas explicaciones sobre la catástrofe ecológica. El engaño en el amor pastoril y el engaño en la tragedia marítima se funden hasta que todo se consuma. La típica peripecia de los enamorados que dejan el pueblo ante las presiones de sus vecinos más poderosos la soluciona también la marea blanca. Los dos huyen camuflados con el traje blanco entre los voluntarios.

Paco Azorín entendió la obra de Vives como un homenaje a Galicia y él ha hecho el suyo propio llevándolo a la actualidad y apelando a la emoción colectiva. Pocos recuerdan el hundimiento del "Urquiola", pero muchos limpiaron las playas tras el desastre del "Prestige" y nunca olvidarán aquellos días negros.